Cada día, millones de personas en todo el mundo sufren las consecuencias de la guerra y la violencia. En muchos conflictos, la población civil se ha convertido en objetivo de guerra y es blanco directo de ataques indiscriminados, que causan multitud de víctimas y que dejan sin hogar y sin atención médica a cientos de miles de personas. En países como Siria, Sudán del Sur, República Centroafricana, Irak o Yemen, los conflictos no han hecho más que acrecentar su intensidad, atrapando a la población en bucles de violencia sin fin. La situación de inseguridad generada por los conflictos dificulta además la logística y el acceso de organizaciones internacionales que prestan ayuda humanitaria.

El Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) alertaba hace poco de que las zonas urbanas se han convertido en el principal escenario de los conflictos bélicos, y eso incluye tácticas de guerra tan despiadadas como el sitio a las ciudades, dejando a su población sin suministro eléctrico, calefacción, agua ni comida. Para colmo, los últimos reductos de humanidad que quedan en estos contextos, como son las instalaciones médicas, los colegios o los mercados, se han convertido también en objetivo de guerra. Las reglas de la guerra, acordadas por los Estados hace más de 150 años, se han mancillado hasta tal punto que a día de hoy los ataques y bombardeos indiscriminados a nuestros hospitales forman ya parte de nuestro día a día. Y ya casi nos hemos acostumbrado a que se ataque a las ambulancias que transportan a los heridos a los hospitales.

Pero la consecuencia más grave de estos ataques es la privación de acceso a atención médica a millones de personas que la necesitan. Son muchas las mujeres que tras dar a luz nos piden que les dejemos irse cuanto antes a casa con sus bebés, sin esperar a tener el alta. Y son más aun las que mueren por complicaciones en el parto porque ni siquiera se atrevieron a acercarse a nuestras instalaciones. Muchos pacientes con enfermedades crónicas dejan de recibir su tratamiento porque prefieren quedarse si él a tener que jugarse la vida bajo las bombas. Y hemos visto a miles de pacientes con heridas o enfermedades que en un principio no eran tan graves, que cuando por fin consiguen llegar a nuestros hospitales, apenas podemos hacer nada por ellos. República Centroafricana (RCA) es un ejemplo claro de esto.

Un país sumido en episodios regulares de violencia y crisis humanitarias, en el que medio millón personas está desplazada dentro del país y otro medio millón ha tenido que buscar refugio fuera de sus fronteras. Allí, la atención médica se ha convertido en algo prácticamente inexistente. Sólo para ilustrar el alcance del problema, en RCA más del 70% de las instalaciones médicas han sido destruidas por el conflicto.

En definitiva, la comunidad internacional ha fracasado estrepitosamente a la hora asumir la responsabilidad colectiva por el inaceptable porcentaje de víctimas civiles que a día de hoy causan los conflictos armados. Lo que pone de manifiesto el desinterés y la incapacidad política de nuestros gobernantes para resolver ni las causas ni las consecuencias de estas crisis. Por si esto no fuera suficiente, a la flagrante violación del Derecho Internacional Humanitario que supone el ataque a las poblaciones civiles en los contextos de guerra, cuando estas personas escapan, cuando consiguen huir y sortear las bombas, no encuentran sino más dificultades. Todas ellas emprenden rutas peligrosas para, al final del camino, toparse solo muros y mares que se tragan su necesidad de seguir con vida. El número de personas que mueren hoy en la ruta marítima del Mediterráneo central, a las puertas de Europa, sigue siendo aterrador. Casi 3.000 sólo en 2017. Y si bien esta emergencia ha estado en el punto de mira de los medios de comunicación, las medidas de la Unión Europea en los últimos años solo han servido para hacer de nuestro mar un enorme cementerio. Lejos de dar marcha atrás y acabar con sus políticas inhumanas, el empeño de nuestros políticos se centra ahora en trasladar su cementerio lo más lejos posible de nuestras fronteras, donde ya no podamos verlo. Nuestros políticos, en su empeño por detener el flujo de personas y alejar "el problema" de nuestras costas, se han convertido en cómplices de un sistema de detención podrido hasta la médula que ha devenido en una próspera empresa de secuestro, tortura y extorsión. La UE y los gobiernos de países como España e Italia son perfectamente conscientes de los abusos sexuales que sufren la práctica totalidad de las mujeres que pasan por los centros de detención del país y de las torturas, vejaciones, asesinatos y trabajo esclavo que hemos documentado las pocas organizaciones que hemos logrado entrar allí. Y sin embargo, con su financiación, están ayudando a que este sistema, que es la encarnación de la crueldad humana, prospere cada vez más.

Con "Seguir con vida" desde Médicos sin Fronteras, intentamos que la ciudadanía, aunque sea sólo por un momento, se ponga en la piel de quienes sufren las consecuencias de las guerras y las políticas inhumanas. Porque nuestra misión es doble: acción médica y testimonio. Como organización médico-humanitaria asistimos a los civiles en los frentes de batalla y allí donde buscan refugio, pero al mismo tiempo debemos contar lo que les ocurre a las personas a las que damos asistencia para denunciar su sufrimiento y conseguir cambios que mejoren su situación, o al menos intentarlo.

*Médicos Sin Fronteras