Conviene establecer las coordenadas:

La independencia de Cataluña desaparece del tablero el día en que La Caixa se muda a Valencia. Desde entonces, Puigdemont no ha vuelto a proclamar la República.

El artículo 155 es más inviable que el referéndum. El PSOE lleva una semana desmarcándose, después de haber sido engañado por el Gobierno al igual que ocurrirá con la reforma constitucional. Si Rajoy era incapaz de controlar al tesorero Bárcenas, que saqueaba en el piso de abajo, ¿cómo va a controlar a Cataluña entera?

Por tanto, no se asiste a un choque de trenes, sino al estallido de dos burbujas.

Bajo estas premisas, en el capítulo de hoy el PP intentó burlarse del desfondado Puigdemont. El desenlace iba a ser que Cataluña se quedaba en España, y que Rajoy se quedaba con España. La rendición del president en libertad condicional catapultaba al presidente del Gobierno.

Si hay algo más valioso para el PP que un Puigdemont preso, es un Puigdemont cautivo. El Gobierno tuvo a su disposición al president durante varias horas, un aliado insospechado y subterráneo. Por supuesto, Madrid aprovechó para desmarcarse de todas las promesas, empezando por la comparecencia conjunta de Albiol y Arenas, digna de un spaghetti western. A continuación, Soraya Sáenz de Santamaría ensartó una letanía de vulgaridades estupendas con la impostación de Núria Espert.

En este punto, el PP perdió a Puigdemont, que se dio cuenta con algún retraso de que el Gobierno anhelaba que el president fuera devorado por sus partidarios. Ni siquiera rebajó el 155 a 154. En una conclusión apresurada y con validez a medir en minutos, España tendrá que seguir soportando a Rajoy y a Puigdemont, los dos culpables por este orden según el veredicto unánime de la prensa extranjera. Semanas atrás, el New York Times titulaba una de sus documentadas piezas "Chaos in Catalonia". El enunciado producía un vértigo hiperbólico, pero también ha caducado. Cabe aguardar un más exacto "Chaos in Spain".