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La tercera columna

Neorruralismo

Estados Unidos, Gran Bretaña y Cataluña, han triunfado las tesis electorales de la población rural. Ha sido irrelevante que las grandes áreas metropolitanas hayan apostado por opciones ortodoxas o predecibles. El éxito de Trump se asentó sobre la mayoría de estados cuadrados que aglutinan al mundo rural norteamericano, lejos de las zonas más habitadas situadas en sus costas este y oeste. Pese a que obtuvo dos millones de sufragios menos que su contrincante, arrasó en los votos por circunscripciones. Con ocasión del referéndum del brexit, el mapa de apoyos a la permanencia se situó también en las grandes urbes, predominando la salida de la Unión Europea en los pequeños condados. En los últimos comicios autonómicos catalanes, la mayoría independentista se logró en el medio agrario o en comarcas no urbanas, consiguiéndose la victoria constitucionalista en la Tabarnia industrial y comercial.

Este escenario se produce en momentos en que las sociedades occidentales se encuentran por regla general más conectadas que nunca, tanto en sus entornos prósperos como en los menos desarrollados, donde predomina el sector primario o donde lo hace el terciario. Aunque aún existan territorios alejados de las redes, la diferencia entre regiones es cada vez menor, y desde luego nada que ver con épocas recientes en que el panorama urbano y el rural resultaban sencillamente incomparables.

Aunque no resulte sencillo desentrañar la razón por la que se produce este fenómeno, la detenida observación de la realidad nos permite aventurar alguna conclusión. Por un lado, está el carácter precavido de los distritos rurales, tendentes a la desconfianza y alérgicos por definición a las novedades que no traigan causa de sus costumbres. En cualquier nación, esta es una manifestación genuina de las localidades campesinas. Por otro, debe subrayarse el efecto del populismo en esos censos, indudablemente más vulnerables que en las grandes ciudades, aunque se trate de un trastorno que no conoce de límites en las democracias actuales. A diferencia del mestizaje e internacionalidad de las metrópolis, el campo prefiere habitualmente el ritmo tradicional sin riesgo, el vecino de toda la vida y un clima de seguridad sobre "lo de siempre".

No hay aquí ningún espíritu conservador, aunque lo parezca, sino una actitud a la defensiva, que es cosa muy distinta. De ahí que la elección rural estadounidense haya ido hacia una ruda propuesta nacionalista, populista, autárquica y reaccionaria ante la evolución de la economía del mercado contemporánea. Lo propio ha sucedido en el Reino Unido, con una campiña británica arraigada en sus melancólicos modos ancestrales y refractaria de cualquier asunto que proceda más allá de la niebla del canal, obligando a que el continente europeo quede aislado. En Cataluña, la defensa a ultranza de un statu quo clientelar tejido durante décadas en las comarcas del interior ha facultado un soporte a las formaciones políticas que lo han organizado y mantenido a lo largo de ese tiempo, dando la espalda a planteamientos de futuro abiertos y sensatos, ajustados a la realidad del momento.

Gran dilema se presenta en occidente si las grandes decisiones se continúan adoptando bajo estos esquemas neorrurales. Algo deberá hacerse para disuadir de los peligros de esa óptica, trabajando por difuminar las desigualdades que continúan existiendo entre lo urbano y lo que no lo es, especialmente en los esquemas mentales.

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