El mundo de los biempensantes se ha indignado con Apple porque mediante las actualizaciones de software ha ralentizado supuestamente los iPhone antiguos para optimizar sus baterías: van más despacio para no pararse.
Esta táctica merecerá o no condena, según cual sea el criterio de evaluación que se utilice, pero lo cierto es que desde hace bastante tiempo hemos claudicado ante una evolución tecnológica que nos obliga imperativamente a renovar los artefactos mucho antes de que lo que parecería natural por la propia fatiga de los materiales. El caso más patente es el automóvil: se ha abierto paso el consenso de que es preciso renovar el parque en periodos cada vez más cortos para contaminar menos y lograr más eficiencia energética. Dentro de poco, los vehículos diésel ya no podrán ni siquiera entrar en las ciudades€ En el caso de la telefonía móvil, el cambio de terminal ha de acompasarse a la innovación del operador. El G5, que sustituirá al G4, ya planea en el horizonte€
En cualquier caso, el dilema es evidente: o acompasamos el progreso tecnológico o estaremos obligados a renovar un conjunto de accesorios que nos vinculan al mundo, el teléfono y el automóvil en primer lugar. Y quizá haya innovaciones que no compensen tanto revuelo€ La vida humana es una progresión infinita pero quizá haya que hacerla por etapas€ Deberíamos meditar sobre todas estas cosas antes de subirnos a la vertiginosa rueda de la modernidad.