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Mercè  Marrero

La suerte de besar

Mercè Marrero Fuster

Los referentes

Hay referentes para todos los gustos. Futbolistas, expertos en tendencias, actores o princesas. No es fácil mantener la calma y ser quien una es. Si lo logramos, estamos de enhorabuena. Lo transgresor es lo esencial.

Cuando era pequeña, mi vecina quería ser princesa de España. Deseaba llamarse Cristina Federica Victoria Antonia de la Santísima Trinidad de Borbón y Grecia (contentar a ambas familias no tuvo que ser fácil). Admiraba los posados estivales y adoraba la imagen semietérea de esa niña rubia que hacía vela, paseaba por Galerías Preciados e iba a misa a la Catedral. El referente princesil estaba tan presente en su vida que jugaba a escondite con falditas, manoletinas y calcetines calados con lazos. Los referentes son potentes. A veces, peligrosos.

Humphrey Bogart hizo daño a una generación de hombres. Tíos duros que no lloran ni a la de tres y dejan que la mujer de sus sueños se vaya con otro. En mi mundo de planes B, Bogart le proponía a Bergman compartir un futuro imprevisible pero cargado de pasión y frenesí. Humphrey era elegante. Frío, pero elegante. No ha habido hombre a quien le quede tan bien el sombrero. No se puede decir lo mismo de los jugadores de fútbol. Referentes únicos y todopoderosos de los chavales de este planeta. Hombres de visera hortera, que cobran cifras insultantes e indecentes (y no siempre declaradas) para el 99% de la humanidad por perseguir muy bien a una pelota. Es imperdonable que vayan mejor depilados que cualquier mujer, luzcan cejas más definidas que las de Linda Evangelista, escupan con descaro y pequen de soberbios. Pero, claro, a ver quién es la valiente que se atreve a desmontar ese mito.

No sé luchar contra la ilusión desbordada de los niños. Por eso vi Pancho, el perro millonario y que Dios me perdone. Escuchar a la protagonista, interpretada por Patricia Conde, admitir que no sale sin arreglarse o maquillarse, aunque estén a punto de asesinarla, sobrecoge. ¿Cómo explicar que la belleza está en el interior? Basta una visita a Instagram para abandonar esa cruzada. Si hoy me reencarnara en una millennial seguiría sin comprender de qué va eso de los influencers. Gente requeteguapa, rica y vestida a la última que se hace fotos y publica vídeos leyendo un libro que jamás acabarán porque nunca lo comenzaron. Agradezco mucho no ser adolescente hoy. Mi acné y desamores no habrían tenido cabida en este mundo de perfección y "me gusta".

No creo que mis referentes fueran mejores que los actuales. A lo sumo, más aburridos. Vi Sonrisas y lágrimas y fantaseé con hacerme monja. Me hice otro agujero en el lóbulo de la oreja, me teñí el pelo de caoba y comencé a usar hilo dental cuando vi Pretty Woman. Sin mucha seguridad o firmes principios, las personas de vidas corrientes somos carne de influencer. Mientras nos trabajamos la autoconfianza, recordemos la barriguita postparto que lució la duquesa de Cambridge al salir del hospital. Disfrutemos de la humildad, espíritu de superación y esfuerzo que destila Rafa Nadal. Admiremos la sensatez de la escritora Zadie Smith al declarar que su única ambición es seguir trabajando, sin salir en la televisión, ni ser embajadora de una marca. Pero, sobre todo, abramos los ojos a esos cientos de referentes anónimos que mejoran el mundo día a día y no hacen ningún tipo de aspaviento. El poder de lo esencial, querido Watson.

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