Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Comentar una película sin haberla visto es en verdad una tarea arriesgada donde las haya. Pero se ha hablado ya tanto de La forma del agua del director mejicano Guillermo del Toro desde su estreno, y más todavía tras haber sido nominada para un montón de premios Oscar, que resulta difícil no saber al menos de qué va su guion.

Tras recibir todo tipo de bendiciones, a del Toro le llovieron las críticas por considerar que su obra se parecía mucho a otras precedentes que contaban una historia muy parecida, si no igual. Incluso el hijo del novelista Paul Zindel, premio Pullitzer por El efecto de los rayos gamma sobre las margaritas, le acusó de haber plagiado una obra de teatro de su padre, Let Me Hear You Whisper. Pero el cine mantiene una frontera muy sutil y bien borrosa entre lo que puede considerarse plagio y lo que es homenaje, cosa que en las novelas, desde luego, no sucede. Y sea como fuere, el hecho de que la Academia de Hollywood le haya dado a Guillermo del Toro los dos galardones más preciados, el Oscar a la mejor película y al mejor director, lanza una absolución completa sobre cualquier pecado o simple sospecha. La forma del agua se encuentra ya en la historia con mayúsculas del cine.

Al margen de sus virtudes sobre la forma que existe de trasladar a la pantalla una historia de amor, de odio, de xenofobia o de abuso de poder, que parece que bajo todos esos prismas puede verse la película, lo que más me ha llamado la atención de ella „sin haberla visto, repito„ son los comentarios que ponen el acento en la necesidad de salirse de los parámetros digamos normales para poder contar hoy las emociones más básicas. Se diría que para poder hacerlo sin riesgos hay que acudir a la fábula de la bella y la bestia, tan tópica por otra parte como para haber sido llevada al cine por Disney. Con la salvedad de que no hay ni bestias ni bellas por medio en la obra de Guillermo del Toro. Hay miserables frente a orgullosos, perdedores contra déspotas; humanos, al fin, aunque en este caso no quepa hablar de nuestra condición en términos de especie.

A lo mejor en eso estriba que las emociones se acumulen. En el hecho tan inquietante como, por otra parte, hermoso, de que haya que recurrir a la ficción absoluta para que volvamos a entender la historia que nos habían contado ya tantas veces desde Homero a Shakespeare. El cine necesita adornarse con imágenes que sorprendan y de ahí que el director mejicano recurra a lo que, sin el añadido de la historia de amor recuperada, podría haber pasado por una obra más salida de la factoría Marvel. Pero, salvo que las crónicas que he leído estén muy equivocadas, en realidad Guillermo del Toro no nos cuenta la relación que se da entre una asistenta muda y una criatura anfibia. Lo que hace es enseñarnos, una vez más, lo equivocados que andan quienes basan las diferencias en lo más obvio.

Compartir el artículo

stats