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Letras patrióticas

Hace media eternidad, aproximadamente, entrevisté a Marta Sánchez, que por esos días vivía sus penúltimos momentos de gloria como vocalista de un grupo vomipurgante que se llamaba Olé olé. Sin transparencias ni pantalones de cuero, Marta Sánchez era una chica bajita y delgada con mirada aparentemente lánguida pero que en realidad proyectaba el aburrimiento de alguien ya hastiado por un éxito tan ordinario como sus sueños y cuyas únicas lecturas eran las instrucciones de los secadores de pelo. El pelo -como correspondía a una honrada rubia de bote- era su única obsesión. Costaba sacarla del asunto. La acompañaba una chica, algo mayor, con la que insistía en asuntos de peluquería propia y ajena. Se me ocurrió preguntarle -quizás por pura desesperación: quería largarme a toda prisa- por la influencia de cantantes y grupos italianos en su estilo de buena chica que no ha ido a clase y entonces obtuve la única reacción digna de tal nombre. Una reacción profética:

-De eso nada. Yo soy española. Yo soy totalmente española.

El año anterior Sánchez había actuado en la cubierta de una fragata de la Marina durante la Guerra del Golfo. La actuación fue la acción más violenta de las fuerzas armadas españolas en los últimos cuarenta años y al mismo tiempo una parodia tan evidente como involuntaria de las visitas de Bob Hope y Lucile Ball a las tropas estadounidense durante la Guerra de Corea. No sé como a nadie se le ocurrió llamar a El Fary para hacer de Bob Hope, pero supongo que los generales no pueden estar en todo. No es de extrañar, por tanto, que Marta Sánchez, haya escrito (y gemido) una letra para el himno nacional de España en un rapto de inspiración patriótica que le asaltó en Miami. En Miami -como es sabido- se respira tanto patriotismo frustrado. Los exiliados cubanos. Los capos mafiosos retirados y nostálgicos. Incluso los jubilados norteamericanos que, atosigados por el calor y la humedad, argumentan que nada como Minnesota, en mala hora me vine a este manglar de morenos y cocodrilos. La genialidad de Sánchez, por supuesto, es puro oportunismo. La carrera de una cantante pop es esencialmente oportunista. Lo asombroso son las reacciones.

El presidente del Gobierno se ha apresurado a felicitar a Sánchez por su iniciativa, pero apenas consiguió arañar unos segundos al líder de Ciudadanos, Albert Rivera, que cayó rendido a los pies de Marta por su extraordinaria sensibilidad. La derecha española -y es un descubrimiento que le debemos a la vocalista- está compitiendo duramente por la preeminencia en el patriotismo. Asustados, los del PP han decidido que el artículo 155 de la Constitución sirve para cambiar el sistema escolar catalán, precisamente mientras el nuevo Parlament busca un candidato y un gobierno. Son niños jugando con mecheros encima de un polvorín. Es grotesco, es miserable, es vergonzoso. El modelo de inmersión lingüística puede y muy probablemente deba ser reformado. Ni es un dispositivo de control ideológico ni una fórmula carente de efectos perniciosos para los niños y adolescentes catalanes. Tanto Ciudadanos -que ganó ampliamente las elecciones autonómicas- como el PP disponen de diputados en el Parlament de Cataluña. Que presenten ahí una propuesta negociada con socialistas y podemitas: no es en absoluto imposible un acuerdo razonable. Pero no se suspende excepcionalmente la autonomía de una comunidad, convocando elecciones casi inmediatamente, para en el apretado interin despanzurrar una competencia estatutaria. Y todo por un miserable puñado de votos en el resto de España. Pues bien: ni España, ni Cataluña, ni siquiera Marta Sánchez se merecen ese ventajismo peligroso, torpe y encanallado.

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