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Raperos

El rapero Pablo Hasél (no sé si se escribe así) lleva varios años animando en sus canciones a poner bombas, a clavar piolets en la cabeza, a pegar tiros en la nuca, a reventar edificios, a matar periodistas. Los héroes de este rapero son Stalin, Mao, los líderes de Al Qaeda, el fundador de los Grapo, gente así. Ahora se ha juzgado a Pablo Hasél por injurias al rey emérito, Juan Carlos, en un nuevo rap que ha circulado en vídeo por las redes sociales. Antes de escribir esto, he escuchado el rap y no me ha parecido tan injurioso ni tan terrible como se dice. Y conste que Pablo Hasél me parece es un personaje peligroso que tiene un cóctel molotov en vez de cerebro. Si se leen las letras, rebosantes de violencia y de odio ciego, está claro que este personaje tiene un serio problema de orden psicológico. Pero de ahí a meterlo en la cárcel por las letras de sus canciones hay un paso muy peligroso. Ya sé que el asunto es complicado -en muchas letras de Hasél se enaltece el terrorismo y se anima a cometer asesinatos-, pero sigo pensando que hay que ser muy cuidadoso con la libertad de expresión.

El siglo XXI ha demostrado ser una época de una susceptibilidad exacerbada, en la que mucha gente parece echar de menos las prohibiciones y la censura por los motivos más insignificantes. Basta que alguien se "sienta" molesto por un cuadro o una película o un libro o una canción para que de inmediato exija su prohibición. Basta que alguien "crea" que ha sido ofendido o insultado por algo -una idea, una opinión- para que pida a gritos que esa ofensa sea silenciada por los poderes públicos. Por supuesto que siempre han existido las demandas por injurias y los agravios por las opiniones que no nos gustan, pero ahora se está llegando a un nivel de susceptibilidad que no habíamos conocido nunca. Los que hemos vivido en la segunda mitad del siglo XX quizá podremos decir algún día, con dolor y con rabia, que hemos conocido el único momento en la historia del mundo en que uno se podía expresar con entera libertad. Porque esos años fueron en Europa -aunque no en España, por desgracia, hasta la muerte de Franco- unos años de tolerancia en los que parecía haber un consenso unánime sobre la libertad de expresión. Pero ahora parece que hemos dejado atrás esa época. Y quizá dentro de muy poco la echaremos de menos.

Por eso me preocupa que cada vez haya más condenas por injurias y por amenazas. Y repito que las letras de Pablo Hasél -igual que las de Valtònyc o de César Strawberry o de gente así- me parecen histéricas y exageradas. No es verdad que vivamos en un estado fascista. No es verdad que no seamos una democracia de pleno derecho. No es verdad que aquí se practique la antropofagia social. Pero también es cierto que estos raperos han recibido condenas muy severas por unas letras que en realidad no escucha casi nadie, mientras que hay condenados por sentencias muy graves que están viviendo tranquilamente en Suiza. Y eso, se mire como se mire, escuece mucho.

De todos modos, hay una pregunta que me gustaría hacer aquí. ¿Toleraríamos los raps de Pablo Hasél y Valtonyc si en vez de atacar al rey y a los banqueros y a los ministros y al Estado Español atacasen a los inmigrantes y a las mujeres y a los homosexuales? ¿Admitiríamos la incitación al odio y a la violencia que hay en sus letras si otro rapero dijera lo mismo que ellos, sólo que exhibiendo una esvástica en su camiseta e insultando a los homosexuales y a los negros? ¿Y si alguien lo dijera contra las mujeres, animando a pegar y maltratar y a humillar y a violar? ¿Lo admitiríamos? ¿Lo defenderíamos como derecho a la libertad de expresión? ¿O correríamos a pedir que metieran en la cárcel a la mala bestia que decía estas cosas? Y otra pregunta: ¿qué hacemos con los yihadistas que difunden canciones y vídeos animando a matar y a cometer atentados? ¿Les dejamos que lo hagan o les prohibimos hacerlo?

Estas cosas también hay que tenerlas en cuenta, claro que sí. Porque parece ser que hemos de defender la libertad de expresión cuando se trata de gente de extrema izquierda que ataca al rey y a los ministros y al gobierno español, pero nunca cuando se trata de gente que insulta a los "pecadores y réprobos" cristianos (como hacen los yihadistas), o cuando se trata de la gente de extrema derecha que se dedica a difundir amenazas contra inmigrantes y homosexuales. Si la violencia es la misma y las amenazas y el odio son los mismos, ¿por qué unos sí y otros no? Eso, imagino, es lo que todos deberíamos plantearnos. Y el problema, sí, es complicado, muy complicado.

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