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El nombre de la Tierra

Yo no sé si la compra de la finca Es Canons por parte del Govern va a devolverle la legitimidad de su antiguo -y verdadero- nombre

Nunca he sabido cuando se pierde una cosa o una persona. Si cuando cambia de nombre por sí misma o cuando le cambian el nombre. El hecho de cambiar de apellido en el matrimonio -algo que nuestra cultura no tiene- es indicativo del cambio de esencia de quien se ha casado. Hasta hoy era y a partir de ahora soy, viene a decir ese cambio. En el cambio de nombre de lugares y cosas ocurre algo parecido, pero por usurpación. A partir de ahora yo soy el dueño, viene a decir quien ha impuesto ese nombre nuevo, pues nombrar es poseer, no lo olvidemos, y esta es la gran magia del lenguaje, de la poesía y de la memoria. Y también una forma de ejercer el derecho de conquista, esa herencia de las guerras. Las cosas son como son y no podemos cambiarlas, pero al cambiar su nombre estamos cambiando de algún modo su interior y desvalijándolas -otra vez el botín de guerra- de su carácter anterior.

Hace quince días se publicó la noticia de que el Govern iba a comprar la finca Es Canons (sic). La noticia añadía la palabrita ´emblemática´ cuando esa finca no es emblemática de nada y el término emblemático lleva años empleándose como no corresponde, hasta que la Real Academia acepte el barbarismo y ´emblemático´ pase a significar lo que no significa pero le hacen significar, violentando el lenguaje y lo que haga falta. Esto me recuerda un fenómeno que ocurrió en a mediados/finales de los 70, en que aparecieron por el Bar Bosch personas -de mi generación la mayoría- que nunca antes lo habían frecuentado. Eran gente que al Bar Cristal -que yo no frecuentaba- le llamaban no ´El Cristal´, sino ´La Cristal´ y que por tanto empezaron a llamar La Bosch al Bar Bosch. O sea, tremendo. Nunca supe si estaban influidos por la incipiente moda de las cafeterías o si lo suyo era mera cursilería, pero lo cierto es que oír La Bosch le hacía a uno saltar de la silla de puro espanto. Por suerte, aquella moda pasó al cabo de pocos años y fue la integración en el paisaje de todos aquellos que habían desembarcado de más allá de las Avenidas lo que provocó la vuelta al origen.

Yo no sé si la compra de la finca Es Canons por parte del Govern -o eso que tanto gusta ahora: ´Es Canons és nostre´- va a devolverle la legitimidad de su antiguo -y verdadero- nombre, o se va a quedar con esa invención de los 70/80, popularizada por los que llegaron después. ¿Después de quién? De quien esto escribe, por supuesto. Pasé todos los veranos de mi infancia en esa finca -así lo he escribí hace unos años en mi libro Solsticio- y nunca Es Canons se llamó Es Canons. Los cañones de la batería situada en la finca Betlem, estaban emplazados en una zona llamada S´Aigo Dolça y a la finca arrendada por el Ejército se la llamaba Betlem -formaba parte de ses cases de la possessió de dicho nombre- o Sa Bateria.

Sa Bateria era el nombre popular y coloquial que se le daba en La Colònia de Sant Pere y alrededores al cuartel en sí y al lugar junto al mar donde estaban los cañones, rodeados por un foso, trincheras y alambradas. Y a ese lugar concreto, los entendidos le llamaban S´Aigo Dolça, cosa que no se le llamaba al cuartel, situado a un par de kilómetros de la costa. Pero nunca se le llamó Es Canons a nada, salvo a los cañones pero como nombre común no como toponímico. Y menos aún, los antiguos propietarios o los militares. Ni cuando fue batería artillada ni cuando se desartilló. Y eso que en toponimia no les gana nadie y lo sabe cualquier excursionista de Mallorca -o de donde sea- que siempre han tenido en los mapas del Servicio Geográfico del Ejército una verdadera Biblia. Esto de bautizar la finca con el nombre de Es Canons fue un invento, repito, de la década de los 80 o de finales de los 70, y sospecho que tiene su origen en una concepción de propiedad a través del lenguaje. O en el desconocimiento y nada más.

Ahora el Govern va a comprar la finca y me alegró mucho la noticia, aunque apenas la visite. Sobre ella -y disculpen, pero fue el paraíso de mi infancia- sobrevolaron varias amenazas de urbanización; se la quiso quedar la universidad con caprichos y mimaduras -esto sí, pero esto no-; fue campamento infantil de verano; estuvo a la venta durante años -y gracias a que era por un precio astronómico nunca cuajó venta alguna-; y en fin, lo que no sabemos, o hemos olvidado. O sea que me alegro, repito, de que el dinero de la ecotasa sirva para salvar ese fragmento de la isla -y en cierto modo, de mi vida- pero la duda es si puede comprarse algo con nombre falso. Si puede comprarse algo que no existió más que con otro nombre ú otros nombres. Pero aunque las escrituras de las que yo entiendo se publiquen, no son escrituras públicas. Y ya callo: Betlem y S´Aigo Dolça, pero no Es Canons (y ya sé que es inútil recordarlo).

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