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Antonio Papell

Cobardía y responsabilidad

La huida de Puigdemont a Bélgica, que ha supuesto al mismo tiempo la negativa a comparecer ayer ante la Audiencia Nacional para responder por los delitos de rebelión, sedición y malversación de que le acusa la Fiscalía, constituye, además de una clara cobardía moral ya que se constata que este individuo no está dispuesto a soportar las consecuencias de sus propios actos, un despropósito que ha perjudicado y ha llevado a prisión a Junqueras y a otros siete compañeros de gabinete -si el cabecilla del motín deserta, el riesgo de fuga de sus colaboradores es una obviedad„ y, sobre todo, desacredita la causa del independentismo, puesto que coloca un estrambote pintoresco y ridículo a un proceso que ya hizo agua definitivamente en el momento de la fallida aprobación de la Declaración Unilateral de Independencia.

En efecto, la inoperante proclamación de la famosa DUI ha traído inevitablemente a la memoria el libro de J.L. Austin, publicado en los años sesenta, "Cómo hacer cosas con palabras", y que se refiere sobre todo a los llamados enunciados performativos, es decir, a aquellos enunciados que al ser expresados construyen una realidad, materializan los hechos que proclaman. José María Ruiz Simón ha hablado de ello en la prensa recientemente, y ha puesto como ejemplo de enunciado performativo uno de los más conocidos de todos: "Nosotros, los representantes de los EE.UU., declaramos que lo que hasta ahora eran colonias británicas son y tienen que ser por derecho estados libres e independientes". El solemne pronunciamiento, efectuado por personas con prestigio y en una coyuntura favorable que posibilitaba su designio, obró el prodigio, y de aquellas palabras nació nada menos que la gran nación americana.

Aquí, nuestra DUI fracasó estrepitosamente antes de nacer, puesto que quienes tenían que aprobarla, desconfiando del poder performativo de su propia declaración, quisieron conservar vergonzantemente el anonimato para evitar las consecuencias penales que les acarrearía tal gesto si la República que se quería instaurar fracasaba y habían de rendir cuentas ante el sistema jurídico-político que pretendían abatir. El hecho es que la intentona independentista ha naufragado, por lo que sus principales instigadores deberían tener la gallardía de asumir este fracaso, e incluso de tratar de concentrar en la cúspide de la pirámide soberanista toda la responsabilidad para liberar a quienes se vieron impelidos a sumarse, quién sabe con qué grado de entusiasmo, al golpe de mano. Quienes proclamaron la independencia de los Estados Unidos eran sin duda conscientes de que si fracasaba su gran gesta, tendrían que vérselas con la Justicia británica, a pesar de lo cual actuaron con reconocida gallardía.

La marrullería de Puigdemont, que le descalifica políticamente y también en el plano personal, no sólo condena a sus compañeros de gabinete y hunde su imagen: perturba la superación por Cataluña del grave incidente. El escándalo de su "exilio" -una verdadera broma de mal gusto- y sus gesticulaciones en el corazón de Europa agravan y mantienen la inestabilidad del Principado, lo que impide a medio plazo su normalización y, desde luego, lleva a las empresas que se marcharon del territorio catalán a convencerse del acierto de su salida. Prolongar el malestar y la sensación de que el conflicto permanece abierto disminuye el efecto lenitivo de las elecciones del 21D y mantiene a Cataluña en una situación de excepcionalidad que tendrá efectos negativos.

Por otra parte, esta absurda 'internacionalización', en la que Puigdemont se ha puesto en manos de un defensor de etarras, agrava el desmán y complica jurídicamente un desenlace razonable. Porque la aparatosidad de la fuga impide que jueces y fiscales resten trascendencia subjetiva a lo ocurrido y traten en definitiva de aminorar los efectos judiciales del episodio, como parece por otra parte natural en una disputa en que lo político debería predominar sobre lo jurídico. Ojalá que las elecciones autonómicas separen el grano de la paja y entronicen a una nueva elite política más sólida y capaz que la que nos ha deparado este triste e inconcluso espectáculo.

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