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LAS SIETE ESQUINAS

Bilingüismo

Una de las cosas más tristes de estos días de polémicas lingüísticas es leer las descalificaciones -o las simples barbaridades- que se dicen desde los dos lados. A un tuitero le he oído decir que el catalán es un idioma rural que sólo hablan cuatro gatos. Y a otro indocumentado le he leído que no valía la pena estudiar un idioma como el catalán que no servía para nada porque sólo lo hablaban cinco millones de personas (en realidad son diez millones, pero bueno, dejaremos el argumento ahí). Y por el otro lado, he leído -u oído, que lo mismo da- que el castellano es un idioma de cabreros analfabetos obsesionados con la guerra y la sangre. O que es un idioma que debería desaparecer porque está hecho para practicar genocidios (en América Latina, en Cataluña, en Balears, en Valencia). En fin, todo esto se dice cuando la gente expresa lo que de verdad piensa (o lo que "cree" que debería pensar, que es algo mucho peor). Y no nos enteramos de la mitad de cosas que se dicen.

Todo esto es muy grave. El valor de una lengua no se puede medir por el número de hablantes, porque basta que la hablen diez o quince personas para que esa lengua sea el instrumento con que ese pequeño grupo social ha aprendido a entender el mundo. Wittgenstein dejó dicho que todo lo que no puede ser expresado en un idioma humano no existe. Y es verdad. Pero si sólo existe aquello que podemos expresar en un idioma, prohibir o desterrar o censurar un idioma -sea el que sea- supone condenar a la inexistencia determinados aspectos de la realidad que sólo habían sido expresados en ese idioma. Por supuesto que es imposible conservar todos los idiomas del mundo y darles el mismo tratamiento. Papúa-Nueva Guinea tiene 820 idiomas distintos, así que se ha tenido que adoptar el inglés como "lingua franca" que pueda ser entendida por todo el mundo. Eso mismo ocurre en Guatemala, donde se hablan 23 idiomas distintos, todos de raíz maya, y donde el castellano tiene que ser a la fuerza el idioma de uso común para que los vecinos de una misma comarca puedan entenderse. Algunos de estos idiomas -como el itzá- sólo tienen mil o dos mil hablantes y es muy posible que se extingan en pocos años, pero otros, como el quiché, tienen más de un millón de hablantes. Una vez oí recitar al poeta Humberto Ak´abal, que escribe en quiché y se traduce él mismo al castellano, y puedo asegurar que fue una experiencia extraordinaria. Ak´abal me contó que en las lenguas mayas existe el concepto de un hígado verbal, como si las palabras tuvieran órganos internos, o al menos ese órgano interno. También me contó que el kiché admite animales tan extraños como el murciélago-jaguar, o que la palabra "hueso" viene a ser "semilla grande". Esto último es lógico, pero ya me dirán lo del hígado de las palabras, o esa maravilla zoológica -búsquenla fuera del idioma kiché- que es un murciélago-jaguar. Si un día desapareciera el kiché, también desaparecería ese portento de la zoología que nadie ha visto pero que existe -y existirá- en la medida en que sea nombrado por alguien.

Lo que quiero decir es que Humberto Ak´abal tiene que leer sus poemas en castellano, si quiere ser comprendido por sus compatriotas que hablan kaqchiquel o queqchí, y supongo que no desprecia ninguno de los dos idiomas que habla. Por eso -insisto- es un disparate esta especie de disputa lingüística en que hemos vuelto a meternos y que sólo responde a motivaciones políticas. Y es que hay dos sectores empeñados en imponer su monolingüismo y en destruir todo lo que sea bilingüismo o que puede reflejar el bilingüismo. Hace cinco años leí el pregón de la Festa de l´Estendard, en Palma, en un texto escrito en catalán y en castellano. Empecé en catalán y terminé en castellano. Pues bien, me llevé muchos insultos, y algunas almas sensibles me acusaron de escribir en "bilingüe" -un idioma tan extraño como el murciélago-jaguar de los mayas-, hasta el punto de que se olvidaron de citar todas las cosas que yo había dicho, en plena crisis y ante un alcalde del PP, sobre la necesidad de preservar -y más aún, dignificar- los servicios sociales. Para estas almas sensibles, por lo visto, tan preocupadas por el catalán, los servicios sociales eran una minucia que carecía por completo de importancia.

No veo qué hay de malo, aun preservando el sistema de la inmersión lingüística en catalán, en aumentar las horas lectivas en castellano. El mundo no se vendría abajo, desde luego. Ni nadie devoraría el hígado ni el corazón del catalán. Ni los alumnos se convertirían en monstruosos murciélagos-jaguares. Pero está visto que hay gente que lo ve así. Y que se opone a todo lo que pueda considerarse un orgullo. Hablar dos lenguas. Y escribir en dos lenguas. Algo, por cierto, que hace que el mundo sea mucho más hermoso.

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