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Harriet y John

Formaron una pareja que vivió las rigideces de la sociedad victoriana. Se trata de Harriet Taylor Mill y John Stuart Mill. Este último podría considerarse uno de los primeros hombres feministas, cuyos argumentos a favor de la capacidad de las féminas para gobernarse solas quedan plasmados en su obra El sometimiento de las mujeres. En ese libro, Stuart Mill detecta dos formas de esclavitud que padece la mujer de entonces: el matrimonio y la maternidad. Cuidado, ambas opciones no elegidas mediante un acto libre, sino impuestas por la costumbre, la educación y una rigurosa moral victoriana. Tras una amistad de veinte años, y tras el divorcio de Harriet, ambos acabarán formando uno de los matrimonios decisivos en el territorio del pensamiento liberal. Liberal, en el sentido radical del término, y no en la acepción más viciada. Es decir, ese liberalismo que rechaza de plano la censura y el paternalismo, dos modos de recortar la libertad del ser humano. Ese liberalismo que Stuart Mill sintetiza en su Principio del daño, en el que cada individuo tiene derecho a actuar según su voluntad siempre que tales actos no dañen o perjudiquen a otros.

Ambos, basándose en esa filosofía tan inglesa que es el utilitarismo y el empirismo, y alejados de la metafísica, que suele florecer con más ímpetu en Alemania, sostienen que el dejar de lado a la mujer, aislarla de la sociedad productiva es un error de cálculo y, en consecuencia, un mal negocio. Una torpeza económica. Sin duda alguna, existe una hermosa continuidad entre ambas obras. Stuart Mill habla del sometimiento de las mujeres, mientras que Harriet escribe nada menos que un libro que lleva por título La emancipación de las mujeres. En lugar de lavarle los calzoncillos y los calcetines a John, como sí hacía Marie-Thèrese Levasseur con la ropa interior de Rousseau, Harriet se dedica a levantar una de las obras clave para el feminismo.

Ahora bien, también habría que decirles a esos que vienen a cenar a casa y que suelen felicitar a la anfitriona por la calidad de los platos, que piensen por un momento que, tal vez, quien ha cocinado esos platos pueda haber sido el anfitrión, esto es, el hombre. Los automatismos son peligrosos y los feministas de boquilla se olvidan que en ciertos hogares es el hombre el que cocina. Cuidado con dar por hechas ciertas cosas. Dicho esto, volvamos a la pareja.

La obra de Harriet se publica en el año 1851, mientras que la de su segundo marido casi veinte años más tarde. Por su parte, John Stuart Mill, con sutileza, advierte que los hombres no solamente desean la obediencia de la mujer y ser los amos de sus sentimientos, sino que buscan una aliada sumisa y, de alguna manera, una compañera que acepte libremente -todo un sarcasmo- su condición de esclava. Todos estos argumentos nos parecen hoy de una obviedad cansina. Stuart Mill es, sobre todo, conocido por ser uno de los fundadores del utilitarismo, aunque es de justicia resaltar que estamos ante uno de los precursores del feminismo, digamos, ejercido por un hombre. Sus denuncias y argumentos así lo atestiguan. Sin duda, el libro de Harriet y su convivencia con ella influyen de manera determinante en el despertar feminista de John. Por supuesto, el pensamiento liberal no podía dejar de lado un tema tan sensible como éste.

Harriet, huyendo de la banalidad y de la estrechez de miras de su primer marido, un tal John Taylor, se siente atraída por este filósofo de ideas subversivas para la época. Sin duda, una pareja envidiable. Ella morirá de tuberculosis en Aviñón. John Stuart Mill decidirá instalarse en la misma ciudad con el fin de visitar la tumba de Harriet con cierta regularidad. Esto es amor.

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