Diario de Mallorca

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Daniel Capó

Las cuentas de la vida

Daniel Capó

La astenia primaveral

Las sociedades se miden a sí mismas cuando se enfrentan a sus demonios y no se dejan guiar por ellos

No sé muy bien en qué consiste la astenia primaveral, pero me imagino que en un cuadro sintomático de indolencia como el que padezco estos días. Leo en Internet que "los síndromes de la astenia son la fatiga generalizada, la somnolencia diurna, la desmotivación, el aturdimiento, la dificultad de concentración, la irritabilidad, la falta de apetito y la disminución de la libido"; y también leo que, según los médicos, se trata más de un mito que de una realidad. La astenia se puede padecer a lo largo de todo el año o en periodos determinados, cuando uno se ha fatigado más de la cuenta o sencillamente se aburre de hacer siempre lo mismo. Los padres del desierto preferían, en cambio, hablar de acedia, una especie de amargura en la punta de la lengua, un regusto ácido del sinsentido de la vida que surgía, al parecer, de la desidia, de la pereza y del relajamiento general en la disciplina. Curar vendría de tener cuidado de la propia vida; por lo que, en un sentido general, podríamos referirnos a la acedia y a la astenia como una consecuencia de descuidarse o de dejarse ir, abandonando en definitiva los caminos adecuados€

No sé muy bien lo que es la astenia, aunque sí la fatiga y el cansancio cuando el trabajo se acumula y las fuerzas flaquean. Entonces uno tiene el capricho de la holgazanería, que es el sueño del hombre moderno y también el mío: vivir para uno mismo, siguiendo el dictado de los deseos. Por supuesto, todos queremos sentirnos a gusto con nuestra actitud, con nuestro comportamiento. Y, desde luego, la moralidad en nuestro tiempo no se basa en las virtudes -prudencia, justicia, fortaleza, templanza-, sino en valores como la solidaridad, la comprensión y la multiculturalidad. Tiene sentido que así sea, si pensamos que en nuestra cultura los criterios de lo que es verdad o mentira se han desdibujado a favor de sentimientos que se creen puros y nobles, como la libertad, la felicidad o la voluntad. Si uno quiere algo, ¿por qué no va a tener derecho a tenerlo? ¿Y quién puede cuestionar que sea justo ese deseo, sobre todo si no interfiere con la libertad ni los derechos de nadie más? Y, si algo se hace pacíficamente y en democracia, ¿por qué va a ser malo? Son pensamientos circulares que giran en torno a los buenos sentimientos como fuentes de derecho y de verdad. En nuestra historia democrática reciente, se trataría de una característica del zapaterismo.

Las emociones generan cansancio y fatiga, sin duda, pero también resultan adictivas porque tienden a repetirse. De ahí el deseo y su opuesto, una especie de astenia. En clave política, observamos cómo lo que ahora se llama relato constituye una sucesión de episodios calificados como "acontecimientos históricos", "amenazas" u "oportunidades únicas". Todo esto genera, primero, interés y, más tarde, desgana o cansancio. Las monjas de Port-Royal llamaron a esta agitación "ruido de moscas" y hoy entendemos el sentido de esta cita mejor que hace unos años. La sobredosis de emociones invita a la huida de la realidad, aunque esta fuga pueda tener muchos rostros: para unos, la persecución de una quimera; para otros, el desinterés; para otros, ese hartazgo que conduce a la campana de cristal, a la retirada de lo público.

La astenia, en política, sería el movimiento pendular que lleva de la movilización permanente a la fatiga crónica. Cada una tiene sus riesgos, y ninguno de ellos menor. El más evidente me parece que es el descrédito de la democracia, el cual ha derivado hacia una teatralización continua, inoperante y, seguramente, corruptora de la vida pública. Cuando ya no se cultivan las virtudes, sucede lo que siempre ha sucedido en la historia y es el debilitamiento de la tierra natal de la civilización que se reseca y se torna baldía. La movilización permanente conduce a la persecución monstruosa de las quimeras de la razón. La fatiga conduce al abandono de lo público y al pesimismo general sobre la débil naturaleza del hombre. Si el maestro Confucio observó que "un hombre sólo revela su verdadero ser cuando está en duelo por sus padres", también las sociedades se miden a sí mismas cuando se enfrentan a sus demonios y no se dejan guiar por ellos, sea la astenia, la frivolidad o el fanatismo de las ideas puras.

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