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Norberto Alcover

En aquel tiempo

Norberto Alcover

Tres odios sociales

Cuando retorno a Palma, me encuentro con un artículo de Jorge Dezcallar en este mismo diario, sobre el odio a la ancianidad, que parece tendrá una segunda parte. Técnicamente, Dezcallar escribe sobre una de las enfermedades sociales contemporáneas, llamada "gerontofobia". Que se extiende cada vez más por razones que él mismo describe perfectamente. Pero que en la reunión mantenida en Madrid con una serie de especialistas en crítica cinematográfica para preparar eventos un tanto inmediatos, un joven profesional, y muy bueno él, me comentó en un momento dado que "llevas muchos años metido en harina y la crítica de todo arte es otra cosa, menos analista y mucho más comentarista". Y me puso como modelo a Carlos Boyero, lo que casi me provoca un espasmo crítico. Sin embargo caí en la cuenta del mensaje recibido: eres muy mayor y la novedad te resbala. Vives de memoria, una memoria excelente pero memoria. Tu tiempo ha pasado. Y a un pelo estuvo de añadir "molestas". Gerontofobia profesional, al cabo, gerontofobia.

Tras leer el texto del amigo Dezcallar, a quien desearía ver con mayor frecuencia, recuerdo también que hace un par de meses y a raíz de un libro escrito por Adela Cortina, catedrática de Ética en la universidad de Valencia, caí en la cuenta de otro odio típico de nuestra sociedad que se las tiene de tan solidaria: la "aporofobia" como odio a los pobres. Y escribí en su momento sobre esta desagradable cuestión, a la que se había referido en varias ocasiones el papa Francisco con acritud típicamente suya. Los pobres nos molestan porque nos recuerdan que nosotros somos ricos o, dicho de otra manera, "no pobres" en general. Hablamos de ellos con lamentos por la injusticia social que significan€ pero estamos olvidando el roce con ellos, al tratarlos de verdad, el conocerles tú a tú. Ellos allí y nosotros aquí, en el esplendor en la hierba de la abundancia. Y la verdad es que la gerontofobia y la aporofobia tienen un humus común, como es el incordio que significan estas personas que invaden nuestra felicidad cotidiana por ancianos/viejos o pobres/interrogantes.

Todo lo anterior aumenta de tamaño sociológico con un tercer odio: la "infantifobia". Este ramalazo de purísimo egoísmo consiste en odiar a los niños, a los pequeños infantes. Sobre todo hasta que tienen unos cinco años, cuando ya comienzan a tener cierto margen de autonomía y no tenemos que estar continuamente pendientes de ellos. Excelente texto el editado por Mensajero, con autoría de Fernando Vidal y Javier Vidal Marcial, titulado con el concepto en cuestión. Una cuestión que está ligada en profundidad a la tendencia cada vez más extendida que consiste en no querer tener hijos por razones tan peregrinas como "evitar nuevos seres que carguen con un mundo como el nuestro", sin pararse a pensar que lo mejor sería trabajar por cambiar el mundo en cuestión y formar futuros ciudadanos para una tarea tan positiva. Los niños sobran en la medida en que no tenemos tiempo ni dinero para cuidarlos, pero sí lo tenemos para otras cosas mucho más irrelevantes. Cuando uno piensa en los esfuerzos de ciertas mujeres por quedarse embarazadas, mucho más duros de cuanto suponemos, se te cae la cara de vergüenza ante tamaño dislate. Pero parece que el descenso de natalidad, tan peligroso para occidente, nos importa casi nada y además es peligroso denunciarlo por razones obvias.

Una sociedad que odia a los ancianos/viejos, a los pobres/interrogantes y a los niños/okupas de nuestras vidas, no tiene un futuro halagüeño. Se trata de tres odios que cercenan nuestras mismas piernas históricas en la medida en que los pobres debieran ser nuestra mayor preocupación socioeconómica, los viejos provocarnos un respeto absoluto (todos seremos viejos), y los niños una especie de amor gratuito, porque todos lo fuimos en su día y alguien tuvimos que nos cuidó con eso que llamamos amor. Eliminados estos tres vectores de nuestras responsabilidades sociológicas, nos quedamos nosotros con nosotros mismos y tal vez con alguien más que nos interesa por motivos de cercanía o interés. Porque sin practicar la responsabilidad del universo gerontológico, del mundo infantil y de esa masa tremenda de los pobres descartados, es improbable que alguien, dentro de unos años, proteja a tantísimas personas como nosotros mismos que habremos ingresado en alguna de estas categorías€ de una forma o de otra. ¿También en la niñez? Por supuesto: retornaremos, puede que con un alzheimer, en ese ámbito anciano y nos tendrán que cuidar, atender y, en palabras de Serrat, decirnos paraules d´amor para sobrevivir al abandono:

Siempre, odiar es destructor. Mientras amar construye.

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