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El ingenuo

El amor después de los 1.000 polvos

"No lo hacemos como al principio", se lamentó, mientras le compraba su regalo de San Valentín. Y yo, que intento gestionar lo mejor posible eso que el bueno de Gabriel J. Martín define como "soltería saludable", estuve a punto de agarrarlo de la barba y arrastrarlo por las escaleras automáticas de los grandes almacenes. Mi amigo lleva siete años con su pareja y se quejaba de que ya no lo hacían "como al principio". Le desee un largo camino a través del descampado de la soltería, para que aprendiese a valorar la compañía y le restase importancia al sexo.

Nunca he enlazado una pareja con otra. Soy de largas travesías y en el océano que separa un continente de otro me da por reflexionar. Mientras miro el paisaje, bello y monótono a la vez, pienso que le hemos adjudicado un poder tan determinante al acto sexual que cuando la pasión se relaja pensamos que algo se ha quebrado, que el foco ha dejado de iluminarnos, que entramos en una zona en cuarentena, cuando deberíamos empezar a disfrutar de una verdadera relación, no contaminada por sustancias químicas que, aunque las genere nuestro propio organismo, provocan la misma distorsión de la realidad que las fabricadas en laboratorios.

El proyecto de futuro, el compañerismo, la intimidad, la complicidad, son los factores que determinan la naturaleza de una relación, no la cama. Si fuese así, celebraríamos el Día de Eros, no de San Valentín. Aunque ahora que lo pienso, no son incompatibles. Todos sabemos, incluso aquellos que no suman décadas en sus relaciones de pareja, que el deseo sexual no se mantiene de forma natural durante años. Las consecuencias de eso que se conoce como el efecto Coolidge, un patrón de comportamiento sexual que debe su nombre al trigésimo presidente de los Estados Unidos por una anécdota que no voy a narrar aquí -pueden encontrarla en internet- pero que venía a demostrar que el periodo refractario podía aumentar o disminuir dependiendo de si se iba a practicar sexo con la misma pareja o con una nueva.

El deseo sexual es incompatible con la costumbre. Los test de las revistas nos aconsejan que hay que mantener viva la llama de la pasión, como si fuese un monumento a los caídos por España, y justifican que la rutina es un argumento válido para romper la pareja. A todos esos y esas los mandaba a una jaima en medio del desierto, para que supiesen lo que es rutina. Advierto como un fracaso ese sometimiento al puro instinto, sin restarle ni un ápice de su importancia, ojo. He conocido parejas que se sostenían por el sexo, porque los dos miembros funcionaban fenomenal en la cama y las diferencias que existían fuera de ella eran invisibles ante ese deseo. Sin embargo, también he conocido parejas estupendas en las que el sexo no era un castillo de fuegos artificiales. Se espaciaba en el tiempo y, ante la sensación de parecer compañeros de piso, se acababan dejando. Nuestra educación sexual es tan pobre que nadie nos ha explicado eso del sexo después de los mil polvos. O lo que aún es mejor, el amor después de los mil polvos.

Nadie nos ha hablado nunca del valor de la intimidad, como el verdadero soporte de la pareja. Si has encontrado la complicidad, el proyecto común, la confianza, el sexo solo será un complemento preciso y precioso. Pero difícilmente encontrarás lo mismo alterando los factores. Vamos, que jamás arriesgaría el proyecto por una cama mejor y sí cedería una parte de la cama al proyecto común.

Mi amigo me miró y me dijo: "No me extraña que te cueste tanto encontrar pareja. ¿Le sueltas ese rollo a todos los que conoces? Van a pensar que estás fatal. Relájate. No se puede ser tan exigente". Eso me contestó. Él, que unos minutos antes se había quejado de que después de siete años ya no lo hacían como antes.

Hay un diálogo en Antes del amanecer, la película de Richard Linklater, que me resulta perfecto para cerrar esta semana de celebraciones (ajenas) de San Valentín. Es ese en el que el personaje de Julie Delpy afirma: "Cuando antes decías que después de unos años una pareja empieza a odiarse porque ya prevén sus reacciones o se hartan de sus costumbres, creo que para mí sería lo opuesto. Creo que me enamoraré de verdad cuando lo sepa todo sobre mi pareja: cómo va a peinarse, qué camisa se pondrá ese día, qué historia contará en una situación concreta. Entonces sabré que estoy enamorada de verdad".

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