De forma acelerada en estas últimas décadas, Mallorca se ha ido convirtiendo en un gran espacio periurbano, profundamente interconectado, en el que resulta difícil distinguir entre Palma y Part Forana, no sólo por el evidente crecimiento urbanístico de la isla sino porque las necesidades que genera este crecimiento requieren de una actuación coordinada por parte de las instituciones. Tradicionalmente se ha hablado de dos Mallorca -la ciudadana y la rural-, pero con el desarrollo turístico resulta más correcto referirse a una especie de ciudad difusa que funciona en continua simbiosis. Los problemas que aquejan a la costa no son estrictamente los mismos que los que afectan al interior de la isla o los que circundan -en formato urbanización- los extrarradios de Palma; pero, sin embargo, difícilmente se puede dar respuesta a los problemas de cualquiera de estas zonas sin tener en cuenta el conjunto.

Esta semana hemos podido leer varias noticias que nos muestran tanto la vitalidad de la Part Forana como la importancia de analizar estos hechos globalmente. Por un lado, el creciente atractivo turístico del Pla se concreta en la aparición de una planta hotelera de gran calidad que está ayudando a revitalizar esta comarca. El último ejemplo, que conocimos el martes, nos habla del proyecto de un hotel de lujo en uno de los municipios más pequeños de la isla, Ariany. Más al sur, en el municipio de Campos, se ha vuelto ha activar la posibilidad de construir un campo de polo en una zona cercana a la playa de Es Trenc. Mirando más a poniente, la revisión del nuevo Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) en Calvià -un municipio cuyo desarrollo turístico no ha sido precisamente modélico- supone desclasificar 86 hectáreas de suelo urbano, además de planificar cuatro grandes ejes verdes que permitan reducir la presión urbana y facilitar su esponjamiento. Finalmente, también hemos conocido la última sentencia judicial que afecta a la urbanización de Biniorella, en Andratx, y que obliga al Govern balear a unas indemnizaciones que, sumadas todas las sentencias y los intereses, alcanza los cien millones de euros.

Cada una de estas noticias se refieren a un municipio concreto, pero no deben ser analizadas de forma aislada. Por ejemplo, los efectos de los alquileres turísticos no son idénticos en Palma o en la zona costera, que en el interior. Del mismo modo, la presión urbana en puntos concretos tiene consecuencias que inciden en la globalidad, ya sea en el consumo de agua, en el reciclaje de la basura, en la protección del medio ambiente, en el uso de las infraestructuras y servicios públicos -de la sanidad a las carreteras-, o en el precio de la vivienda, por citar unos cuantos ejemplos.

La potenciación de la marca Mallorca como un sello de calidad exige considerar la complejidad de esta isla y ofrecer soluciones modernas, respetuosas con el paisaje y que potencien la calidad de vida de los ciudadanos que viven en nuestra comunidad. Una isla que hay que pensar a escala humana, con servicios públicos cercanos y bien gestionados, con infraestructuras razonables y una fuerte apuesta por la educación, el capital, el turismo de calidad, la innovación y la ciencia. Es el camino que ha emprendido Europa y, en general, todas las sociedades avanzadas. Y es también el que debe seguir Mallorca. Para ello, nuestras autoridades tienen que pensar la isla en su globalidad y trabajar de forma coordinada. Los retos son muchos, pero también las oportunidades. No las desaprovechemos.