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Antonio Papell

Izquierda en ruinas

El tiempo pasa deprisa. La legislatura, que aún no ha llegado a su ecuador, se da casi por amortizada (el sistema cuatripartito no es funcional, ni aportará progreso alguno porque los actores no tienen magnanimidad suficiente para gestionarlo creativamente). La corrupción no cesa (en los últimos días, el ´caso Cifuentes´ se ha mezclado con la caída del alcalde socialista de la desafortunada ciudad de Alicante, sustituido por un miembro del PP gracias a una tránsfuga de la izquierda). 2018 no es año electoral (salvo quizá en Cataluña, obviamente) y las formaciones políticas han empezado a tomar posiciones con vistas a un 2019 en que habrá elecciones europeas el 26 de mayo, así como municipales y autonómicas por las mismas fechas, quizá ese mismo día.

Pues bien, tales preparativos han comenzado mal para la izquierda, que mantiene una vida lánguida, a pesar de que el PP, que gobierna en minoría, no se está luciendo en Cataluña ni consigue sacar adelante proyecto alguno, de modo que la parálisis legislativa es tan exasperante como decepcionante para quienes esperaban la llegada de un tiempo nuevo. Frente a la decadencia del partido de Rajoy, tan sólo Ciudadanos levanta cabeza, sin acabar de materializar claramente el sorpasso pese a que se ha definido ya como una organización de centro-derecha, con la intención, seguramente, de convertirse en la formación hegemónica del hemisferio conservador. La derecha nacionalista catalana, que solía ser necesaria para completar la mayoría conservadora en el Estado, está evidentemente en otras cosas, y esta ausencia podría favorecer una opción de izquierdas€ si las dos formaciones de ese signo no estuvieran sumidas en la precariedad.

La situación del PSOE es conocida, aunque no siempre se destaquen los elementos fundamentales que realmente configuran la esencia de su crisis. Un sector mediático históricamente vinculado a la progresía de este país sostiene tozudamente que la radicalización del actual equipo de dirección es la causante de la defección de parte de su clientela, que habría emigrado a Ciudadanos. El sofisma que encierra esta tesis es evidente porque no existe un viraje ideológico a babor que saque al socialismo del centro moderado. Lo que ha ocurrido es que, por una parte, Sánchez y la mayoría socialista que le acompaña, con buen criterio, se han negado siempre a formalizar en España una "gran coalición", entre otras razones porque la experiencia alemana, que puede servir de pauta, indica a las claras que tal fórmula abona los extremismos populistas. Y, por otra parte, un sector minoritario del partido, que dio un golpe de mano, no ha aceptado estos puntos de vista y hoy, cuando de nuevo los militantes han repuesto la dirección derrocada, los disidentes siguen sin reconocer la regla democrática de la mayoría. El problema del PSOE consiste, por decirlo simplificadamente, en que la presidenta de Andalucía pretende negociar directamente con Rajoy la reforma del sistema de financiación autonómica, de espaldas a Ferraz. No en que Sánchez se siga negando a apoyar unos Presupuestos Generales del Estado que responden a una concepción liberal del Estado, que mantienen la debilidad de los servicios públicos tras la crisis y que descartan definitivamente la indexación de las pensiones con el IPC.

La demagogia sobre el particular proviene de la propia izquierda, y no han faltado —por ejemplo— críticas interesadas a una insinuación del PSOE a Carmena que, en abstracto, significaba nada menos que un intento de aproximar sensibilidades cercanas, hoy distanciadas por escrúpulos sectarios.

La otra organización de izquierdas, Unidos Podemos, tampoco goza de buena salud. El pacto de Podemos con IU, contrario a la esencia populista del partido teorizada por Errejón, imposibilita la unidad interna, al tiempo que recluye al partido en el remoto confín, de proporciones limitadas, que siempre ocupó Izquierda Unida. Está por ver si Errejón acabará superando la hostilidad de sus propios conmilitones en las autonómicas madrileñas, pero es muy difícil que la opción que representa pueda conciliarse con el proyecto que Pablo Iglesias lucirá en la política estatal. El techo de Podemos es el que marca su propia e insoluble contradicción.

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