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Jose Jaume

Desde el siglo XX

José Jaume

A propósito de la libertad de expresión

La provocación de Federico Jiménez Losantos, al decir que hay que reventar cervecerías en Munich, ha llevado a que se plantee si ha de intervenir la Fiscalía, si se le ha de llevar ante la Justicia por un delito de odio o de enaltecimiento del terrorismo. Se ha pedido que se le trate igual que a Valtonyc, condenado a tres años de cárcel. Quienes, como Jorge Campos, campeón de las libertades públicas, claman para que se ejecute la sentencia callan ante lo vociferado por Losantos. Y al revés, por supuesto: desde cierta progresía, la que defiende a Valtonyc, no se duda en reclamar mano dura contra el periodista, de quien se afirma que alienta los peores instintos del ser humano.

En España, en mayor medida que en Europa occidental, se constriñe la libertad de opinar, esencial para que una democracia siga existiendo. La regresión a la que estamos asistiendo por la actuación desmesurada, siendo benévolos, de jueces que han optado por emular a los 'espadones' (militares) que en el siglo XIX intervenían asiduamente en política, deviene perversa. Son los jueces quienes deciden lo que puede o no expresarse. El resultado es el de condenas de artistas, secuestro de libros y asedio a lo que se publica en las redes sociales. Para parte de la Judicatura hay que embridar la libre expresión de las opiniones, porque no es tolerable que las redes se conviertan en un mercadillo en el que todo vale. Así vemos que hasta ironizar sobre el atentado contra el almirante Carrero Blanco (presidente del Gobierno de la dictadura franquista), acaecido en diciembre de 1973, adquiere tipificación penal. A España ya se la equipara con Polonia y Turquía. Un Código Penal trufado de autoritarismo y el celo reaccionario de fiscales y jueces lo posibilitan.

La libertad de expresión existe para que se pueda decir lo que no nos gusta escuchar, para que se tenga que soportar lo que consideramos insoportable y ofensivo; en el caso de que nos consideremos injuriados existe la vía civil, nunca la penal, para dirimir la cuestión. Pero no, aquí avanzamos raudos hacia un autoritarismo con el que corremos el riesgo de asimilarnos a los años postreros del franquismo. Todavía no hemos llegado a tan ominosa frontera. La derecha gobernante quiere mano dura. La que trata de reemplazarla, calla. El Partido Socialista no se opone.

Thomas Jefferson, tercer presidente de Estados Unidos, acuñó la sentencia que ha pasado a la historia como la definitoria de lo que es la libertad de expresión: "Prefiero una prensa sin gobierno que un gobierno sin prensa". Desde entonces, los proyectos de yugular la libertad de expresión han fracasado estrepitosamente. Ningún presidente ha podido coartarla. No lo consiguió Nixon y tampoco lo podrá hacer Trump. Es un valor esencial de la democracia americana. La primera enmienda no posibilita veleidades autoritarias. Y lo que es igualmente importante: sus jueces tienen a gala defenderla.

Aquí, no; en España parece suceder lo contrario: el gen censor campa a sus anchas, se ha aposentado en un sector esencial del mundo judicial, opera con creciente desparpajo, es alentado por sectores políticos que quieren cercenar la disidencia que vive extramuros de su restrictiva visión constitucional. ¿Cómo, si no, jueces de instrucción y magistrados se permiten condenar delitos de opinión. Las togas han sustituido a los 'espadones'. España se sumerge en otro período oscuro de su historia reciente. El desfondamiento se combate con autoritarismo. Receta hispana para tiempos recios.

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