La fugaz escena de gestos entre las reinas que ha sido interpretada como reveladora de hostilidad es de las noticias que ha suscitado más atención mediática de las últimas semanas. Y no solo a nivel nacional. Los vídeos de la escena en la catedral de Palma han aparecido en diarios de todo el mundo.

Rápidamente se han generado posiciones encontradas entre quienes opinan que se ha magnificado un episodio anodino y quienes ven indicios para criticar agriamente la conducta de las protagonistas en particular o a la institución monárquica en general. Aún admitiendo que se hubiera evidenciado algo tan común como una colisión de sentimientos entre suegra y nuera, es sorprendente la magnificación que ha tenido en la opinión pública.

Todo lo que ocurre en las instituciones y personas que rigen el funcionamiento social, puede ser analizado desde distintos ángulos: políticos, sociológicos, antropológicos y éticos. Como todas esas dimensiones comprometen las estructuras cognitivas y emocionales de los ciudadanos, también la psicología puede ayudar al análisis de un fenómeno como este.

¿Por qué un episodio que por su frecuencia en las relaciones familiares puede ser considerado normal, al menos en el sentido estadístico, recibe un trato que lo trascendentaliza hasta tal extremo? Más aún, frecuentemente las consultas en psicoterapia familiar se motivan por confrontaciones entre las expectativas, celos, rivalidades y deseos de protagonismo de abuelos y padres en relación a la tercera generación.

Atendiendo a todo lo dicho, podríamos convenir en que aún siendo real (nunca mejor dicho) la crispación entre suegra-abuela y nuera-madre, no sería más que una muestra de humanidad, de que son seres humanos como todos. De hecho el mensaje que el vídeo que hace poco tiempo difundió la Casa Real en el que se podía asistir a un almuerzo en familia de los reyes con sus hijas, comentando cosas cotidianas transmitía fuertemente el mensaje de ser una familia como todas. ¿Por qué tanta trascendencia a un detalle que solo revela un elemento más de la vida familiar? El genial Cervantes pone en boca del Quijote la frase popular "en todas las casas se cuecen habas, y en la mía a calderadas".

Entonces, por qué tanto alboroto porque también en casa de los reyes se cuezan habas? La respuesta de la psicología es contundente. No puede existir civilización sin un orden simbólico y por la misma razón sin símbolos. Por eso hasta las sociedades más elementales tienen símbolos, caciques, dioses, tótems, banderas, estandartes, reyes y todo tipo de emblemas sagradas.

Esa es la razón por la que los movimientos antisistema no logran generar proyectos y trascender la utopía. La idea de hacer un sistema antisistema es una imposibilidad lógica. Todos los padres saben del peso de tener una función representativa y emblemática para los hijos. Por mucho que se los ame, no se puede ser colega de los hijos. Es necesario estar más allá, ser garante de un orden, de una legalidad. Y esta, es una pesada carga.

He citado muchas veces la respuesta que dio Borges cuando los periodistas le pidieron su opinión sobre el rey, en aquel momento el rey Juan Carlos: "Es un hombre que acepta su destino". Un destino es en este caso una forma de sacrificio, de fatalidad. La dramática pérdida del derecho a ser normal, en tanto que se es un símbolo.

Desde el punto de vista de las ciencias humanas la magnitud de la reacción popular ante el indicio de un posible conflicto que en cualquier circunstancia plebeya no llamaría la atención revela que a dioses y reyes no les está permitido ser normales.

*Psicólogo clínico