Cuando al levantarnos por la mañana vemos las calles mojadas por la lluvia de la noche nos alegramos enormemente. Nadie se para a pesar que con estas gotas de agua viajan enormes cantidades de microorganismos, tanto bacterias como virus. Estos últimos son especialmente resistentes a las condiciones ambientales y pueden persistir mucho tiempo, incluso años, en un entorno ecológico propicio.

Diferentes estudios han demostrado que los virus pueden llegar a nosotros no sólo a través del contacto con otros humanos, animales o vectores, sino que también lo hacen por su cuenta y riesgo. La mayoría de los virus que pueblan las diferentes superficies de la tierra proceden del aire o de las aguas del mar.

La inmensa mayoría de virus caen del cielo o bien dicho se trasmiten y distribuyen aprovechando las corrientes aéreas y las condiciones meteorológicas cambiantes. Sin embargo no todos los virus pueden viajar de esta manera; sólo aquellos capaces de trasmitirse a través de aerosoles, es decir partículas aéreas muy pequeñas (menos de 5 micras) y deshidratadas, pueden utilizar este sistema de difusión mundial.

Este concepto de viaje planetario se ha comprobado al detectar virus idénticos en zonas geográficas muy distantes entre sí y apenas frecuentadas por los seres vivos. Los océanos y el mar son los reservorios naturales más importantes de virus desconocidos. Al igual que se cree que la vida tal y como es, actividad biológica replicativa, procede del mar o de masas de agua con una cierta salinidad, es muy posible que los virus marinos estén en constante flujo entre el agua y la tierra.

Cuando nos bañamos en el mar parte de nuestra flora bacteriana y vírica, más resistente, se diluye en el agua. Estos virus normalmente no son capaces de infectar a los peces pero actúan como aporte genético nuevo a la gran biomasa marina. Con la evaporación del agua del mar los pequeños virus son atrapados en las gotas de agua y sometidos a las corrientes de aire llegan a tierra y de nuevo se mezclan con los seres vivos.

Existen unos virus llamados calicivirus que poseen la capacidad para infectar células desde los cuatro hasta los cuarenta grados centígrados; esto les da un rango infectivo extraordinario permitiéndoles encontrar algún huésped marino (baja temperatura) y terrestre (mayor temperatura). Estos virus invaden por oleadas las costas australianas y se encargan del control biológico de las poblaciones de conejos de este continente.

Volviendo al cielo, no hay duda que el planeta está en constante movimiento y desplazamiento de las masas de aire y que además de favorecer las lluvias, también desempeñar un papel esencial en la distribución y propagación de múltiples especies de virus. Los estudios realizados hasta ahora no han encontrado virus con capacidad infectiva para el ser humano, no sabemos que pasa con otras especies animales, pero si es cierto que su presencia en el ecosistema humana es clave para el proceso evolutivo de los seres vivos.

Casi todos estos virus son bacteriófagos, es decir que sólo infectan a las bacterias, pero nuestro intestino está lleno de millones de bacterias y sus correspondientes fagos. Por ello es muy posible que cuando abrimos la boca para que las gotas de lluvia nos refresquen, estemos introduciendo en nuestro cuerpo alguno de estos virus que están cayendo del cielo.

Los virus viajeros tienen la capacidad de adherirse a las partículas minúsculas de polvo en suspensión y con ellas se desplazan lo más lejos posibles. Sin embargo su pequeño tamaño les permite crear aerosoles y permanecer durante mucho tiempo en un estado de suspensión aérea, esperando caer encima de algo o alguien que lo transporte, ahora, por vía terrestre.

Está claro que los procesos de evolución biológica y las dinámicas de población de los virus son múltiples y complejas, pero resulta evidente que la dispersión y difusión a través de las corrientes aéreas es un fenómeno fundamental y esencial en este aspecto. Saliendo de los océanos y elevándose a los cielos, los millones de nuevos virus que emergen de estos reservorios se distribuyen por todo el planeta. Se han descrito en los desiertos más áridos y las zonas mas heladas del mundo. En cada lugar esperan la llegada de un nuevo huésped o no; simplemente evolucionan genéticamente con elementos del ecosistema en el que se encuentran. En este proceso pueden surgir variedades víricas nuevas, con propiedades biológicas desconocidas que pueden ser nefastas para el ser humano.

Hay quien dice que en este concepto de caídos del cielo, hay que ser mucho mas generoso y hablar de caídos del espacio exterior. Al igual que llega a nuestro planeta viento solar y asteroides en descomposición, también con ellos o sin ellos, pueden viajar virus o sus formas prebióticas o precursoras a nuestro planeta. Cabe recordar que la teoría de la panspermia habla del origen cósmico, de fuera de nuestro planeta, de los elementos biológicos y químicos de la vida.

Sin entrar en ciencia ficción, que es todo aquello que no puede o no ha podido ser demostrado todavía, tenemos que aceptar que desde el cielo caen cada día millones de partículas víricas y que los días de lluvia pueden ser aún peores. Además esta claro que los paraguas que usamos en esos días no nos protegen de ellos. Todos sabemos que la lluvia limpia la atmósfera porque hace precipitar las partículas que están en suspensión, pues entre ellas tenemos nuestros queridos y odiados virus.

*Unidad de Virología. Hospital Universitario Son Espases