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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

El atrevimiento de la ignorancia

Libertad de expresión no significa libertad para insultar, ni injuriar, ni calumniar, ni enaltecer el terrorismo

Es muy conocida y manida la frase de Baroja "el carlismo se cura leyendo y el nacionalismo, viajando". No estoy seguro de que sea una frase muy perspicaz. En lo que se refiere a la lectura y al carlismo, al ser un fenómeno específicamente español, es difícil establecer comparaciones con otras manifestaciones foráneas de conservadurismo que puedan considerarse homologables. Al mismo tiempo, la apelación a la lectura no garantiza nada, pues también depende de la previa predisposición emocional del sujeto la orientación de sus lecturas; y no toda lectura es portadora de las semillas capaces de hacer brotar en la mente cerrada renuevos liberales. Ya se sabe, es lo que enseña la física y la química, de la inclinación de las sustancias por establecer relaciones con sus afines. Por lo que afecta al viaje y al nacionalismo, tampoco me parece que el antibiótico del viaje sea receta infalible contra el bacilo del nacionalismo, sea catalán o español, algo crecido este último como reacción al independentismo. Recuerdo que, en el tardofranquismo, cuando empezó a eclosionar el llamado eurocomunismo, uno de los viajes preferidos entre los que querían encajar comunismo, libertad y autodeterminación, era a Yugoslavia, a vivir la experiencia del llamado comunismo autogestionario que, como se sabe, acabó como el rosario de la aurora, en guerra y genocidio, en pleno paroxismo nacionalista. Y centrándonos en la actualidad, la huida de Puigdemont a Bélgica no ha sido amparada ni por liberales ni por socialistas, sino por los nacionalistas flamencos de extrema derecha del Vlaams Belang y por algunos del más moderado N-VA. Es como si leer y viajar consistieran únicamente en finas capas de lo que podríamos llamar construcción civilizatoria. Pero finas capas que se superponen a la gruesa capa de la bestia emocional. Es por eso que la delgada piel de la civilización requiere de tantos cuidados. En menos de lo que canta un gallo puede rasgarse y dejarnos en manos de la barbarie.

Pero existen ejemplares humanos en los que incluso la fina capa civilizatoria no ha existido nunca. Es el caso de los ignorantes. El ignorante es el que no sabe. El que sabe tiene algunos conocimientos sobre en qué consiste la realidad; por lo que, para moverse en ella, toma precauciones; la sabiduría le aconseja prudencia para desenvolverse en el seno del mundo. Esto lo saben muy bien los militares. Para enfrentarse con alguna posibilidad a un adversario es obligado conocer a fondo su psicología y una información exhaustiva de su territorio, su economía, de la totalidad de sus recursos. El que no sabe, el ignorante, si no es un ser miedoso, si está dominado por la pulsión del reformador o del revolucionario, se convierte en un atrevido, en un temerario. Y acaba mal.

El atrevimiento del ignorante lo personifica ese rapero apodado Valtonic, Josep Miquel Arenas, apoyado en sus diatribas por buena parte del nacionalismo patrio. En sus ripios, según la Audiencia Nacional, se calumniaba e injuriaba a la Corona y se enaltecía el terrorismo del GRAPO y ETA y se humillaba a sus víctimas; se le condenó a 3 años y seis meses de prisión. El Tribunal Supremo (TS) examinó, el martes 30 de enero, el recurso presentado, previo a la sentencia firme. El rapero ha considerado que le van a mandar a prisión (poca fe tiene en su recurso) "por opinar, por señalar a culpables y porque España era y sigue siendo un Estado fascista donde se reprime y persigue a la gente", que ahora "el TS decide si me merezco compartir celda con gente que ha matado, robado o violado". Sobre lo primero hay que decir que libertad de expresión no significa libertad para insultar, ni injuriar, ni calumniar, ni enaltecer el terrorismo, que son delitos contemplados en todas las democracias. Confundirla con libre expresión de odio es propio de ignorantes. Decir que España sigue siendo un Estado fascista es, simplemente, no tener ni idea de lo que es un Estado fascista. Pero es más grave, es banalizar el fascismo, que, además de desencadenar una guerra mundial con decenas de millones de muertos, asesinó a millones de personas a las que consideraba como infrahumanas, judíos, gitanos, homosexuales, por el simple hecho de su condición. España puede ser una democracia defectuosa, pero sólo desde el fanatismo, el odio, o desde una desconexión absoluta de la realidad y el significado de las palabras se la puede calificar como un Estado fascista. Respecto a la compañía carcelaria, la experiencia de compartir celda con un nacionalista, Jordi Sánchez, ha sido, ésta sí acreditada, insoportable.

El gran drama de la convivencia consiste en concebir una sociedad al gusto de unas ideas políticas cerradas, las utopías; el intentar, como en Cataluña (también en Balears), que la sociedad sea como quieren algunos (uniforme, identitaria, monolingüe, independiente) en vez de cómo es (plural, de identidades compartidas, bilingüe). Gabriel Rufián fue el que dijo que los catalanes prefieren ser el doble de pobres con tal de ser independientes. Es cierto que algunos catalanes, nacionalistas, puede que alberguen este sentimiento (muy emparentado con el numantinismo, el suicidio de Sardanápalo, la pulsión de muerte), fruto de la agitación demagógica y romántica de sus dirigentes; seguro que es sincero y no impostado, pero sólo nos indica cuán grande es su ignorancia y su fanatismo. Y del peligro que entraña para los que no lo compartimos.

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