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Marga Vives

Por cuenta propia

Marga Vives

Sofía y el "techo de cristal"

Hay un cráter en la luna que lleva el nombre de Sofía. La niña que a los doce años descubrió de manera fortuita que podría llegar a comprender el lenguaje de los senos y los cosenos, tuvo que peregrinar después por media Europa en busca de una Facultad de Matemáticas que admitiera profesoras, porque en Rusia, donde nació, nunca le permitieron ejercer. Sofía Kovalevski inspiró el relato "Demasiada felicidad" de la deliciosa Alice Munro. La Nobel canadiense escribe sobre los últimos días de la vida breve de esta científica del siglo XIX que algo puso de su parte para que se reconociera el acceso de las mujeres a la carrera universitaria, aunque ella misma solo pudo hacerlo tras casarse con un hombre que, según Munro, "hizo lo que supo por decepcionarla".

Siglos antes, Agnodice de Atenas tuvo que travestirse para desafiar una norma que impedía a las mujeres ejercer la medicina. Además de protagonizar el primer desacato desde Eva a las leyes que ponen diques a la curiosidad humana, Agnodice estuvo en el epicentro de la primera movilización que reivindicó la libertad de cada una para decidir sobre su propio cuerpo. Las pacientes a las que atendía irrumpieron en tropel en el juicio en el que se la iba a sentenciar a muerte, por falsas acusaciones de abusos pensando ellos que se trataba de un hombre. "Vosotros no sois esposos sino enemigos, porque condenáis a la que nos devuelve la salud", cuenta Higino en Fábulas que les reprocharon a los jueces. Los atenienses derogaron esa ley.

Los griegos inventaron la democracia, pero eran profundamente machistas, de modo que sus madres, esposas, hermanas e hijas tenían prohibido saber, o por lo menos exhibirlo. Aristóteles, por ejemplo, afirmaba que la mujer era un hombre incompleto. Pitágoras admitía a cualquier persona en su academia, sin distinción de sexo, pero como todo se firmaba a su nombre, no ha sido posible conocer la huella de género de cada uno de sus escritos. Y así es como la Historia se ha ido olvidando muchas veces del papel de las mujeres en el progreso.

Algo así sugería, en los 80, Ruth Bleier, una investigadora especializada en neurofísica que estudió los sesgos por razón de sexo en la estructura, los procesos y el lenguaje de la ciencia. Sus trabajos constatan que a pesar de que siempre ha habido científicas, su actividad frecuentemente no ha sido etiquetada como tal o bien su autoría real ha quedado en el anonimato, ocultada bajo seudónimo masculino o atribuida a un hombre. La universidad de Wisconsin ha puesto el nombre de Bleier a unas becas que incentivan que haya más ingenieras, médicas y biólogas estudiando en sus aulas, porque la ciencia aún es un sector que facilita muy poco el liderazgo femenino.

Hoy esa invisibilidad sigue ahuyentando a muchas aspirantes que buscaban referentes, raíces profesionales en las que hundir las suyas propias; en la UIB, apenas uno de cada diez estudiantes de la escuela politécnica superior son chicas. En Balears, los datos más recientes indican que las mujeres constituyen el 41% del personal universitario docente y de investigación, pero solo ocupan un 22% de las cátedras. En una década el número de investigadoras ha crecido un 62% y representan más del 45% de toda la plantilla dedicada a esta actividad en toda la comunidad autónoma, según el INE. Eso quiere decir que hay casi tantas mujeres como hombres planteando preguntas para acceder al conocimiento del mundo, pero ¿por qué tiene que existir un día dedicado al desagravio o recibir una de ellas un Nobel para que sepamos lo que hacen?

Pilar Roca, catedrática de Bioquímica y directora del departamento de Biología Fundamental y Ciencias de la Salud de la universidad balear, subraya que el porcentaje de alumnas en la Facultad de Medicina de Palma es mucho más elevado que la de alumnos (creo recordar que superaba el 70%) y que también hay más mujeres en las plantillas de los hospitales, "pero la mayoría de jefes de Servicio son hombres". Algo parecido sucede, dice, con la carrera investigadora: "Comenzamos en una proporción muy igualada, pero a medida que vas subiendo puestos en el escalafón te quedas más sola". "Mucha gente dice que eso cambiará con el tiempo, pero no lo hace", advierte.

Ese "techo de cristal" a través del cual ves un futuro posible pero no puedes tocarlo con los dedos está en prácticamente todos los ámbitos del conocimiento y la producción y es una tapadera que tiene mucho que ver con vicios culturales no tan distintos de los que impedían a las parteras griegas formarse en Obstetricia y en Anatomía o a las matemáticas brillantes sobresalir por su labor académica. Proviene del recelo, de un miedo ancestral y su inercia ha empezado a agrietarse desde que se acepta que la curiosidad no tiene límite, ni edad, ni sexo. Sin embargo, todavía no sabemos cómo encajará el enorme contenedor de oportunidades de la ciencia ese cambio revolucionario que ya toca y cómo se evitará en lo sucesivo que para las mujeres siga siendo un raro privilegio tener un cráter en la luna.

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