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Marga Vives

Por cuenta propia

Marga Vives

La semilla del mal

El presidente del PP balear dijo hace unos días que "la semilla del independentismo y el radicalismo nacionalista ha sido sembrada en Balears" y en Jerusalén volvió a rasgarse el velo del templo, tembló la tierra y las rocas se hendieron por segunda vez en la historia. Según Biel Company, en las islas "nunca hubo problema con el idioma hasta que llegó la izquierda radical". Más allá de que fueran las políticas lingüísticas de su propio partido las más contestadas en la calle con la mayor protesta ciudadana en nuestra comunidad, el probable candidato electoral debería evitar confundir a sus interlocutores; nadie puede autoproclamarse adalid del seny y la moderación cuando exhibe tanta facilidad para, por ejemplo, elevar la actitud emocional e institucional hacia una lengua oficial a la categoría de secesionismo. Balears empezó a dejar de tener un problema con el catalán en 1986, hasta que en la legislatura de José Ramón Bauzà ese proceso de naturalización del uso de la lengua se detuvo abruptamente y produjo una agitación pública necesaria, porque las decisiones que se adoptaron eran lo más alejado del sentido común en la evolución natural de las cosas y los tiempos.

En el universo de los símbolos el concepto de semilla es una muletilla para algunas doctrinas. La religiosa, por ejemplo, le otorga un cariz sagrado, de elixir de palabra divina. Contrariamente los políticos suelen verbalizar en la simiente, el embrión, el grano o el germen de la hierba maldita, la que crece en la clandestinidad sin otro propósito que destruir por sorpresa a los mesías de la normalidad. Supongo que para un gestor público, como para cualquier otro mortal en realidad, resulta más rentable culpar de todas las plagas bíblicas al adversario que escarbarse un poquito las entrañas en busca de responsabilidades. No he sido yo, ha sido un virus, se cuenta uno a sí mismo y así, media vuelta y a dormir como un bendito.

Pero las semillas no siempre germinan al instante. La gente del campo -y Company, en cierto modo lo es- sabe que algunas pueden permanecer en reposo durante años, incluso siglos, y que, tarde o temprano, si la tierra les presta abrigo y las nutre adecuadamente, si se dan las condiciones del clima propicias y si el entorno es favorable, el embrión fecundado se inflama hasta romperse y empieza a ocupar la tierra. Otras veces la planta se pudre antes de nacer, y eso es lo que parece que algunos pretenden que suceda con los brotes de opiniones contrarias a sus convicciones o intereses. Este empeño por silenciar lo discrepante por juzgarlo radical o sectario, como si la radicalidad o el sectarismo fueran patrimonio exclusivo de quienes tratan de impedirlo, se ha reproducido de nuevo con el monólogo que Alberto San Juan trajo recientemente al Teatre del Mar. El Autorretrato de un joven capitalista español mete un dedo en el ojo a gran parte del e stablishment (también el de un determinado sector de la izquierda). Pretende ser incómodo y, de hecho, en la función de Palma algún espectador se levantó y se marchó a medias, que para eso el público está en su derecho. Pero la obra también tiene trazos de un "yo confieso" interesante y en el que muchos hoy se manejan con escasa o nula habilidad. El PP se ha sentido directamente interpelado por el actor y ha exigido a la diputación de Granada que prohíba el espectáculo programado en un pueblo de esta provincia andaluza. No saben el favor que le acaban de hacer a San Juan, aunque ya llenaba aforos sin el empujoncillo de la censura.

El progreso es una semilla extraña. Parece que cada vez se asocie más a la producción de riqueza y menos a la producción de ideas. A muchos de los que se agarrotan de terror frente a los "ismos" con los que ellos no casan no les inquieta ni asusta, sin embargo, el poder secesionista del dinero, de los inversores que pagan 260.000 euros por cada habitación de hotel en Mallorca, de las multinacionales que siguen penetrando en el corazón de las ciudades para especular con la vivienda escasa y de los conglomerados financieros que concentran la comercialización del bienestar, ayudados por ventajas fiscales que lo facilitan y por leyes que favorecieron, la pasada legislatura en esta comunidad autónoma, la desprotección territorial y de los derechos sociales. Esa es una simiente maldita, como también lo era la de los recortes. Y por eso hoy los juzgados no tienen personal para hacer frente a la violencia machista, aunque el Gobierno se llene la boca de discursos y de pactos de Estado. Por eso hay maestros y profesores que pueden quedarse en el paro después de haber trabajado algunos de ellos más de una década sin que tuvieran opción de fijar su plaza. Por eso se sigue teniendo que confiar a las ONG el reparto de la justicia social y de la atención a los vulnerables, y por eso, también, vuelve a estar sin resolver el derecho universal a la salud, de nuevo cuestionada cuatro años después por quienes tienen por el mango el presupuesto público.

El periodista Jaume Grau ha presentado en Palma esta semana un libro sobre la guerra sucia y la corrupción en España. Se trata de una investigación basada en supuestas maniobras informativas surgidas de los lóbregos subterráneos de las instituciones para erosionar la imagen de los adversarios políticos del PP. Según Grau nos hemos acostumbrado a escuchar solo aquellas opiniones con las que estamos de acuerdo y eso ayuda a que calen este tipo de artefactos de manipulación. Si creemos que el principal problema que tenemos ahora en Balears es el de la lengua y que eso nos va a llevar a un escenario de cataclismo y de ruptura es que no queremos ver la realidad. Aunque haya quien se empeñe en tratar de convencer de que llega el apocalipsis para tapar las consecuencias de errores pasados.

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