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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Si esto es la izquierda

Existen indicios que apuntan a una radical transformación de la estrategia política de la izquierda. Todo empezó con la implosión de la Unión Soviética y lo que pareció el definitivo triunfo de la economía de mercado como el sistema que, con menos distorsiones, porque haberlas haylas, consigue una mejor asignación de los recursos realmente existentes; por supuesto con mucho desperdicio. Hasta el punto de que se ha impuesto claramente, aunque sin libertades, en una China gobernada por el partido comunista; y la ha propulsado como la única potencia que amenaza la hegemonía estadounidense. El derrumbe de la utopía totalitaria no ha afectado exclusivamente a los países que la impulsaban y a sus partidos. Las vibraciones del terremoto han alcanzado a toda la izquierda mundial. Lo que ha desaparecido del mundo es la idea de un sistema económico alternativo capaz de alumbrar una sociedad más igualitaria. No ha quedado, a los ojos de buena parte de la izquierda, sino la desmotivadora labor de gestionar la economía mejor que la derecha. ¿Quiénes, perseguidores de los absoluto, podrían conformarse con la administración de las cosas? Las cosas son la realidad. Buena parte de la izquierda ha renunciado a la realidad, que le parece miserable y, para fundamentar su asalto al poder, ha realizado un salto doctrinal hacia otra realidad, paralela. La izquierda se dirige desde hace años hacia la nueva dictadura de la corrección política, de las políticas de género, en el mejor de los casos; en el peor, hacia el nacionalismo, la destrucción del lenguaje y las reglas del Estado de derecho, para, con la bandera del cuanto peor mejor, conducirnos a ninguna parte. La derecha española posfranquista no le hizo ascos a esta estrategia cuando se opuso a las medidas que implantó Zapatero al grito de "¡Que se hunda España, que ya la levantaremos nosotros!".

Una viñeta de El Roto en El País del pasado martes ilustraba a la perfección la perplejidad del pensamiento de izquierdas. Una mujer vestida de negro, sentada frente a un hombre también de negro, ambos acompañados de bebidas, vaso la mujer, copa el hombre, le espetaba: "A ver si alcanzamos de una vez la igualdad entre hombres y mujeres y nos dedicamos a la igualdad entre personas". Hasta hace nada era impensable una formulación así.

Las reacciones de la alcaldesa de Madrid, la jueza Carmena, a las críticas contra los portavoces municipales que habían atribuido la muerte del senegalés Mame Mbaye a su propia policía municipal ilustran ese cerrado ataque de la izquierda contra la verdad: "Es libertad de expresión". No se hizo esperar la reacción del comandante que dirige el asalto a los cielos: "Hay que despenalizar la venta ambulante", "Que se dirija la acción contra los falsificadores o importadores de productos falsificados". Que se fastidien los que pagan impuestos. Para que se hagan una idea, es como pedir que se despenalice la figura del receptador, el que vende objetos robados, y que se dirija la acción sólo a los ladrones. No puede existir una figura sin la otra. Recuerda aquella otra genialidad de Carmena, la de que los inmigrantes que saltan las vallas son los mejores y los más deseados. El buenismo irresponsable como sinónimo de deseable guía de gobierno se ha extendido por las capitales, Barcelona y Palma incluidas, donde no importa tanto la gestión de la cosa pública como la agitación política en torno a la Guerra Civil o el ajuste de cuentas con el pasado desde la perspectiva del presente, como se ha visto con la retirada de la estatua del marqués de Comillas, enriquecido con el comercio de esclavos. Qué no harían con algún protagonista de la revolución americana. ¡Ni concertinas ni vallas, que entren todos los emigrantes económicos que quieran, ya se verá después qué se hace con el país. Con la misma frivolidad con la que con los nacionalistas han pretendido destruir España invocando un inexistente derecho a decidir.

Deliberadamente se ha confundido la libertad de expresión con la libertad de injuriar, calumniar, enaltecer el terrorismo o amenazar al oponente ideológico, el arte con el artificio de la bomba fétida. Que un partido como Podemos, que nació con voluntad transversal y ha evolucionado hacia un modelo de izquierda antisistema que se ha tragado hasta a IU, presente una moción en el ayuntamiento de Palma de apoyo a Valtonyc entra en el ámbito de lo previsible. Que la apruebe con los votos de Més, también. Que se sume a ese aquelarre feroz contra el Estado de derecho el PSOE, el único partido que queda, si no contamos el desaparecido PCE, de los que en la Transición lo edificaron, es la viva imagen de una autoinmolación delirante. A esa alocada carrera hacia la irrelevancia se ha sumado el gobierno presidido por Armengol que, en su deriva fundamentalista, no duda en sacrificar la eficacia, profesionalidad y estabilidad de la sanidad pública ante el tótem sacralizado de la lengua, al ritmo sincopado marcado por el rapero. Si el PSOE se ha descolgado de la manifestación del sábado sólo cabe atribuirlo a una orden in extremis de Sánchez, el Bonaparte socialista que incumple tan ricamente todo cuanto prometió en las primarias.

Cuando pensábamos haber colmado el cúmulo de despropósitos, estresado por los desafortunados gritos de ¡pena de muerte! contra la asesina de Gabriel, el poeta Luis García Montero ha dicho que nada de "Todos somos Gabriel", sino "Todos somos Ana Julia". Si esto es la izquierda, vamos a tener centro y derecha para mucho rato.

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