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Espacio abierto

Un gran poder conlleva una gran responsabilidad

Enero de 2009: Barak Obama gana las elecciones norteamericanas. Internet traerá la verdadera democracia la mundo. Las masas, al fin, tienen a su alcance una herramienta para imponerse a las élites políticas, sociales y económicas. Enero de 2017: Donald Trump gana las elecciones ¿Podrá la democracia sobrevivir a internet?

Nos encanta el reduccionismo. La pregunta, planteada por Nathaniel Persily en abril de 2017 y recientemente recuperada, rememora la ya propuesta hace 40 años por el también politólogo estadounidense Jarol B. Manheim: ¿Puede la democracia sobrevivir a la televisión?

Entonces, Manheim apuntaba que la televisión estaba acabando con la capacidad de aprendizaje y análisis de la población, lo que abocaba a una masa desinformada, manipulable y fácilmente influenciable que, además, delegaba cada vez más en la televisión para formarse una opinión política. Ponía entonces como ejemplo que las encuestas decían que Walter Cronkite, presentador de los informativos de la CBS durante 20 años, era el hombre con mayor credibilidad de America.

Ahora nos preguntamos si Internet tuvo la culpa de hacer a Trump presidente y no tardaremos en cuestionar si la democracia podrá sobrevivir a la inteligencia artificial. Sin embargo, es más que probable que el principal reto de la democracia actual en su relación con las nuevas tecnologías no sea cómo poner puertas al campo digital, sino quién es el propietario de los terrenos y si los gestiona de forma responsable.

Las famosas fake-News (noticias falsas) que al parecer influyeron en el resultado de las elecciones no fueron posibles gracias a Internet. Lo fueron gracias a Facebook. Mark Zuckerberg, que dicen que quiere ser presidente de los Estados Unidos, es el propietario de la principal finca de pastoreo. Y, en tanto que propietario, tiene en sus granjas de servidores nuestros datos más íntimos. Si tenemos pareja, hijos, dónde vivimos o veraneamos, a quién votamos o rezamos, qué tipo de informaciones nos paramos a leer?

Esto, que no tendría por qué ser nada más que un problema de custodia de datos, se convierte en peligroso cuando Facebook pone esos datos al servicio de aquellos que quieran pagar por anunciarse en la gigantesca red social. Así, los grupos de apoyo a un político, perfectamente organizados y financiados, crean una página web que simula un medio de comunicación, inventan la noticia "El líder del tal partido político abandonó a su mujer cuando su hija tenía 2 años" y pagan para que Facebook se la muestre a las mujeres jóvenes, con hijos y recientemente divorciadas. Y todo, sin que nadie vigile si esa noticia es cierta o falsa. La manipulación está servida. Y también el dinero: Facebook cobra por difundir una falsedad, la página web cobra de los anuncios de publicidad que acompañan la noticia y que, además, están gestionados por Google, que se lleva una comisión. Hagan cuentas.

Y los anuncios no son la única perversión, claro. Existen programas que crean cuentas de personas falsas, que publican mensajes automáticamente y que provocan tal cantidad de ruido que es imposible escuchar al político explicando lo que realmente piensa.

La principal diferencia entre un periódico y Facebook es que la red social no nació para proteger la democracia. Mientras que todo periódico tiene en su ADN la vocación de servir a la población ofreciéndole la mejor información posible; en los genes del gigante de las amistades se encuentra ofrecer aquello que más interés esté despertando a la mayoría, ya sea verdad, mentira o sencillamente morboso.

La empresa que dirige Zuckerberg es un adolescente de 14 años, nacida en febrero de 2004 empieza a ser consciente de su gran poder y debe, por el bien de todos, recorrer el largo camino trazado por los grandes editores de prensa el siglo pasado y comprometerse con la sociedad a la que dan servicio. Perseguir las noticias falsas o primar las informaciones de cabeceras de reconocido prestigio son solo algunos de los intentos.

Internet no tuvo la culpa de Trump, ni el mérito de Obama. Todo depende, al fin, de quién tiene el poder y qué uso hace de él.

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