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Antonio Papell

Vacuna contra el sectarismo

El viejo dictador, ya anciano, reaccionó tras el asesinato del almirante Carrero Blanco el 20 de diciembre de 1973 a manos de ETA, en aquel momento presidente del Gobierno de España, con un enigmático "no hay mal que por bien no venga". En aquella ocasión, el final de Carrero y su sustitución por Arias Navarro representaba el entierro del ala tecnocrática del franquismo, muy volcada a los preparativos de la llegada del sucesor, el entonces príncipe Juan Carlos.

Hoy, la frase podría ser aplicada a lo sucedido en Cataluña: el estallido del 'procés' independentista, como coronación de un recorrido descabellado desde el catalanismo político a la exacerbación nacionalista, facilitada por un cúmulo de factores (entre ellos, el surgimiento en todo el Estado de organizaciones populistas que debilitaban el constitucionalismo, aunque no lo suficiente), ha sucedido después de una campaña de intoxicación y propaganda cargada de falsedades -la posverdad norteamericana se ha quedado pequeña en su traducción a nuestro país- que ha saturado a la ciudadanía de Cataluña y de todo el Estado, una vez que han quedado de manifiesto las inexactitudes, la mendacidad del discurso predominante, la fragilidad intelectual y política de quienes se habían puesto a le cabeza del proceso, la pusilanimidad y cobardía de algunos otros decididos a no poner en riesgo sus oportunidades de futuro? La huida de Puigdemont a Bélgica cierra el bucle de un gran ridículo.

La elementalidad falaz del "España nos roba" no permitía que este falso argumento pudiera ser indefinidamente el fundamento de una gran movilización social, capaz de romper incluso las cuadernas del edificio constitucional. La credulidad de la gente, su capacidad de aceptar los bulos elaborados con hábil sentimentalidad, tienen límites, y los catalanes, pese al adoctrinamiento recibido, son gente bien formada, que han terminado descubriendo la verdad en todos sentidos. Nunca fue más cierta aquella conocida cita, atribuida a varios padres (parece que fue Lincoln quien la acuñó): "se puede engañar a todos una vez, se puede engañar a algunos siempre, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo".

En definitiva, lo ocurrido, el derroche de demagogia que atribuyó la necesidad de independencia a motivos infundados y que prometió a los catalanes las mayores venturas en una Cataluña agraciada con una prosperidad inenarrable -las promesas de Junqueras, conseller de Economía, habrán de incluirse en las próximas antologías del disparate- que, por supuesto, sería acogida con parabienes y cánticos por la Unión Europea y por la comunidad internacional en general, actuará como vacuna contra nuevas promesas sospechosas de exageradas o de irrealizables.

A partir de ahora, quien se atreva a postular la independencia de Cataluña en sus programas electorales, tendrá que detenerse a explicar con pormenor el plan que piense utilizar para avanzar en esta dirección porque, visto lo visto, la oferta puede ser una engañifa más. No es extraño que las primeras encuestas de intención de voto publicadas por los medios tras el fiasco registren una relevante caída del independentismo en los muestreos. Y, por supuesto, tampoco lo es que el sentimiento mixto de pertenencia, catalana y española a la vez, se haya reforzado, continuando con sustantiva ventaja a la cabeza de todas las demás combinaciones.

Es de imaginar además, que, después de la evidencia de que la Constitución vigente tiene recursos para mantener intacto el principio de legalidad, las ofertas soberanistas que pervivan lo harán en ese marco democrático, ya que fuera del Estado de Derecho no hay vida en democracia. Es evidente que, tras el ridículo realizado por el independentismo flamígero de quienes nos han traído hasta aquí, va a ser muy difícil que se abran paso electoralmente quienes no acomoden su discurso a la racionalidad democrática española y europea, a los grandes valores que en su día dieron lugar al alumbramiento de la UE y que son poco transigentes con los nacionalismos étnicos que quieren jugar de nuevo al peligroso deporte de cambiar de sitio las desvaídas fronteras de la Unión.

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