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Matías Vallés

La persona tiene alma, en su móvil

La película ´Perfectos desconocidos´ se erigió en el artefacto pedagógico idóneo para convencer a los espectadores del valor sagrado que concedían a sus teléfonos

Periódicamente asoman los profetas que decretan el naufragio de la sociedad entera en un piélago de descreimiento. A menudo, los agoreros alcanzan esta conclusión porque no logran vender sus bálsamos doctrinales. No hay motivos para incurrir en el desánimo, aunque solo sea con Chesterton porque "cuando dejamos de creer en Dios, no pasamos a no creer en nada, sino a creernos cualquier cosa".

La ciencia sustenta esta epifanía de credulidades. Gracias a ella, la persona sigue teniendo fe en el alma, salvo que ahora la sitúa en su móvil. Conviene moderar las reacciones instintivas que maldicen la ubicación pagana de la esencia humana. Un somero repaso a la simbología religiosa demostrará el extraño poder otorgado a objetos tan inesperados como las zapatillas del papa Ratzinger, falsamente atribuidas a Prada.

Nadie necesita convencerse de la importancia que concede a su móvil. En todo caso, necesita curarse de la adicción a la chatarra electrónica. Los secretos inconfesables ya no se archivan en el cerebro, han sido traspasados a las prótesis que así adquieren el valor de reducto último de la personalidad. Ahí se almacenan las imágenes, no solo de contenido sexual, demasiado calenturientas para ser concebidas por la mente. Sin embargo, los usuarios no encuentran ningún inconveniente en recogerlas gráficamente en sus almas portátiles, y en conservarlas para la eternidad. Mejor todavía, en enarbolarlas como un distintivo.

Si se le pregunta a alguien por los rasgos de su carácter, le costará especificarlos y entregará a cambio datos archivados en su teléfono. Necesita consultarlo, no considerará relevante ninguna característica que no haya tomado la precaución de archivar. En este apartado, el sensacional éxito de taquilla de la película Perfectos desconocidos la erigió en el artefacto pedagógico idóneo, para convencer a los espectadores del valor sagrado que concedían a sus móviles.

Perfectos desconocidos es un ave exótica del cine español, en cuanto que planteaba un problema real y lo resolvía con elegancia. Se basa en el juego aparentemente inocuo de entregar el teléfono propio a la pareja y a los amigos reunidos en una cena. El desarrollo de la película mostraba el tránsito desde una aparente frivolidad dentro del círculo íntimo hasta la crueldad de abrirse el alma en canal. De nuevo, sin necesidad de la engorrosa intervención corporal, todo a través de la delegación de la personalidad.

Otra conclusión es que los seres humanos mienten, solo los teléfonos dicen la verdad. El director Álex de la Iglesia desveló la indiscreción de una disputa surgida durante el rodaje de Perfectos desconocidos, entre los actores Ernesto Alterio y Juana Acosta, esposos en la ficción y en la vida real. Esta pérdida de la neutralidad interpretativa, a cargo de profesionales bregados, confirma el poder que se adjudica a los móviles.

Las desavenencias no se ceñían a la ficción. Las carcajadas durante la proyección de Perfectos desconocidos se concretaban en las parejas que salían peleadas del cine, a lomos del reproche "¿y tú de qué te reías tanto?" Desperfectos conocidos debería servir de título alternativo, pero la sorpresa hilarante de la película demuestra que los usuarios de móviles no han leído todas las cláusulas del contrato de cesión de poder. Automatismo y autonomía no están demasiado alejadas en el diccionario, según confirmará una consulta al teléfono.

La película se centraba en los riesgos del desnudamiento propio, pero la mente ajena también alberga sorpresas cuando se presenta sin ropa. Solo hay algo más peligroso que entregar el móvil a otra persona, y es acceder al suyo. Más allá de este síntoma del machismo dominador, ningún ser humano sobreviviría al conocimiento exhaustivo de las opiniones que suscita en sus coetáneos. La posibilidad de saberlo todo sobre uno mismo sin necesidad de pensarse es la nueva manzana del paraíso, más envenenada que el descubrimiento de los crímenes ajenos.

No todas las personas lograrán parecerse a la documentación recogida en sus móviles, una disfunción que conllevará crisis de identidad curables por teléfono. Baste recordar el valor criminal que se concede a los tuits en condenas extravagantes, para presagiar que los nuevos criterios de verdad tecnológica tampoco garantizan las soluciones, aunque sí las emociones fuertes. Crear una personalidad de la nada es fascinante, salvo que esta operación ex nihilo signifique que no se dispone de nada para crear una personalidad.

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