Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Antonio Papell

Máxima tensión en Cataluña

Antonio Papell

#Cataluña: el drama está en escena

Ayer, a última hora de la mañana, el PSOE retiraba su enmienda a la propuesta de aplicación del artículo 155 en el Senado que trataba de preservar la reversibilidad de las medidas. Aquella decisión significaba que el principal partido de la oposición desistía de buscar una solución razonable y que se resignaba a lo peor: a favorecer la restauración imperativa de la legalidad vulnerada aparatosamente por unos cuadros independentistas que alientan un odio primario y atávico hacia España, utilizan una noción rudimentaria e insuficiente de democracia, no han medido las consecuencias de sus propios actos y no han tenido empacho en llevar a los catalanes a un camino arbitrario de empobrecimiento, ruptura, tensión, ira y dolor que puede durar años. Probablemente, las generaciones sucesivas no perdonarán a los Mas, Junqueras, Forcadell, Puigdemont, etc. la pesada herencia que dejan tras de sí, que interrumpe abruptamente una andadura de fluida convivencia y creciente prosperidad. Con todo, la valiente decisión del Gobierno, al frente de los constitucionalistas, de convocar cuanto antes elecciones, desmonta muchos recelos y es un claro motivo de esperanza: la sociedad tiene una gran oportunidad para redimirse por sí sola, para remontar el vuelo sin el lastre de un soberanismo caduco, corrupto y fuera de la realidad.

El libreto de la tragedia está sin embargo escrito. España, señalada por la malsana facilidad con que se ha embarcado históricamente en sanguinarios conflictos en el siglo XX, había adquirido un prestigio indudable por cómo salió de la cruenta dictadura, evitando promover un desquite que nos hubiera sumido en un trágico vaivén sin futuro. Ahora, la espantada catalana nos ha embarcado en un nuevo conflicto visceral, ha actualizado nuestra tópica incapacidad para convivir, ha resucitado la imagen más negra del carácter español, del que participan, lo quieran reconocer o no, los propios catalanes.

Por añadidura el desencadenamiento de la declaración de independencia ha sido penoso, tras una patética vacilación del débil e inseguro Puigdemont, presionado como una marioneta por los más radicales y por esa caterva de cobardes que han pretendido endosarle toda la responsabilidad sin dar la cara -han logrado incluso que la votación final fuera secreta para eludir responsabilidades-, como el melifluo Junqueras. Presionado también en sentido contrario por las escasas mentes lúcidas del PDeCAT - Santi Vila- que veían que ese seguidismo del clásico catalanismo político sólo le conduciría al sometimiento a Esquerra Republicana y provocaría el embarque de Cataluña en una aventura de la que saldrá debilitada, empobrecida y desacreditada.

La culpa de lo ocurrido -seamos claros- la tienen quienes han cometido la secuencia de ilegalidades con las que han traicionado un ordenamiento común que no era en absoluto impuesto sino que ha sido elaborado mediante grandes consensos por las vías más democráticas que se podría imaginar, como reconoce sin excepciones la comunidad internacional. Y quienes han incurrido en esta objetiva subversión tendrán que pagar por ello. De cualquier modo, mientras el Gobierno cumple con su obligación constitucional de restaurar la legalidad, todos deberemos hacer en algún grado examen de conciencia. Porque estas crisis, aunque desencadenadas por grupos díscolos que aprovechan las rendijas del sistema para colarse por ellas, suelen ser el resultado de grandes errores colectivos. Nuestro Estado de las autonomías no fue precisamente una obra de arte (y deberemos reconocerlo y reconstruirlo) y la gestión de la cuestión catalana no ha sido modélica desde hace demasiados años. No lo fue cuando se comerciaba políticamente con CiU ni lo ha sido después, cuando hubo que sortear las primeras reclamaciones inaceptables del ultranacionalismo emergente.

Pero estas valoraciones ya sólo sirven a los historiadores: en el plano concreto de la realidad, conviene saber, como ha dicho con preocupación José Montilla, que la convivencia está en peligro, y que el drama podría volverse insoportable si, frente a la acción del Estado que va a restaurar la legalidad quebrantada, los fanáticos se escudaran tras el escudo humano de los ciudadanos zaheridos y atemorizados. Porque, como corresponde, Cataluña sigue estando en manos de los catalanes. De todos ellos. En esto consiste la grandeza de la democracia.

Compartir el artículo

stats