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Jose Jaume

Desde el siglo XX

José Jaume

Desfondamiento nacional

España está instalada en otra de sus tristes etapas de pesimismo; salvando las distancias la situación guarda similitudes con la vivida después de 1898, tras la pérdida de los restos del imperio colonial

España está instalada en otra de sus tristes etapas de pesimismo; salvando las distancias la situación guarda similitudes con la vivida después de 1898, tras la pérdida de los restos del imperio colonial.

Rajoy preside un Gobierno inane, que asiste, paralizado, a una profunda crisis político social, que tiene su correlato en una ciudadanía consciente de que nuevamente España se ha deslizado por la tantas veces recurrente en su historia moderna pendiente de desmoralización e incertidumbre. Están concernidas las instituciones del Estado. Sus poderes fundamentales: ejecutivo, legislativo y judicial. La completa pérdida de influencia internacional no es más que una de las nefastas consecuencias de la incapacidad del Gobierno de Mariano Rajoy para hacer valer el peso que enfáticamente se afirma que a España corresponde. La lección que ofrece Portugal es especialmente dolorosa: posee una prestancia en el mundo incomparablemente superior a la española.

Cuando en 1898 se perdieron los restos del imperio colonial: Cuba, Filipinas, Guam y Puerto Rico, entramos en un período de desfondamiento que llevó a un político regeneracionista de la época, el aragonés Joaquín Costa, a reclamar un "cirujano de hierro" y exigir que el sepulcro de Cid quedase cerrado "con doble llave para que no vuelva a cabalgar". Cuando vuelve a asomar, a rebufo de la cuestión catalana, el siempre tosco y hosco nacionalismo español bueno es tener presente lo dicho por Costa, un político aplastado por el pesimismo que presidió la época que le tocó vivir.

Esencialmente no son tan diferentes 1898 y nuestro tiempo. Les separa un largo y terrible siglo, pero el actual desfondamiento, que da inicio con la forzada abdicación del rey Juan Carlos, impelido a abandonar para establecer el cortafuegos que salvara a la Corona, se asemeja y no poco al que se instauró en España al iniciarse el pasado siglo. Juan Carlos de Borbón, el llamado "motor del cambio", el icono de la Transición, tuvo que ser apartado con escasas contemplaciones. Ahí se certificó que España entraba de lleno en el período de desfondamiento abierto por el marasmo económico.

Algunos dicen que nos creímos mejores de lo que éramos. Tal vez, pero la realidad actual es la que tenemos: España está paralizada, sin pulso. Otra vez sin pulso. El presidente Rajoy y su Gobierno ofrecen la imagen de lo que pretenden: sobrevivir. En el caso del primero hacerlo para evitar que en algún momento le pueda alcanzar el brazo de una Justicia desmediada e intervenida, pero que sigue manteniendo la suficiente capacidad de actuación para que algún magistrado en un determinado momento pudiera situar a M. Rajoy ante sus múltiples responsabilidades. Es la corrupción, su posible alcance, la que aferra al cargo al presidente, sin que parezca importarle que el desfondamiento derive en toda una crisis de Estado.

2018 verá, si los dioses benévolamente lo autorizan, el 40 aniversario de la Constitución. Llegaremos a la efemérides preguntándonos otra vez, una vez más, por el verdadero ser de España. Y otra vez es Cataluña la que fuerza la interpelación. Los males de España son viejos conocidos, los de siempre, los que en algún momento de las décadas precedentes se pensó que se habían conjurado; ahí estaba Europa para garantizárnoslo. Vemos que no es así, que los familiares demonios que recurrentemente nos han atormentado siguen presentes: nunca se desvanecen.

Ante todo ello parece que la única opción alternativa que se ofrece es la de recuperar el añoso nacionalismo español, presentado envuelto en el celofán del discurso de la igualdad de derechos de todos los españoles, el de la indivisible soberanía nacional. Poca oferta, pese a su incuestionable atractivo y no menos falsa argumentación.

El pesimismo generalizado con el que llegamos a las elecciones catalanas del día 21 es la antesala de cambios profundos en la vida institucional española. El estancamiento, el estado predilecto de M.Rajoy, no es prorrogable.

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