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Verdad y prensa

Steve Bannon fue el jefe de campaña de Donald Trump y su principal estratega electoral. Un maestro de las redes sociales y la niebla del reaccionarismo, y si digo niebla es por su habilidad para colarse por cualquier entresijo o resquicio. Internet hace maravillas: benéficas y maléficas. Bannon fue un aliado, un cómplice, un consejero de Trump, y con su poderosa habilidad en las redes intervino -o eso se decía- en la campaña del Brexit británico -obviamente a favor- y si no recuerdo mal, en las elecciones francesas. Como los piratas rusos pero desde la ortodoxia del poder y a cara descubierta. Trump lo nombró miembro del Consejo de Seguridad y luego lo despidió. Algún día se sabrá por qué, pero no es raro pensar que el ayudante intentara subirse a la chepa del jefe. Y buenos son los políticos en cuestiones de piel, o sea de susceptibilidad. Suelen tenerla más fina que Popea, la mujer de Nerón que se bañaba en leche de burra para conservar la finezza epitelial.

Ahora Bannon ha dicho que el hijo de Trump es un traidor y un antipatriota por haberse reunido con agentes rusos. De paso ha insultado a su hermana Ivanka, la favorita de Trump. El emperador del pelo alambicado ha montado en cólera y ha sentenciado: "Cuando lo despedí no solo perdió el trabajo, también perdió la cabeza". Y uno se pregunta si la cabeza ya la tenía perdida cuando trabajaba para Trump, o si ahora está diciendo la verdad que antes callaba. Cuando las mentiras, como ocurre en nuestra época, no dejan ver la verdad de los hechos, las preguntas tampoco tienen respuesta. ¿Era Bannon bueno antes y ahora es malo? ¿Era Bannon bueno ahora y antes? ¿O fue malo siempre, sólo que ha cambiado el objetivo de sus intereses?

Otro presidente, esta vez de Francia, desea intervenir en la metafísica de la verdad y ha decidido redactar una ley en contra de la propagación de las noticias falsas en internet. Sólo durante los períodos electorales; Macron sabe que no pueden ponerse puertas al campo. Parece un buen comienzo, aunque no sepamos si la travesía de esa intención puede -a estas alturas de la posverdad, el relativismo y otras maniobras de la falsedad- llegar a buen puerto. Macron ha asociado esa ley a las redes sociales como principal fuente de bulos, fantasías, realidades paralelas y mentiras con voluntad de verdades. Veremos. Porque cuando eso ocurre, deberíamos preguntarnos hasta dónde llega también la responsabilidad de la prensa. ¿Hasta dónde hemos llegado? Y si la realidad y su reflejo en prensa no son muchas veces más que pura distorsión, ¿es porque no podemos escapar de la contemporaneidad -decía Borges que ser contemporáneo era una maldición ineludible-, o porque todo vale a la hora de vender periódicos? Me refiero a periódicos que no se venden, como ocurre ahora. Pues todo este desbarajuste coincide con la gran crisis de la prensa de papel y su difícil acoplamiento con las ediciones digitales y las distintas corrientes de información y desinformación que saturan la red. Quien sepa cómo resolver este asunto se hará de oro, pero de momento hay posverdad -que es el nuevo nombre de la mentira con yelmo de caradura- en la prensa como en las redes. No sólo en las redes, como apunta Macron. Supongo que no le queda más remedio: se le echarían encima y de qué manera.

No vayamos tan lejos. Se ha resuelto esta semana un crimen cometido hace meses, que despertó el morbo del país. Nada como un misterio para hacerse el interesante; es decir, para demostrar con medias palabras que uno -en este caso el sujeto son los periódicos- sabe más que otro, o sabe más que nadie. Y como el crimen seguía sin resolver, las informaciones se desplazaban hacia el entorno familiar de la desaparecida. Que ha sido observado y despedazado hasta límites que deberían ser inconcebibles, pero que ahora son, por desgracia, norma. A menudo por los mismos periódicos y cadenas de televisión que después -una vez resuelto el crimen- se han rasgado las vestiduras y donde dijeron digo, dicen ahora diego, como si fueran otros los responsables del desmán. Es sólo un ejemplo y lo es porque es el que cae más cerca y parece que nada más existiera estos días. Pero los hay a miles y sin tanto morbo, ni apariencia.

De hecho son los que carecen de morbo o apariencia los más perniciosos: se cuelan en la sociedad como la niebla ideológica de Bannon. La que tanto contribuyó a que Trump llegara a la Casa Blanca. Y es que en el fondo, mentir no es más que un arma para obtener -o detentar- el poder. La verdad no importa frente a la ambición del césar, sea éste humano o de papel.

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