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Churras y merinas electorales

Hace diez días que entramos en este 2018 y a muchos ya nos ha dado tiempo de traicionar varias veces los propósitos que hicimos para el nuevo año. Ya saben: eso de comer mejor, hacer deporte, dejar de fumar o aprender inglés. Cuesta mucho que un desideratum se convierta en hábito, casi el mismo esfuerzo que abandonar los que ya tenemos adquiridos. Dejar de hacer las cosas como las hemos hecho siempre no resulta sencillo. Una costumbre que -con toda seguridad- mantendremos este año es hablar de Cataluña.

Falta justo una semana para que se constituya un nuevo Parlament, con Ciudadanos como partido más votado, pero con mayoría de diputados independentistas. Algo más del 47% de los votos, mayoría absoluta de escaños. Un desequilibrio que -haciendo autocrítica- no siempre explicamos bien, tal vez porque es complicado hacerlo. Por eso, muchos acaban atribuyéndolo a la ley d'Hondt, cuando en realidad tiene mucho más que ver con las circunscripciones electorales. ¿Cómo puede ser que no se corresponda el porcentaje de votos con el de escaños? Pues vamos a intentar entenderlo.

Pondremos ejemplos de las útimas elecciones autonómicas en Balears, que nos resultan más cercanos. La ley d'Hondt debe su nombre al jurista belga que ideó este sistema a finales del siglo XIX. Básicamente, consiste en otorgar mayor representación que la estrictamente porcentual a los partidos más votados a costa de quitársela a los minoritarios. Esto se hace para evitar la excesiva fragmentación de los parlamentos y que no haya multitud de pequeños partidos con un solo escaño, que probablemente convertirían un territorio en ingobernable. Esto explicaría por qué el PP de José Ramón Bauzá obtuvo veinte escaños con 121.981 votos -cada escaño le costó 6.099 sufragios- y Guanyem les Illes Balears de Manel Carmona se quedó sin representación parlamentaria con 7.105 votos. Sobrerepresentamos al grande a costa de infrarepresentar al pequeño. Estos dos partidos se presentaron en todas las islas, esto es, en todas las circunscripciones electorales.

Pero lo que realmente marca las diferencias son las circunscripciones. Es decir: en lugar de votar los 59 diputados de nuestro Parlament entre todos los ciudadanos de Balears, los elegimos según cuotas asignadas a cada isla, sin respetar la proporcionalidad de su población. Eso significa que para conseguir un diputado en Mallorca hacen falta muchísimos más votos que en Formentera. El ejemplo claro en los comicios de 2015 es Ciudadanos, que sólo se presentó en Mallorca: tiene dos diputados con 25.317 votos, mientras que Gent per Formentera tiene uno con 2.005 sufragios. Eso significa que 2.000 votos formenterenses valen lo mismo que 12.658 sufragios mallorquines: seis veces más.

¿Es esto justo? Pues yo diría que no, porque considero que todos los ciudadanos de -en este caso- una comunidad, tenemos el mismo derecho a que se nos escuche. No creo que mi voto, por el simple hecho de vivir en Mallorca, tenga que valer seis veces menos que el de cualquiera que resida en Formentera. Por eso creo que debería haber una circunscripción única. Los que defienden circunscripciones separadas lo hacen porque consideran que quienes deben estar representados son los territorios, no los ciudadanos. Porque creen que los intereses de Formentera están mejor defendidos con un diputado propio en la Cámara autonómica.

Como ven, tanto la ley d'Hondt como las circunscripciones distorsionan la relación de proporcionalidad pura entre votos y diputados, pero lo hacen en medidas muy diferentes. Mientras que la primera supone una diferencia de poco más de mil votos por cada escaño en Balears, las segundas hacen que unos partidos necesiten 10.000 sufragios más que otros para conseguir un diputado. Ahora, trasladen esto a Cataluña. Barcelona elige 85 de los 135 escaños, pero allí viven cinco millones y medio de los siete millones y medio de habitantes de Cataluña. Es decir, que el resto de territorios están sobrerepresentados. Cuesta mucho menos sacar un escaño en Lleida que en Barcelona, cosa que beneficia a los partidos con más presencia en las zonas rurales -que son en su mayoría independentistas- y perjudica a los más arraigados en grandes ciudades y zonas de población más concentrada como el cinturón industrial de Barcelona -donde los partidos constitucionalistas o unionistas han sacado mayoría-.

Son ustedes quienes deben juzgar qué les parece más apropiado, si mantener el sistema de asignación de escaños por territorios o cambiar a uno en que se respete -más o menos corregida- la máxima de un hombre, un voto. Para ello, sería necesario un cambio en la ley electoral, que algunos vienen pidiendo desde hace años. Decidan si es más importante representar a las personas o a los territorios. O si las diferencias en el valor de los votos deberían medirse por lo reflexionados que están o la formación de quien los emite en lugar de por el sitio en el que vive. Pero lo más importante es no confundir churras con merinas.

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