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José Francisco Conrado de Villalonga

De la crítica y de la envidia

Estaba en un aeropuerto soportando una larga espera. Tuve tiempo para poner en orden algunos papeles, repasar tres periódicos y empezar la lectura de El espejismo de Dios de Richard Dawkins, interesado por su posible relación con los postulados de Stephen Hawking, sobre el origen del universo y la necesidad, o no, de la existencia de Dios, importante e inquietante. Tuve que desistir de mi propósito debido a una conversación, que en un tono de voz exageradamente elevado, mantenían un hatajo de amigos, posiblemente tres matrimonios, que se disponían a viajar desde Madrid a Barcelona. Eran castellanoparlantes y al parecer de Ciudad Real, según decían. Pusieron al corriente de sus simplezas domésticas, no solo a mí sino a bastantes. Tuvimos que enterarnos de lo "salida", vamos que va "como una moto", una de las hijas con solo dieciséis años; que uno de sus niños pudiera ser gay y que otra niña al parecer se "emporra" con cierta frecuencia y por supuesto nos ponen al corriente de la asiduidad con que Alberto insiste en copular con Amalia. Todo explicado vociferando, con desparpajo y absoluta naturalidad. Pensé que el hablar tan alto era cosa de castellanos, pero inmediatamente rectifiqué. Esta forma tan vulgar e ineducada de conversar está muy extendida por todo el país, este incivil país. Es una forma de menosprecio hacia el resto de personas que se encuentran en el mismo lugar y a quienes les importa un bledo tener que acceder sus intimidades.

A continuación entraron en critica dura sobre amigos comunes por supuesto ausentes: "?Luis ha sido nombrado director ejecutivo y no se sabe cómo lo ha conseguido, esto da que pensar? pues él no vale para eso? "; "se dice que se dice?, que Carmen está tan suelta que se tira hasta 'al del butano' y su marido no se entera?"; "que Javier es un pésimo abogado y que Merceditas ya está en el consejo de la empresa, le pagan un pastón y no sirve ni para servir cafés?", así durante más de dos horas sin dejar títere con cabeza. Mientras desvalorizaban los éxitos de los demás y se lo pasaban tan bien destilando envidia, me acordé de Temistócles (550-488 a C.), -político populista, en la incipiente democracia ateniense, hombre envidioso y resentido-, cuando dijo a sus colaboradores: "los éxitos del general Miliciades en la batalla de Maratón, (ofensiva en la que derrotó a los persas), no me dejan dormir". Los envidiosos son personas que muestran su sufrimiento.

Esto de criticar es de muy mal gusto, refleja la calidad de las personas que lo hacen. Los criticones jamás lo hacen de forma constructiva, sino dañina, pretenden menoscabar. De algún modo es una forma cobarde de violencia que intenta perjudicar la personalidad y valía de la persona a la que procuran desacreditar. A los criticones no vale la pena desmentirlos pues ellos mismos ponen en evidencia su calidad humana, muestran su gran vacío interior. No ven nunca el lado positivo de nada ni de nadie y creen que hundiendo a los demás destacarán ellos. Los éxitos de los demás se deben a circunstancias extrañas, mientras que los suyos son siempre merecidos. El hablar mal de otras personas les parece divertido y les hace sentirse superiores. La crítica es siempre consecuencia de la envidia, una enfermedad dañina y peligrosa.

Un estudio de la Universidad de Wake Forest (EEUU) muestra que aquellos que perciben negativamente al resto de personas con las que se relacionan suelen ser personas infelices y afectadas por algún trastorno de personalidad. Y al contrario, el psicólogo Dustin Wood autor de un estudio sobre el tema y publicado en la revista Journal of Personality and Social Psychology, explica que el que tiene una percepción positiva de los demás demuestra estar satisfecho con su propia vida, y que es una persona feliz y emocionalmente estable.

Me hubiese gustado poder decir a Luis, a Carmen, a Javier y a Merceditas, objeto de aquellas murmuraciones, que todo el mundo tiene derecho a vivir su vida, y a su manera, y que esos, los criticones, son unos tristes a los que no se debe de prestar valor alguno. También hubiera querido recordarles aquel paraje de la Divina Comedia de Dante Alighieri, (Capitulo V. verso 13) en el que relata el viaje -alegórico- que en compañía de Virgilio, realiza al infierno, al purgatorio y al paraíso, -travesía que refleja la vida misma del hombre, con sus decepciones, desilusiones y esperanza-, cuando pronuncia aquella frase perspicaz, clarividente : "segui tuo corso, e lascia dir la genti?", (sigue tu camino y deja a la gente que diga?).

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