Diario de Mallorca

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En los Estados Unidos, a la que presumes de tener algún título universitario, de haber hecho una carrera académica o de contar con una trayectoria brillante como investigador, te arriesgas a que alguien te pregunte por qué, si te crees tan listo, no eres millonario. Normal, sin más que entender que allí lo que cuenta es sobre todo tener dinero. Como, por añadidura, los profesores de prestigio (los universitarios, al menos) gozan de unos sueldos espléndidos y se jubilan, cuando quieren hacerlo, con el 100% de sus haberes, la pregunta es obligada. Pero duele cuando te la hacen sometido a las condiciones imperantes en España.

El asunto me ha venido a la mente con motivo del tan cacareado máster de la presidenta de la comunidad autónoma de Madrid. El último capítulo por ahora de ese asunto, rocambolesco donde los haya, tiene que ver con el anuncio de Cristina Cifuentes de que renuncia a su título y la respuesta de su acosador político principal, Ángel Gabilondo, diciendo que eso es imposible porque, si se trata de un máster legal, es irrenunciable y, si no existe, tampoco se puede renunciar a él. El episodio pone de manifiesto lo que se puede esperar tanto de una presidenta con afán de ilustrar su currículo como de un catedrático de metafísica a la hora de afrontar los problemas reales. Cabría preguntarles a ambos por qué no son ricos aunque, tratándose de políticos, la curiosidad puede matar al gato.

La cuestión de mayor interés a tal respecto tiene que ver con el afán de mostrar títulos universitarios en un país como España en el que semejante virtud es en realidad un pecado mortal de necesidad. Recuerdo que uno de los primeros presidentes autonómicos que tuvo este archipiélago ocultaba con el mayor tesón que tenía dos licenciaturas, ante la seguridad de que semejante hecho iba a quitarle no pocos votos. ¿Qué habrá cambiado para que ahora haya quienes pierdan la fama y el honor hinchando su historial con logros académicos imaginarios?

La respuesta es fácil: no ha cambiado nada. Lo que sucede es que hay políticos espabilados, como los que logran perpetuarse en una presidencia, y políticos tirando a cortos, que se desviven por exhibir un máster de muy dudosa procedencia. Con la sospecha de que unos y otros cuentan sus diplomas a título de inventario mientras que la pregunta importante, la que te hacen en los Estados Unidos, es la que sigue imperando. Pero la diferencia esencial está en el oficio. El refrán en castellano sobre pasar más hambre que un maestro de escuela sigue siendo, adaptado a las circunstancias actuales, bien real. Y los sueldos, e incluso las pensiones, de cualquier diputado en cortes -no digamos nada ya de los parlamentarios europeos- dan envidia. Pretender encima presumir de logros académicos es excesivo. Para mí que es Satanás, con su sabiduría proverbial y su sentido de la justicia, quien está destapando cada máster.

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