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Forges: un tiempo, un país

En los años 70 se produjo un combate intenso pero incruento entre la poesía estrictamente social y la poesía, digamos, más culta o culturalista. Entre los sociales habían destacado dos poetas, Blas de Otero y Gabriel Celaya. El primero escribía unos sonetos impecables y el segundo había escrito aquello de que la poesía era un arma cargada de futuro. Fue él, también, quien había afirmado que el humor era fascista. Efectivamente, en los peores años de la dictadura el humor se consideraba poco serio y una distracción de los privilegiados. Serafín, por ejemplo, -el chistoso de las marquesas afincadas en Madrid- era el paradigma de ese humor menospreciado por Celaya. Sin embargo la única poesía social que resistió la derrota en aquel combate fue la que introdujo el humor en forma de ironía entre sus versos. Pienso en la Generación del 50 donde todos empezaron escribiendo poesía social y de alguna forma ésta estuvo siempre en su evolución. Una evolución donde la introspección y la intimidad -algo que la poesía social de los primeros apenas contemplaba- la enriquecieron y acercaron al lector de forma mucho más eficiente que la poesía, digamos, más combativa.

Pero de la izquierda acartonada que abominaba del humor como forma de resistencia también surgió otra izquierda más joven que del humor hizo una manera de vivir y una resistencia permanente. Sus orígenes habían estado en la derecha heterodoxa -léase La codorniz- pero más tarde adquirieron personalidad propia y diversas entidades: por ejemplo las revistas Hermano Lobo o Por favor, que hicieron tanto por este país y su transformación como los artífices de la Transición. Porque ahí voy. El humor y sus máscaras fueron otro elemento crucial en la Transición. Una manera de entendernos y de soportarnos y de aceptarnos. Lo fue en la voz de Forges o de Perich, para mí los mejores. Como lo era en las crónicas de Umbral o en los retratos de Marsé. Todo eso -y la voluntad de vivir en paz y la ilusión de abandonar el maniqueísmo- cohesionó a la sociedad con la vista puesta en la democracia y la vida política en libertad. Todo eso fue tan Transición como la corona borbónica, la UCD de Suárez, el PCE de Carrillo, el PSOE de Felipe González o, en cierto modo -la asimilación de la derecha dura para el nuevo sistema- la AP de Fraga. Incluso puede afirmarse que fue más Transición que los mismos políticos. Y ahí la prensa tuvo un papel tan destacado como responsable. En ese tiempo la sociedad española amó sus periódicos y basó todo un sistema de pensamiento político en ellos. Como había ocurrido en tiempos de la Segunda República. Como no ocurre -y bien que lo siento y bien que lo padecemos todos, empezando por la misma prensa- hoy en día. Y son el sectarismo -que no respeta al otro- y el narcisismo -que no ve más allá de sí mismo- los que anulan la libertad en la prensa.

He citado a Forges y, en fin, todos sabemos por qué. El protagonismo de Forges tuvo un rasgo inhabitual y al mismo esencial para la solidificación de la convivencia: la bondad. En los chistes de Forges la bondad estaba latente fueran chistes de matrimonios, de borrachos en la barra, de subsecretarios de Estado€ fueran de lo que fueran esos chistes. Y surgían, todos ellos, de otra virtud no olvidada sino exterminada en la sociedad de los egos que es la humildad. Y no lo digo por Blasillo y sus conversaciones senequistas, no. Lo digo por todo. Los personajes de Forges saben de su insignificancia frente al universo. Los personajes de Forges no son soberbios ni creen que el mundo les debe algo. Y eso hizo que todo el mundo les abriera la puerta de sus casas. No porque se viera reflejado en ellos sino porque veía en ellos la vida como debería ser.

Como deberían ser las cosas de la vida fue el espíritu que animó todos y cada uno de los días de la Transición y el espíritu que animó también esa misma vida contada por Forges. ¿Fue un símbolo del humor "progre"? Posiblemente, pero la grandeza de Forges es que nunca se circunscribió a unos despreciando a otros. Nunca. Si no que todo, en tanto que materia y flaqueza humanas, era para él, digno de ser salvado, aunque fuera a través de la compasión. Una compasión limpia y enriquecedora, jamás ofensiva o marginal, que sólo movía a la sonrisa y la acogida. Desde el pobre Mariano acogotado por doña Concha, al político que esperaba al motorista con el cese bajo las burlas de su mujer, o esos borrachos que veían visiones en el bar y no querían regresar a casa. De todos los chistes de Forges que he leído en mi vida, guardo uno de estos últimos y de vez en cuando lo miro y aún me río, tantos años después. Como guardo mis ejemplares de Hermano Lobo y Por favor. Por si algún día pierdo la memoria -o me pierdo a mí mismo- y me creo que la Transición fue lo que dicen que fue los que no la vivieron. Respecto a Forges -aunque en los últimos tiempos nos fuera más lejano- lo único que le debe este país es gratitud. Además inmensa. Y no porque se haya muerto, sino porque nos enseñó a convivir con todos esos defectos que antes provocaban que la gente se partiera la crisma entre sí. Y lo hizo con una sonrisa eterna en los labios. En fin: gracias.

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