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Las buenas personas

Cuidado con ellas, me refiero a quienes se arrogan el derecho a autoproclamarse "buena gente", esa expresión tan resbaladiza. Sobre todo, si estas personas de buen corazón proponen estupideces sin dejar de lagrimear de emoción. La emoción legítima de las buenas personas, de los puros de espíritu que jamás harían daño a nadie. Siempre con el corazón, palpitante de buenas intenciones, por delante. Las buenas personas, tan convencidas ellas de su bondad intrínseca y de sus ideas tocadas por mano divina, no contemplan que alguien ose poner en entredicho sus propuestas angelicales. Su maniqueísmo es tan de libro que, por descontado, quienes discutimos o criticamos a estas personas que, según ellos, y debido a su bondad infinita se sitúan de forma automática en las afueras de la crítica, no somos más que unos desalmados, insensibles, agresivos y demás epítetos que buscan desautorizar al atrevido. El propio Junqueras llamando a las fuerzas del bien con el santísimo objetivo de derrotar al mal. Sin duda, el siempre afilado, divertido e irreverente Ramón de España, acierta cuando se refiere a esa indecente pornografía sentimental de la que hacen gala muchos adeptos al independentismo. Esa lágrima barata que busca enternecer al mundo entero, mientras se tergiversa tranquilamente el lenguaje. Ese emocionalismo que se ampara en el corazón. ¿Y quién puede ser el desaprensivo, el insensible capaz de criticar una emoción o un sentimiento? El sentimiento funciona como gran coartada, excusa y escudo protector. Cuando, en un debate televisado hace ya algún tiempo, Patxi López preguntó a Pedro Sánchez qué significaba para él el término nación, este último, un tanto descolocado optó por zanjar el asunto apelando al corazón. Dijo una soberana tontería: que la nación es un sentimiento. No en vano, sabía que nada más nombrar la palabra "sentimiento", los corazones del respetable se ablandarían y en los ojos de algunos apuntaría un principio de lágrima. Por supuesto, nadie puede discutir un sentimiento o una emoción, pues ambos se sitúan fuera del ámbito de la crítica argumentada. Una nación no es un sentimiento o, por lo menos, se trata de una definición del todo insuficiente y simplista. Uno sospecha que el asunto es bastante más complejo.

? Estos practicantes de la pornografía sentimentalona, con sus golpes de pecho y su vestimenta abanderada, sus ojos vidriosos y su susceptibilidad siempre a punto de convertirse en pataleta o en insulto, parecen convencidos de ser los portadores de la paz. ¿De verdad desconocen que su postura pacifista puede ser la causante de diversos brotes de violencia? Saltarse la ley, aunque uno ponga los ojos en blanco y agite en son de paz sus pulcras manos, puede inducir a violencia. Es en sí, un acto violento a pesar del beato pacifismo de sus actores. Del mismo modo, banalizan la democracia apelando a las urnas, como si éstas representasen el cáliz de salvación. La urna como el objeto sagrado, como el símbolo del sistema democrático. Una democracia de juguete, eso es lo que quieren, para uso y disfrute de sus caprichos. Y, sin embargo, la democracia es un sistema mucho más sofisticado y complejo, repleto de servidumbres que hay que acatar, artículos engorrosos que hay que cumplir y, en fin, leyes que es menester observar si uno no quiere recibir la consiguiente punición. Estas buenas personas, esos agentes del bien absoluto no son más que unos iluminados de poca monta que no dudan en estafar a sus seguidores, a sus feligreses, a sus adeptos. Su pornografía sentimental y su bondad autoproclamada ya nos ha empalagado lo suficiente. Las buenas personas, esa gente tan pesada que no duda en situarse del lado de los elegidos y que no comprenden cómo los otros, quienes no comulgan con ellos, son tan atrevidos como para discutirles su pretendida santidad.

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