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Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

Una opinión con pena

Quería dar mi opinión sobre la letra del himno de España perpetrada por Marta Sánchez. Mi opinión negativa, cabe aclarar. Pero me lo voy a pensar dos veces. Porque el ambiente está muy tenso, y la jurisprudencia no ayuda. Te crees tú que te estás mofando de un buñuelo perpetrado por una artista en horas bajas autoexiliada en Miami, y en realidad te has enfangado en un ultraje a la nación y sus símbolos. Y viene cualquiera con más tiempo libre que escrúpulos, y te denuncia, y ya la has liado. De eso se trata. De mezclarlo todo, y sembrar la duda. Adefesios de Agatha Ruiz de la Prada sobre la pasarela recreando la bandera española, himnos nacionales con rimas pueriles, vídeos de la familia real comiendo sopa. Si digo que dan pena, que hacen que quiera emigrar a Canadá, que me sangran los ojos y las orejas, ¿estoy insultando los sagrados estandartes de la patria, o solo a quienes los manosean en su provecho? A Mariano Rajoy le ha encantado el himno de la exvocalista de Olé Olé, al ministro del Interior Juan Ignacio Zoido también. Incluso a su pequeño enemigo de Ciudadanos Albert Rivera le ha parecido una maravilla, y ha vibrado. El popular Esteban González Pons, que disfruta de un montón de tiempo libre en el Parlamento Europeo, ha propuesto que Marta Sánchez cante su tema en la final de la Copa del Rey, con cargo al erario público, como Janet Jackson en la Super Bowl, pero sin enseñar la teta. No parece la mejor manera de acallar los pitidos de los nacionalistas vascos y catalanes, que suelen aguarle la fiesta al monarca de turno, pero al menos se desviará la diana.

La chorrada de letra del himno de España de Marta Sánchez es tendencia esta semana en que el Tribunal Supremo ha decidido que el rapero mallorquín Josep Miquel Arenas, Valtonyc, vaya a la cárcel durante tres años y medio por injurias a la corona y enaltecimiento del terrorismo, delitos apreciados únicamente en sus composiciones, no en alguna actividad concreta. Eso sí que es un asunto serio, quitarle la libertad a una persona por una rima más o menos afortunada, que carece de cualquier capacidad de movilización y sin repercusión práctica en la vida real. Una patada contra el derecho a expresarse y a crear que nos retrotrae a los tiempos tenebrosos en que se perseguía el Rascayú de Bonet de San Pedro por considerar que era una sátira sobre el la muerte del Caudillo. A los abuelos que tienen la sartén por el mango no les gustan las canciones que escuchan sus nietos, ergo encerremos a los autores. Una decisión reveladora de la escasa calidad de la democracia española y de la falta de cintura y miras amplias de los encargados de velar por su supervivencia. Porque solo es auténtica libertad de pensamiento si nos molesta, y porque una de las misiones principales del arte estriba en provocar e incomodar al prójimo. Para silenciar a Valtonyc basta una tecla del reproductor de música, ojalá lo tuvieran tan fácil quienes de verdad pelean contra el terrorismo. Pero la justicia sobreactuada, débil con los fuertes y demoledora con los débiles, confunde emoción y acción, y obvia el contexto. Un chaval airado que lanza soflamas contra el sistema es peligroso y debe ser aislado de la sociedad. Sin embargo, nada ha socavado más al Estado y su jefatura que la imagen de todo el aparato en connivencia con Iñaki Urdangarin, el cuñado de Felipe VI, condenado por varios delitos y libre de momento para disfrutar de una vida regalada junto a su mujer, la Infanta Cristina. Es difícil conseguir que con semejante inspiración te quede una canción cuqui. Al fin y al cabo, no todos somos Marta Sánchez.

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