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Figuraciones mías

La matraca de la ecotasa

Si un día de estos -Dios no lo permita- un representante de los hoteleros baleares entra en prisión, tengan por seguro que a las veinticuatro horas su compañero de celda solicitará un traslado urgente para no tener que soportar "la matraca" de la ecotasa. Es que son agotadores: no pierden ocasión, ya sea en la feria turística de Londres o en la inauguración del Palacio de Congresos, para profetizar que las siete plagas del Apocalipsis azotarán las Islas en cualquier momento.

Desde que el impuesto turístico entró en vigor, y tras millones de visitas contabilizadas, solo se tiene constancia de una queja formal. Que el turista en cuestión fuera catalán y que denunciara que la tasa coartaba su "libre circulación por España" es una anécdota que hoy cobra cierto sentido, pero anécdota al fin.

No hay polémica, no hay reclamaciones, todo el mundo paga. Así las cosas, que los hoteleros porfíen en su tirria a la ecotasa está dejando de ser absurdo, para entrar en el terreno de lo molesto. Por mucho que les pese, hay un consenso social generalizado a favor del impuesto y, lo que es más llamativo, en las sucesivas encuestas realizadas a los turistas, la inmensa mayoría considera que es lógico y necesario. Las cifras cantan y la canción dice que no sólo no ha causado una retracción en la demanda, sino que las cifras de visitantes crecen cada verano.

Lo que me maravilla es que tras una temporada de récords de visitantes, de gasto medio por turista, de subida generalizada de los precios de las habitaciones; tras un verano en el que grandes hoteleros mallorquines han aparecido en la lista Forbes de las grandes fortunas, se aproveche la World Travel Market, la feria turística más importante del mundo, para cargar contra el Govern y vaticinar la huida de un millón de turistas en un solo año.

Por si no lo recuerdan, el famoso Impuesto de Turismo Sostenible estipula que, a partir del verano de 2018, cada pernoctación le costará al turista tres euros ¡Tres euros! ¡Ni trece ni treinta y tres! Sabemos que la calidad del turismo que llega a Baleares es mejorable, pero ¿es posible que un millón de turistas dejen de venir porque no pueden permitirse añadir a su presupuesto tres euros al día? Y si lo es, ¿no es más sensato desear que tales visitantes se vayan a conocer las maravillas de otra región?

Si yo fuera jefa de Comunicación de los hoteleros de Baleares (contingencia improbable), les aconsejaría sin descanso que cambiaran su discurso a la mayor brevedad. Primero porque es un argumentario que ha envejecido mal, que ya emana un leve olor a rancio. No hay ciudad o país mínimamente interesado en el turismo, incluidos nuestros competidores Grecia y Turquía, que no cobre una tasa destinada a conservar los mismos bienes que los turistas disfrutan. Sin ir más lejos, a Puigdemont dormir en Bruselas le está costando ocho euros la noche en impuesto turístico. La medida es tan proporcional y tan lógica que cae por su propio peso. Pero ahí tienen ustedes a los representantes de los hoteleros, como los viejos del palco de los teleñecos, refunfuñando y mascando su indignación entre dientes. Y para cargar de bombo la matraca, en ocasiones, invitan al palco a Biel Company, que les ríe las gracias.

Así que toda aquella aura glamurosa con que adornamos a los hoteleros en esta comunidad hasta hace bien poco, agradeciéndoles su dinamismo e iniciativa y soslayando sus desmanes, está en peligro de convertirse en todo lo contrario por su terquedad. Este ha sido el verano de la "turismofobia", término que, traducido, no significa otra cosa que el hartazgo infinito de una sociedad que se ha visto desbordada en sus pueblos y ciudades, en las carreteras, en cada playa y cada restaurante. Unos residentes que han acusado de lleno en su vida cotidiana el impacto de la altísima presión turística. Los hoteleros -y los propietarios de casas de alquiler vacacional- han ganado mucho dinero y parece que son los mismos que se oponen a un impuesto que revierte en la conservación del territorio del que tanto provecho han sacado.

"Son hoteleros", dicen algunos, "¿Qué quieres que digan?" Como si ser hotelero significara ser retrógrado y no estar conectado con el signo de los tiempos. Como si un hotelero no pudiera aprobar y apoyar la aplicación de una tasa plenamente normalizada en el resto del mundo. Como si ser hotelero fuera incompatible con amar aquello que te hace rico, con tener conciencia social y medioambiental. Porque no lo es ¿no?

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