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Poetas

Ha habido estos días cierto eco del encuentro entre dos mises: la de Israel y la de Irak, que se hicieron un selfie juntas. La consecuencia de esta fotografía fue que a Miss Irak empezaron a lloverle amenazas e insultos y su familia ha tenido que abandonar el país, temerosa de ser asesinada. Así las gastan los hombres y las culturas cuando se tensan y extreman. Lo mismo ha ocurrido -me refiero al eco, no a la violencia ni a las amenazas- con el encuentro entre dos poetas españoles -aunque uno, no lo sé, quizá se considere de nacionalidad distinta-. Me refiero al andaluz Luis García Montero y al catalán Joan Margarit. Gran eco y despliegue informativo.

Eso está muy bien porque los encuentros entre poetas suelen ser más importantes que los encuentros entre políticos -el lenguaje de aquéllos trata lo esencial y el de éstos lo efímero- y desde luego son siempre más importantes que una tertulia televisiva o cualquier chalaneo entre "famosos". Pero sospechamos que el eco de ese encuentro no tiene su origen en los versos de ambos y sí en el hecho de que uno sea andaluz y otro catalán; de que uno escriba en castellano y el otro lo haga en catalán. En estos momentos, digo, donde la tensión es superior a la felicidad.

O sea que el eco que ha encontrado esta lectura de poemas a dos tiene su origen en la política y no en la literatura. Y dentro de la política en la voluntad de pacificación, de normalización a través de la poesía. De hecho había políticos en esa lectura: tres o cuatro, recuerdo ahora y alguno de ellos expresidente de gobierno. ¿Cuántos políticos locales encontraríamos en una lectura de poesía en Palma, por ejemplo? Pues no se sorprendan porque encontraríamos a más de uno, no necesariamente juntos. Pienso en Ramón Aguiló -aunque ya esté retirado del protagonismo público-; pienso en Bárbara Galmés; pienso en Damià Pons -cocinero antes que fraile-; o en Francina Armengol, la Honorable Presidenta. A los cuatro los he visto en asuntos poético-literarios y sin preguntar ninguno de los cuatro "¿dónde está mi asiento?". Un detalle más significativo de lo que pueda parecer a simple vista.

Volvamos al encuentro entre los dos poetas y su eco. Todo eso está muy bien ahora, pero no lo ha estado antes. Y precisamente porque antes no ha estado bien, ahora se intenta que lo esté. Aunque siempre está mejor que no haya heridas que restañarlas -qué medieval suena este verbo-, el hecho de restañar heridas corresponde a que antes se produjeron. Vamos a ver. ¿Cuántos poetas de la Península se preocuparon o interesaron por la poesía que se escribía en castellano en Balears o en Cataluña? Bien pocos. ¿Y en catalán? Menos aún. Y ¿cuántos poetas catalanes hicieron lo mismo con sus colegas de ciudad o tierra pero no de lengua? Pocos y decreciendo hasta llegar al grado cero. Digo grado cero porque el proceso ha sido gradual y acelerado (en los 70 y primeros 80, esto no ocurría y sí lo contrario). Ahora se intenta salvar lo destruido -cosa muy loable- pero se podría haber pensado antes. Y no descarten el asunto creyendo que eso es cosa de poetas, no, no lo es. Pregúntense cuántos libros de poesía leen al año y luego decidan donde nace el desentendimiento. Los poetas -lo escribió Mallarmé- cuidan del lenguaje de la tribu y si cualquiera de nosotros sabe hablar y comprender bien el sentido de las palabras y las cosas, al fondo siempre está la poesía y estamos en deuda con ella.

Pero volvamos al origen con algunos ejemplos. Hace veinte años fui invitado a un encuentro entre poetas y escritores de las dos lenguas que se celebró en Sitges. Lo organizaba una institución pública catalana. Me dijeron la lista de nombres y al no oír el nombre de ninguno de los de Barcelona -de los que escriben en castellano, quiero decir- pregunté por ellos. Pregunté por Marsé, por Vila-Matas, por Luis Goytisolo... Di más nombres, pero la respuesta fue la misma: no los hemos invitado; a ninguno. Argumenté que tal vez fuera indicado para subrayar la convivencia cultural entre las dos lenguas -este era, decían, el objetivo del encuentro- que asistiera alguno de ellos y añadí que algo tendrían que decir al respecto. Quien representaba a la institución me contestó que no se contemplaba. Entonces, tras agradecer amablemente su invitación, la decliné por pura solidaridad. Algo parecido ocurrió cuando Cataluña fue la invitada de honor en la Feria de Frankfurt. El ninguneo político a los "escritores en castellano" de la cultura catalana fue total.

Pero en todas partes cuecen habas y no vean en esto una voluntad de equidistancia: a cada uno lo suyo, que es diferente. Los libros de narrativa catalana traducidos al castellano suelen interesar poco a los lectores de la Península (Margarit es una de las escasas excepciones, como el bilingüe Gimferrer es otra), precisamente por esa causa. A veces, incluso, se los contempla con cierto desdén: he visto despreciar la literatura de Joan Perucho tildándola de "peruchada" por uno de los críticos más influyentes del país (por supuesto desenvainé el florete e hice que el energúmeno se tragara sus palabras). En fin, para qué seguir sería la expresión adecuada, pero no la necesaria. Ahora más que nunca debemos seguir hasta llegar -cuanto antes- a que hacerse un selfie dos mises -una israelí y otra árabe- no suponga una rareza, ni peligro alguno para la más débil y su familia. Llegar -cuanto antes- a que leer dos poetas del mismo país en distinta lengua no sea noticia, ni motivo de alegría, ni de crónica de prensa, ni de artículo dominical, ni de nada que no sea la poesía sola. Normalidad se le llama a eso y nos está haciendo demasiada falta. Aunque únicamente sea para ser raros, complicados y anormales, pero sólo a cuenta de uno mismo.

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