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Marga Vives

Por cuenta propia

Marga Vives

Caleidoscopio

Entre los que profanan monumentos porque sí y quienes tratar de devaluar el sentido común por credo o conveniencia no levantamos cabeza. Aunque ni la Iglesia cree ya que exista el infierno, últimamente Satán asoma el hocico picaruelo a la mínima ocasión; la última, por boca de José Ignacio Munilla, quien dijo que con el feminismo "el demonio ha metido un gol a la dignidad de la mujer". El obispo de San Sebastián, bastante activo en Twitter a la par que controvertido, es conocido por otras reflexiones genuinas, como la que sugiere que la homosexualidad es fruto de "las heridas provenientes de la infancia y la adolescencia" que, dice él, hay que sanar. Desconozco a qué clase de traumas se refiere, pero luego, esta semana, desayunábamos un día de buena mañana con la perspectiva del respaldo jurídico a preceptos que suenan tan retrógrados como el prelado de San Sebastián. El Tribunal Constitucional previsiblemente avalará los artículos de la LOMCE que fueron recurridos por el PSOE hace varios años, entre ellos el que permite a la Administración financiar centros que separan en sus aulas a las niñas de los niños. Así es como la ley Wert podrá finalmente consagrar que la segregación de género en la escuela esté patrocinada por todos, que es como si al mundo le pusiéramos distintas puertas de servicio con la silueta de un hombre y la de una mujer, como en los aseos públicos. Claro que el adoctrinamiento siempre es otra cosa distinta de la que uno defiende, faltaría más.

En Balears pagamos 1,7 millones de euros públicos al año por la concertación de aulas en tres colegios de la eufemística "educación diferenciada", que además litigan para que la conselleria de Educación les amplíe el concierto. No entraré en las razones por las que hay quien considera todavía que un sistema basado en esta filosofía puede ser exitoso. Yo no estoy de acuerdo y me parece un retroceso, en general, establecer un criterio de homogeneización basado en el género, como si todas las mujeres tuviéramos que ser iguales tarde o temprano, o como si pretendiéramos que todos los hombres cumplieran un mismo patrón. Me horroriza la política de los departamentos estancos y esa cierta asepsia que emana frente a cualquier forma de contaminación y que tiende a prescribir qué hábitos y qué pensamiento te corresponde según sean tus órganos de reproducción. No creo en la segregación por sexos, ni tampoco en la que se basa en las distintas capacidades intelectuales o físicas, las habilidades, la nacionalidad o el poder adquisitivo. Me parece una forma surrealista de abordar lo que debiera ser mundo real y una demostración más del miedo a lo diferente que caracteriza a una parte de la humanidad. Pero es mi opinión, claro está; ahora bien, lo que me gusta todavía menos es la idea de participar en el sostenimiento económico de estos modelos.

Lo que me lleva a concluir que el problema de la liquidez no es la falta de dinero sino la voluntad de gastarlo. En España, el presupuesto público es tan voluble que los jubilados serán una especie fósil mucho antes de que acabe el siglo, pero a cambio tendremos una tecnología bélica de relumbrón, gracias a los 10.000 millones de euros que, solo como anticipo, invertiremos en carros de combate y demás arsenal el mismo año en que el Gobierno regatea con la subida de las pensiones. Cuesta hacerse a la idea de que prepararse para la guerra en tiempo de paz sea más urgente que resolver con la diplomacia determinadas batallas sociales.

El propósito es un artefacto extraño. Ante un crimen la intención nos inquieta más que los hechos en sí. Nos preguntamos cuáles son los impulsos viscerales que llevan a matar a un niño. La misma pregunta nos asalta, por ejemplo, ante la corrupción, que siempre requiere una posición de poder. ¿Qué conduce a alguien con un puñado de privilegios a perpetuidad a activar el "motor de una secuencia delictiva"? ¿Donde acaba la estrategia y comienza la pura pulsión animal?

Por ejemplo, ¿qué se obtiene, más allá de la fama anónima y efímera, de la profanación de unas piedras milenarias con una sarta de garabatos? La Naveta des Tudons, probablemente una de las construcciones arqueológicas más antiguas de Europa, alberga el mito ilustrado por Francesc d'Albranca, quien relata en su obra la disputa de dos hombres enamorados de la misma mujer, una historia oscura de obsesión, celos, asesinato y fuga. La Menorca de las leyendas es un territorio habitado por gigantes que recorren los barrancos en un par de zancadas y acarrean rocas colosales para construir sus templos de contemplación de la vida y de la muerte. Quizás los "bansky" de esta burda gamberrada no habrían desencadenado semejante despliegue de no ser porque las autoridades aspiran a colgarse otro título honorífico de la Unesco similar al que hace 25 años se concedió a la isla como reserva de la biosfera. En cualquier caso, estaría muy bien que explicaran qué tipo de argumentario sujeta semejante performance.

La coherencia no tiene por qué anidar en una sucesión lineal de acontecimientos. Los hechos acuden a nuestra cabeza sin que muchas veces guarden relación entre sí, aunque pueden acabar teniéndola. La forma en que un detalle nos remite a otro suceso, y este a su vez evoca alguna anécdota ajena en apariencia tiene mucho que ver con la visión fragmentada de las cosas que predomina hoy, y también con el juego narrativo que aborda Agustín Fernández Mallo en su Trilogía de la guerra. La novela ha ganado el Premio Biblioteca Breve de Seix Barral y es tan caleidoscópica que diría que incluso logra superar la realidad. Aunque la realidad se lo pone francamente difícil.

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