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Antonio Papell

Ciudadanos, pros y contras

Acaba de cumplirse un año de la IV asamblea nacional de Ciudadanos que a principios de febrero de año pasado tomó la decisión más trascedente de la historia todavía breve del joven partido: la supresión del término "socialdemocracia" de su frontispicio ideológico y la entronización del concepto "liberalismo progresista" en su lugar.

Aquel viraje, que desagradó a una parte de los fundadores socialdemócratas del movimiento cívico catalán que se convirtió después en partido - Félix Ovejero, Félix de Azúa, Francesc de Carreras- y a una parte de la militancia - Carolina Punset fue la punta de lanza de los descontentos-, suponía una ruptura con los impulsos fundacionales, cuya paternidad correspondió a intelectuales de la órbita del PSC que discreparon de Maragall cuando se formó el tripartito por la deriva nacionalista que adoptó el entonces líder de los socialistas, exalcalde de Barcelona.

En cualquier caso, y aunque no se han producido en el ideario público de C's oscilaciones ideológicas de importancia, la redefinición del partido lo ha alejado voluntariamente del concepto de "centro" político, ha dejado más espacio expedito al PSOE -que monopoliza ahora el término "socialdemocracia"- y se ha sobrepuesto por solapamiento al PP, que también reclama para sí la etiqueta "liberal" y usa profusamente la del centro-derecha.

Así, el viraje indica que Albert Rivera rechaza mantenerse en el papel de "bisagra" que se le atribuyó en la primera fase de su implantación -aquella en que se mantuvo el llamado "dualismo ideológico"-, y que, escéptico sobre la posibilidad de que prospere una reforma electoral hacia una mayor proporcionalidad que beneficiaría a las terceras vías, está decidido a competir por el espacio de centro-derecha con quien lo ha venido ocupando hasta ahora, el Partido Popular.

Esta mudanza puede explicar la agresividad que muestra Ciudadanos ante el PP, a quien ya ve más como competidor que como socio de gobierno o compañero de viaje. El éxito de la nueva estrategia en las encuestas recientes, alguna de las cuales ya le atribuye más apoyos que los que obtiene el PP, y la victoria indiscutible de Arrimadas en las elecciones catalanas (sobrepuesta al peor resultado del PP en la región) permite al partido naranja disputar a Rajoy la primogenitura, lo que comporta riesgos evidentes, y entre ellos que el PP movilice todas las influencias de que dispone, que son todavía muchas, en contra del intruso que le disputa la primacía y el gobierno.

Lo grave del caso para el PP es que este sorpasso no sólo resulta verosímil sino que podría dar lugar a una nueva derecha mejor adaptada a los vientos que soplan: la derecha conservadora daría paso al liberalismo progresista, en línea con líderes atractivos que están hoy en la cresta de la ola como Emmanuel Macron en Francia o Justin Trudeau en Canadá. Con la particularidad de que esta nueva opción arranca sin el lastre de pasados errores que inevitablemente inmovilizan al PP de los casos Púnica, Gürtel o Bárcenas.

El PP esgrime su "hoja de servicios" frente al "oportunismo" de Ciudadanos. Ocurre sin embargo que el argumento es equívoco porque esta hoja de servicios está llena de claroscuros, como siempre le ocurre a cualquier partido que lleva tiempo en el poder. El pasado del PP acumula méritos pero también deméritos y errores, y llega siempre un momento en que el elector decide correr el riesgo de lo nuevo en lugar de apostar a lo viejo y conocido.

Las próximas elecciones, ya en 2019 (salvo anticipación imprevista), serán decisivas en esta pugna sin cuartel que han emprendido ambas formaciones "liberales". El PP no soportaría sin descomponerse la humillación de una derrota a manos de Ciudadanos en las municipales y autonómicas, y por ello la consulta de mayo del año que viene será trascendental. De ese hito dependen la continuidad de Rajoy al frente de su partido y las estrategias de las dos formaciones en la recta final hacia las próximas generales, que probablemente se anticipen algunos meses.

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