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La teoría del caos

Basta con llamarse Steve Jobs o Mark Zuckerberg para controlar hasta los pensamientos de la gente

Mi teoría del caos difiere de la de verdad porque esta explica que el resultado de algo depende de distintas variables imposibles de predecir. Pequeñas variaciones en las condiciones iniciales pueden implicar grandes diferencias en el resultado futuro (el más manido de los ejemplos afirma que el aleteo de una mariposa en Shanghai puede llegar a desencadenar una tempestad en Europa).

Vaya, bien pensado, también el caos en el que estamos sumidos en España puede deberse al más nimio de los condicionamientos inesperados. Y si no, que venga Dios y lo vea.

Vivimos en un mundo corrompido, en el que aparentemente el poder es sinónimo de enriquecimiento ilícito, tanto personal como colectivo. La culpa la tiene la mariposa: se empieza con la ideología y se acaba en el sistema electoral, que favorece a los grandes partidos y a las pequeñas circunscripciones, y se alimenta de unos dineros siempre insuficientes. Por algo se empieza: es necesario obtener cantidades desmesuradamente crecientes para alimentar la maquinaria partidista y las campañas. El salto a la sisa (un centimito por aquí y otro por allá no le hace daño a nadie) solo requiere un poco de inmoralidad para generalizarse. Y ese es el punto al que hemos llegado: mírese por donde se mire, hay un pozo de latrocinio al que la justicia castiga con exceso de lentitud.

Hay una gran frustración en la ciudadanía, que empieza a no fiarse de sus políticos. La gente comprende que el gobierno, el parlamento y los diversos poderes no están allí para gestionarlos y hacerles la vida más agradable sino para conseguir el propio beneficio y para luchar por no perder su cuota de poder. Qué más da que a uno lo elijan para representar al pueblo; es cosa que se olvida con facilidad. Y así nos enfrentamos a la inanidad del PP, la confusión del PSOE, los bandazos de Ciudadanos y el diletantismo de Podemos.

El desprestigio de la clase política tiene un doble efecto nocivo. Por una parte, el sentimiento de que los políticos son prescindibles, que la política es porquería y que lo mejor que nos puede pasar es que el sistema se derrumbe. Pero por otro lado, la rueda del desprestigio es alimentada por una cultura del bulo, del rumor circulante y aceptado a pies juntillas. Se parece a las mentiras que circulan sin ton ni son en las redes, como por ejemplo que las vacunas crean autismo en los niños. Un montón de falsedades acríticamente aceptadas.

Todo este código de desencanto y falsedades tiene confundido al mundo, tanto, que parece querer anunciar la deseada aparición de una nueva tiranía, (ni siquiera la dictadura de un individuo con pistola al cinto), llámese Facebook o Instagram. Contemplen ustedes el sometimiento de generaciones enteras al juego de las redes sociales y comprenderán que hacen que sea superflua la esclavitud impuesta por un dictador. Basta con llamarse Steve Jobs o Mark Zuckerberg para controlar hasta los pensamientos de la gente. Y luego me dirán que 1984 fue una predicción exagerada.

Un apunte más que añade a la confusión generalizada. Después de las grandes manifestaciones del 8 de marzo en defensa de la igualdad de las mujeres frente a la discriminación y al acoso del machismo, y ante la indiferencia del poder, va el Tribunal Constitucional y sentencia que la separación de sexos en la escuela no es punible sino perfectamente razonable. ¿Se han parado a pensar en cuál es el origen de esta separación? No es otro que el convencimiento religioso de que el contacto de niñas y niños en el colegio fomenta el sexo contra natura. Así no hay quien estudie, hombre. Para disimular, se invoca la teoría de que las niñas se desarrollan más velozmente y que el contagio de los chicos aminora el desarrollo académico de todos. Una teoría falsa, como la de las vacunas.

¿Es preciso recordar que el artículo 14 de la Constitución de 1978 fulmina la discriminación por nacimiento, raza, sexo, religión y opinión?

Los Padres de la Constitución, considerando lo que había sido la inefable tiranía de la Iglesia de Roma durante la dictadura, quisieron hacer de España un Estado aconfesional. No laico, aconfesional, lo que quiere decir que los poderes públicos no se meten pero, en su defensa de todos, priman por encima de los credos religiosos. Me parece que en este caso de los colegios, el Tribunal Constitucional se ha equivocado.

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