Estas últimas semanas hemos asistido a dos hechos relacionados directamente con el obispado de Mallorca y más exactamente con su economía diocesana. Ambos reabren el espinoso tema de hasta dónde punto debe susceptible de ser vendido como privado el patrimonio religioso.

Patrimonio que detenta una difícil tasación, producto de donaciones hechas a lo largo de los siglos por fieles, tanto colectiva como privadamente. Nada que objetar, si bien es cierto que las "donaciones" colectivas eran muchas veces favores del poderoso de turno. Si a eso le añadimos las inmatriculaciones discrecionales que en el útimo decenio en España se han producido (tan sólo el obispado de Mallorca, unas 200), nos encontraremos ante un todopoderoso propietario de fincas rústicas y urbanas: la Iglesia católica.

Por otro, la acelerada laicización de Occidente la ve abocada a una lenta extrangulación económica que hace inasumible el digno mantenimiento de su vasto patrimonio. Ya no se dan las antiguas dádivas en los testamentos. La falta de vocaciones en conventos -a diferencia de los hombres, las mujeres pierden todo su patrimonio al consagrarse mediante los tres votos- ha sido otro acicate negativo para el balance económico de la Iglesia.

Desde un punto de vista historiográfico, el hecho que dictó sentencia en su día en contra de la concentración de bienes religiosos fueron tres, y casi simultáneos: la eliminación del absolutismo como régimen político, las diferentes desamortizaciones agrarias de corte liberal acaecidas en el viejo continente a lo largo de los siglos XVIII y XIX y las progresivas supresiones de diezmos de origen feudal que en nombre de Dios cobraban muchos obispados europeos. Ello ahogó económicamente a la Iglesia católica europea en su conjunto, si bien aún conservó muchos de sus privilegios.

Constatado el problema (la falta de pecunio), ¿qué? Esa es la pregunta.

Pues primero, deberíamos ver cómo encaran económicamente hablando otros credos su existencia. Abrir la mente suele ser una buena práctica. Vemos cómo en otras confesiones cristianas -los católicos no somos los únicos creyentes en Jesucristo- sus respectivas iglesias acompañan con paso más firme a la sociedad que los rodea, y esta les apoya.

No verán templos tan vacíos en Inglaterra, Estados Unidos, Escandinavia e incluso Alemania. Como mínimo, tan vacíos como lo están en la Europa meridional. Ni mucho menos en la calvinista Suiza, el país de tres religiones y cuatro cantones lingüísticos. Ni tampoco iglesias tan escasas de recursos como la católica a día de hoy.

La equiparación de la mujer al hombre en los máximos órganos de decisión en la Iglesia anglicana, el concepto protestante de comunidad religiosa -muy diferente al latino, donde la opacidad es norma- su cada vez mayor mayor transparencia económica, su implicación real en los problemas de la sociedad civil (sida, homosexualidad, pobreza, racismo, misogínia) hacen empalidecer al Vaticano.

También la correcta ultilización de la tecnología -misa de pago en televisión por satélite, una idea discutible pero potente- así como la elaboración de acitvidades más sociales que religiosas ayudan a la caja de las diferentes confesiones cristianas no católicas existentes en el mundo. Un buen ejemplo de ello son los predicadores norteamericanos, asiduos visitantes de prisiones y muy especialmente de los llamados "corredores de la muerte", ganando adeptos día a día entre las familias de los reos.

Para acabar, un dato no baladí: las acciones patrimoniales y económicas no las llevan cargos religiosos, sino normalmente ya se contrata a rigurosos profesionales. Economistas, corredores de patrimonio de reconocido prestigio, brókers de bolsa debidamente identificados por las autoridades financieras... todos trabajando con un mismo fin: la diocésis no debe sufrir.

Quizás la solución no sea vender, sino abrirse a otras personas y profesionales en el ejercicio de la gestión económica. La cual cosa quizás conllevaría a rectificar y mejorar de tal manera la situación económica de la caja episcopal de tal guisa que no se deba poner en el mercado ningún otro activo del obispado de Mallorca. La clave está en si éste último decide dar el paso.

* Llicenciat en Història Contemporània