Diario de Mallorca

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Eduardo Jordà

Las siete esquinas

Eduardo Jordá

La escopeta de caza

En Mallorca es muy difícil hacerse una idea de lo que significa vivir aislados y sin apenas contacto con los vecinos

Si muchos norteamericanos tienen una auténtica obsesión por las armas, y viven rodeados de pistolas e incluso rifles de asalto, es porque habitan unas casas muy aisladas y que apenas cuentan con vecinos. En Estados Unidos hay muy pocos edificios de pisos, a no ser en el centro de las grandes ciudades (en Nueva York y Chicago y poco más), y la mayoría de la gente vive en casas unipersonales que a veces están muy separadas unas de otras, y encima en zonas de difícil acceso a las que sólo se puede llegar por caminos muy poco transitados. Creo que ya he contado que estuve una vez en casa de una profesora que vivía sola en medio del Tuscarora Forest. Sus vecinos más cercanos eran una familia de "amish" que vivía a dos o tres kilómetros y que no tenía ni electricidad ni teléfono. La noche que estuve cenando en casa de la profesora -era una clara noche de invierno en la que se veía en el cielo el resplandor intenso de Júpiter- no se oía absolutamente nada: ni búhos ni otras aves, ni muchos menos coches o pasos o cualquier otra clase de sonidos. Al salir de allí y meterme en el coche, me despedí de la mujer, que era pequeña y frágil y se había quedado viuda hacía pocos años. ¿Tendría una pistola?, me pregunté, porque yo no habría sido capaz de vivir allí ni dos días seguidos. Juraría que aquella mujer no la tenía, pero uno se pregunta cómo lograba pasar allí sola las largas, las larguísimas noches de invierno.

Incluso las casas norteamericanas que están situadas en los núcleos urbanos parecen ridículamente expuestas al peligro. Nadie utiliza rejas ni puertas blindadas -que quizá se consideran una muestra de cobardía o un despilfarro innecesario-, aunque las casas cuentan con docenas de accesos fáciles a través de ventanas y puertas traseras y claraboyas que sólo están protegidas por el débil cristal de una ventana. Y en las casas americanas, además, hay dos elementos clásicos de todas las películas de suspense y de terror: el desván, que allí llaman "attic", y sobre todo el sótano, donde suelen tener la caldera de la calefacción y la lavadora y la secadora, aparte de otros usos como trasteros y salones de juegos. En la casa que yo ocupé me encontré con una caja fuerte de hierro, por desgracia vacía, además de una flor de Pascua momificada y un tiesto que colgaba del techo y del que uno imaginaba que alguien había intentado ahorcarse en una de esas tardes de tedio oceánico que se apoderan de América durante los fines de semana. Otros amigos me contaron que en sus sótanos había cosas más interesantes aún. Uno se encontró un traje de novia perfectamente extendido sobre una mesa de ping-pong. Otro se encontró con algo quizá más interesante: el fantasma del difunto marido de la anterior propietaria, con quien ésta solía conversar -según le habían contado sus vecinos- en las largas tardes de invierno. "George, ¿quieres una copa?", solía preguntar la antigua dueña. Este amigo me juró que él también, cuando bajaba al sótano en las largas tardes de invierno para hacer la colada o para encender la calefacción, acababa preguntándole al espantoso vacío que le rodeaba: "George, ¿quieres una copa?"

Lo digo porque en Mallorca es muy difícil hacerse una idea de lo que significa vivir aislados y sin apenas contacto con los vecinos. En Mallorca ocurre justo lo contrario de lo que sucede en Estados Unidos: la sensación de estar rodeados de gente por tierra, mar y aire -y más ahora con la llegada de esos cruceros monstruosos que tienen el tamaño de un rascacielos-, nos impide concebir esa terrible sensación de vacío y de aislamiento que empuja a muchos norteamericanos a vivir rodeados de armas. Pero aquí, aunque parezca mentira, también hay gente que vive en unas condiciones bastante parecidas a como vivía aquella profesora en Tuscarora Forest. Y una de ellas, imagino, era el anciano de Porreres que mató con una escopeta de caza a uno de los asaltantes que irrumpieron a robar en su casa.

Según leo, ese anciano ha sido imputado por homicidio y está en libertad con cargos. No conozco los pormenores del caso, pero si cuatro personas entran a tu casa a robar y te defiendes con una escopeta de caza -que supongo que ese hombre poseía de forma legal-, se me hace muy difícil entender la acusación de homicidio. Quizá ese hombre debería haber aleccionado a los cuatro asaltantes con unas hermosas palabras de un libro de Paulo Coelho, éstas, por ejemplo: "Quien interfiere en el destino de los otros nunca encontrará el suyo propio". Comprendo que para ciertos prejuicios actuales, muy presentes entre intelectuales y artitas que se las dan de comprometidos, ser pobre e inmigrante te convierte en víctima y por tanto en inocente -hagas lo que hagas-, mientras que ser rico, o cuando menos ser propietario y vivir razonablemente bien, te convierte automáticamente en culpable de un crimen que de algún modo debe ser expiado. Sí, ya lo sé. Pero sigo pensando que esa acusación de homicidio suena muy injusta.

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