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Palais Royal

Por consejo de una amiga estoy viendo la serie francesa "Oficina de infiltrados" o Le Bureau des Légendes. Trata de los servicios de espionaje y contraespionaje y su acción es casi paralela a nuestro tiempo: la guerra de Siria y el islamismo radical están detrás de todo el argumento. La serie es lenta, bastante, como si quisiera plasmar el paso del tiempo real, pero no cansa. También es, en su madeja de traiciones, lealtades y deslealtades, implacable: no hay piedad en las conductas. Se comprueba en ella, cada minuto, la nimiedad de la persona frente al Estado y sus intereses. No cuento más: sólo que hay una historia de amor entre un agente francés de inteligencia y una conservadora de museos siria, perteneciente a una familia aristocrática de su país, y esa historia de amor es lo más noble de la historia. Tanto como el rostro de ella y los silencios de él. Al menos de momento.

Ayer dejé a los amantes en uno de los lugares que más me gustan de París, uno de mis fetiches. Siempre lo visito al llegar y regreso horas antes de marcharme. Es un ritual y no me lo salto, vaya con la frecuencia que vaya a París. Me refiero a las arcadas y jardines de Palais Royal, que también aparecen en la película Charada. Decía que los dejé cerca del Grand Vefour, después de meses de no verse y la angustia vivida y los reproches en boca de ella, que sigue sin entender -tampoco pregunta- los silencios de él. Diálogos y guión de la serie son buenos y Palais Royal, pensé, es perfecto para un reencuentro amoroso, porque aunque esté en medio del mundo, allí, bajo los pórticos y en el jardín existe el silencio. Casi como existe en un convento de clausura. Todo queda fuera.

Como quedan fuera el cardenal Richelieu -que fue quien lo mandó levantar y habitó y donde tramó crímenes y conspiraciones- y también los periodistas y escritores de segunda que divulgaron desde sus cafetines centenares de libelos contra la reina María Antonieta acusándola de incesto y otras lindezas que no vienen al caso. Ya sabemos cómo acabó aquello pero ya lo he dicho: todo eso queda fuera. El genius loci de Palais Royal ha pasado por encima de la Historia y sus miserias. Como elemento extraño, sólo las columnas blanquinegras de Buren permanecen y a ello ayuda, creo, que estén en el patio de armas y no en el jardín o bajo los pórticos. Como permanece -aunque desvaído- el espíritu de Colette -que vivió allí- y el de Jean Cocteau, que también.

Hace quince años mientras organizaba la exposición de Pierre Le-Tan que comisarié para el Museo Reina Sofía, él me invitó a visitar el apartamento de Cocteau. Lo había comprado un millonario norteamericano y se conservaba intacto, con bastantes muebles originales, los caballos de madera, los espejos y la pequeña pizarra junto al teléfono (ahí estaba el número de Picasso escrito por Cocteau). Por encargo del nuevo propietario, Le-Tan había decorado la escalera y una de las habitaciones de la parte superior, con dibujos de asunto cocteauniano la primera -uniforme y espadín de académico, la Costa Azul, caballitos de mar...- y un maravilloso planetario estrellado, la segunda. Desde las anchas y bajas ventanas en arco se veían los fragmentos del jardín como tomados para una película de espías. De haber vivido Cocteau, quizá habría visto a Nadia Al-Mansour -la dama siria enamorada del agente francés y ahora esquiva que nada entiende- y a su amante callado, sin poder decir ni lo que había pasado en sus ausencias, ni lo que estaba pasando en ese momento por su cabeza. Pero no: Cocteau tampoco los habría visto. Durante su conversación, ellos se mantienen ocultos bajo los pórticos y en ningún momento salen a los jardines.

La última vez que visité Palais Royal, hace un mes, esos jardines estaban cerrados debido a la gran nevada. Mi amiga Valérie -que es holandesa pero vive en Francia hace años- me hizo una foto a traición apoyado en las verjas y contemplando la nieve. Aún no había visto ningún capítulo de "Oficina de infiltrados". Es más, desconocía su existencia. A partir de ahora, cuando regrese, estoy seguro de que Nadia Al Mansour se habrá incorporado a mis recuerdos y fantasmas de uno de los lugares más hermosos y misteriosos -¿cómo se detiene el tiempo y cómo el ruido del mundo?: ¿Con la belleza? ¿Con el amor?- de París.

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