No constituye ningún secreto que el sistema de salud de un país depende en buena medida del correcto funcionamiento de su servicio de atención primaria. Los médicos de familia, además de los enfermeros y auxiliares, son el primer eslabón de una larga cadena cuya eficacia se enfrenta a retos desconocidos en el pasado: el envejecimiento masivo de las sociedades occidentales, la proliferación de las enfermedades crónicas frente a las infecciosas y las crecientes dificultades presupuestarias a la hora de financiar los servicios públicos. La doctora Margaret Chan, exdirectora general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), observaba hace ya cinco años que la atención primaria es "la base que proporciona los mejores resultados al menor coste y con la mayor satisfacción del usuario". Y ofrecía unas cifras reveladoras que vale la pena volver a subrayar: "En algunos países donde las enfermedades crónicas son la principal carga de la sanidad, los médicos de familia gestionan el 95 % de los problemas de salud, mientras que apenas absorben el 5 % del presupuesto". A su vez, como recordaba el pasado miércoles Elena Muñoz, presidenta de la Societat Balear de Medicina Familiar i Comunitària, la calidad de este servicio juega un papel significativo a la hora de potenciar la equidad en el sistema sanitario. Al fin y al cabo, una mejor atención primaria significa mayor esperanza de vida y la consolidación de un Estado del bienestar más justo.

Sin embargo, la medicina familiar sigue siendo el hermano pobre del sistema de salud. Esta semana, en un foro organizado en el Col·legi de Metges de les Illes Balears (COMIB), se facilitaron algunos datos especialmente relevantes que nos permiten calibrar las dificultades por las que atraviesa este servicio. Un ejemplo claro lo encontramos en la ratio de pacientes por médico de cabecera que, en nuestras islas -con 1.765 tarjetas sanitarias por facultativo-, se halla muy por encima de la media nacional, que se sitúa en 1.381. Lógicamente, la presión del número de pacientes -a la cual contribuye una importante población flotante que acude a las urgencias de los centros de salud- redunda en el tiempo que los médicos pueden dedicar a cada una de sus visitas y que, a día de hoy, se encuentra lejos de los diez minutos por enfermo, considerado el mínimo necesario.

La mejora de este servicio crucial supone necesariamente incrementar en Mallorca los recursos destinados a la atención primaria. Un primer paso sería contratar cien profesionales más que descargasen la elevada ratio paciente/facultativo. Mejorar la gestión de las sustituciones por baja, invertir más en formación o reducir la notable precariedad laboral que afecta al sector sería otra forma de responder a las quejas habituales expresadas por los profesionales de la salud, que merecen ser atendidas en beneficio de toda la ciudadanía. La racionalidad, además, exige enfrentarse de un modo inteligente a los nuevos desafíos que plantean la vida moderna y el envejecimiento de la población. Es el caso del papel central que debe desempeñar la atención primaria en la prevención y en la adopción de hábitos saludables, en el control de las enfermedades crónicas -cardíacas, metabólicas, respiratorias, etc.- o en la rápida derivación a la medicina hospitalaria cuando así sea preciso. Si, en palabras de Margaret Chang, "la Atención Primaria constituye nuestra mejor esperanza para el futuro", conviene no perder de vista cuál es el camino a emprender: la urgente modernización de nuestro sistema de salud para hacerlo más avanzado, eficiente, sostenible presupuestariamente y, en definitiva, más cercano y humano.