La historia está llena de protagonistas anónimos o colectivos, muchos de ellos por descubrir y valorar, sin que sus propios descendientes sean conscientes de su huella ni de la trascendencia que han tenido para que lleguemos a ser lo que hoy somos. Pasa el tiempo y el rastro, por lejanía o dejadez, se desvanece. Es el caso de la desaparecida Fundición Carbonell, una pequeña industria siderúrgica de Palma que tenía sus instalaciones en el número 39 de la calle de la Protectora en el antiguo Hort den Moranta, a la altura del actual trazado de Jaume III. La empresa, conocida popularmente como Can Salí, se dedicó a la construcción de maquinaria pesada: segadoras, calderería, aserradoras, prensas de aceite, molinos harineros, norias, motores, maquinaria a vapor, aparatos agrícolas e industriales, soldaduras autógenas, piezas y recambios de todo tipo. Un papel difícil de imaginar para quienes creen que el despegue económico de la isla sobrevino con el turismo y que éste fue el motor exclusivo de su desarrollo, lo cual es totalmente falso. Pero en el caso de la Fundición Carbonell su olvido es doble, porque tuvo un papel decisivo en otro ámbito: el deportivo. El empuje de sus trabajadores y sus ansias de progreso, de modernidad y de ocio, dieron como fruto un proyecto que, a día de hoy, subsiste después de casi un siglo.

El 3 de abril de 1919 el gobierno español había aprobado el llamado "decreto de la jornada de ocho horas", que permitió a la clase trabajadora gozar de unos horarios de trabajo asumibles, lejos de las duras jornadas de diez o doce horas diarias (o más), después de una larga etapa de huelgas, movilizaciones e inestabilidad social en el país. A consecuencia de ello, o como acicate decisivo, los obreros de Can Salí dispusieron de un tiempo de ocio del que habían carecido hasta entonces y decidieron formar un equipo de fútbol. Era algo inaudito, pues entonces el fútbol mallorquín apenas existía, no había federación y solo las clases acomodadas lo practicaban para su esparcimiento, sin regularidad ni disciplina alguna. Solo había un club estable: el Alfonso XIII FC (actual RCD Mallorca), que paradójicamente no tenía rivales locales y viajaba a la península para poder jugar con conjuntos de entidad -o los traía a Mallorca-.

A principios de abril de 1920 la prensa se hizo eco del nacimiento de un equipo "en la factoría de los señores Carbonell" ( sic). Fue toda una novedad porque entonces los equipos tan pronto surgían como desaparecían, formados por ociosos jóvenes de clase alta o de la raquítica clase media existente. En ese contexto los de Can Salí fueron el verso suelto, la oveja negra, a priori el conjunto más débil; pero paradójicamente sobrevivieron a todos los demás. Por su origen humilde carecieron de estatutos y organización, ni siquiera se registraron como asociación por el gasto que conllevaba para sus pobres bolsillos. Vestían completamente de blanco y no tuvieron presidente, ni cabeza visible.

No estuvieron solos del todo, pues tuvieron un compañero de viaje: el equipo de trabajadores de la compañía naviera Isleña Marítima, que adoptó el nombre de Mecánico. La conexión entre sendos equipos era evidente: la Fundición Carbonell se encargada de fabricar y reparar las calderas de los barcos de la Isleña, así que sendos grupos tuvieron un contacto regular que se extendió del ámbito laboral al deportivo. Poco después, el 25 de abril de 1920, el Fundición Carbonell y el Mecánico jugaron el primer partido del cual tenemos noticia en el velódromo del Tirador. Fue el primero entre conjuntos obreros en la historia de Mallorca y se impusieron los de Can Salí (2-1).

Poco después el conjunto fue rebautizado como Mallorca (el actual club bermellón no adoptó este nombre hasta 1931) porque su éxito había atraído a obreros de otras factorías, especialmente de Santa Catalina. A mediados de noviembre de 1920 se fusionó con el conjunto de la Isleña Marítima y el nuevo club adoptó un nombre muy familiar en el fútbol local: el Baleares FC, que desde 1942 trocó por CD Atlético Baleares. Adoptó el pantalón blanco de los de Can Salí y la camiseta blanquiazul de los operarios de la Isleña, unas señas de identidad que provienen de ese momento y que han permanecido (casi) inalterables durante 98 años.

Después de un siglo aquel modesto grupo de trabajadores del metal ha competido sin interrupción hasta ser uno de los clubes de mayor solera y tradición de Mallorca, aunque casi cien años después su historia todavía se desconoce casi por completo. Su descendiente directo, el club balearico, aún no les ha otorgado la relevancia que merecen, como hace cualquier entidad orgullosa de sus orígenes, ni los ha incorporado a su historiografía oficial de manera clara y concisa para que sus aficionados tengan conocimiento, fiándolo todo a partir de 1942 y relegando a los "padres fundadores" al olvido. El tiempo, juez implacable, corre en contra de aquellos pioneros intrépidos y transgresores avanzados a su tiempo, borrando su legado y obviados por sus propios descendientes. La historia la escriben los vencedores; pero sus protagonistas también, y no necesariamente para bien.