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Camilo José Cela Conde

La hora de la verdad

Por supuesto que Cataluña será lo que los ciudadanos quieran que sea. ¿Lo había dudado alguien? Pero hasta el momento nadie sabe en realidad qué quieren los catalanes. Los promotores del proceso soberanista han manifestado por activa y por pasiva que ellos sí lo saben, e incluso que son dueños, por delegación, de esa voluntad, pero se trata de una manipulación más de las muchas que se han sucedido en los últimos meses.

Todo habría sido más fácil si el presidente Puigdemont hubiese convocado elecciones. Parece que las habrá a través de una fórmula mucho más traumática y luego, de los resultados de las urnas, saldrá el mandato verdadero, ése que urge conocer. Ni que decir tiene que si una mayoría significativa de los votantes -un 60% sería indudable- optase por los partidos independentistas sería necesario llevar a las Cortes un referéndum legal y con todas las garantías para poner sobre la mesa la secesión que, de triunfar el sí, llegaría por medio de un proceso parecido al del Brexit. Nada de eso se ha hecho hasta el momento; más bien todo lo contrario. Pero incluso si las elecciones autonómicas le dan la victoria a los partidos que defienden una España en común va a ser necesario reformar la Constitución para dar paso a una nueva carta magna que sustituya a la que se nos ha quedado estrecha.

Ha llegado, pues, el momento de la verdad, la hora de poner sobre la mesa qué Estado hace falta para ordenar la convivencia en España. A mi entender, son dos las condiciones necesarias que habrá que atender salvo que se apueste de antemano por el fracaso. La primera, que habrá que partir de cero, sin cupos ni privilegios mantenidos desde las guerras carlistas, para repartir los beneficios y las cargas entre todos. La segunda, que hay que entender que el acuerdo que se alcance ha de ser definitivo. No más cafés para todos ni reivindicaciones para arañar unas migajas más. Y una buena forma de evitar tentaciones es una fórmula presidencialista -votación directa del presidente- que aleje de las Cortes las componendas poniendo en manos de una mayoría simple de los ciudadanos la elección del jefe del Gobierno.

Será muy difícil alcanzar un nuevo consenso. Pero salvo que se quiera optar por imposiciones antidemocráticas como las que se han sucedido en el Parlament de Barcelona, es la única vía que queda por delante. Una vía que destierre los populismos, las algaradas en las calles, el secuestro de la voluntad popular. Por supuesto que los catalanes y, llegado el momento, el resto de los españoles, podrán votar y deberán hacerlo con las garantías que se merecen y sin las tergiversaciones interesadas. Son las urnas, no los cantantes ni los entrenadores de fútbol, quienes tienen que hablar. Me cuesta mucho entender por qué razón algo tan simple no puede lograrse incluso ahora mismo, sin necesidad de que los arcanos peligrosos y jamás utilizados del artículo 155 se tengan que poner en marcha.

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