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La cabeza de Donald Trump

No se trata de pedirla aunque algunos lo deseen, sino averiguar qué podemos seguir esperando a resultas de un funcionamiento frente a cuyo análisis los psiquiatras de allá mantienen, aún a día de hoy, posiciones encontradas.

A mediados del mes pasado, Ronny Jackson, el médico de la Casa Blanca, afirmó que la salud del que es hoy el 45º presidente de aquel país ha de considerarse excelente y los datos aportados apuntan a que, con todo y sus 71 años, seguirá en buena forma el tiempo de mandato que pueda quedarle. Así se presume tras el examen de cuatro horas de duración, y la medicación que toma -estatinas a dosis bajas, aspirina y un complejo vitamínico- no desmiente el optimismo, como tampoco las recomendaciones que se le han hecho: conveniencia de reducir el peso mediante ejercicio físico y una dieta baja en grasas y carbohidratos. No obstante, prosigue la controversia por lo que hace a la oportunidad de un examen psiquiátrico pese a la negativa del portavoz Hogan Gidley quien, al ser preguntado el día 11 de enero al respecto, se limitó a indicar que no lo consideraba necesario para "una mula de trabajo que exige lo mismo de sus colaboradores".

Pese a ello, cabe preguntarse por el equilibrio mental de ese populista de ultraderecha que, desde su acceso al poder, no puede avalar con su comportamiento el equilibrio que debiera presidir las decisiones de quien tiene en sus manos propiciar la paz mundial o, por el contrario, auspiciar el desastre. Las salidas de tono, prejuicios y rigidez de sus planteamientos (son de conocimiento público las posiciones respecto a la inmigración, el cambio climático, la equidad sanitaria o los reiterados enfrentamientos con Corea del Norte), dicen lo suficiente de él y su idiosincrasia aunque, tras conocerse que también olvida con frecuencia el nombre de sus amigos o se repite en demasía, cobra mayor interés la conveniencia de un examen psiquiátrico y de capacidad cognitiva por si de las conclusiones pudiera deducirse la conveniencia del oportuno tratamiento o, en el límite, su dimisión.

La edición de un libro sobre la cuestión, A clear and present danger: narcissism in the age of Donald Trump, en 2016, supuso todo un éxito editorial; sigue levantando ampollas y ha estimulado un debate que aún prosigue entre los profesionales de la psiquiatría, divididos entre quienes consideran imprescindible abordar el tema, u otros que prefieren reservarse la opinión ante la eventualidad de que pudiesen tener problemas en su carrera o, más preocupante, vieran amenazadas (como se ha publicado) su propia seguridad y la de sus familiares. Bajo tal prisma e incluso de llegarse a efectuarse el controvertido examen psicológico/psiquiátrico del mandatario, no existe acuerdo unánime sobre si, en el supuesto de detectarse anomalías, éstas deberían hacerse públicas, porque aunque a la población le asistiría el derecho a conocer si su seguridad y bienestar podrían verse en riesgo debido al estado mental de Trump, a éste no podría serle hurtado el derecho a mantener en privado sus deficiencias, el cual se violaría en caso de publicitarse los hallazgos sin su aquiescencia y, frente a tal dilema ético, las posiciones encontradas no han hallado hasta el presente solución conciliatoria alguna.

En esta tesitura se sigue: un manto de silencio o la toma de conciencia ciudadana si los hallazgos lo hicieran aconsejable. Mientras tanto, el adecuado examen sigue pendiente y únicamente, en un fútil intento por acallar a quienes exigen pruebas de su aceptable estado cerebral, ha sido sometido al llamado "test de Montreal": reconocimiento rutinario, de escasa fiabilidad, con una duración de diez minutos y que, obviamente, no incluye la deseable -a la vista de sus comportamientos- evaluación psiquiátrica que pudiese descartar, entre otras alteraciones a que apuntan ciertos indicios, paranoias y neurosis obsesivas. Se indica que en dicha prueba (repetición de listas numéricas en orden ascendente y descendente, de palabras o capacidad para identificar algunos animales, no sé si guepardos y serpientes de herradura o simples perros y gatos) ha obtenido la máxima puntuación aunque, de ser cierto, no despeja las dudas que otros mantienen al respecto.

El caso es que del funcionamiento mental del susodicho dependen demasiadas variables como para que el tema pueda despacharse a la ligera. Sin embargo, y de someter a exámenes en profundidad las cabezas de él y otros, desde Maduro o Kim Jong-un al mismo Puigdemont, tal vez terminaríamos con el alma en vilo en grado superior al actual y, ante la eventualidad de confirmar en algunos o todos ellos lo que sospechamos, así como nuestra impotencia para cambiar esa realidad que dibujan a su antojo, quizá sea mejor no ir más allá del test mencionado. Ni cifras de más de un dígito ni pasar del mono o el león, en los dibujos, a mamíferos menos conocidos. Por lo que pudiera ser.

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