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El ingenuo seductor

Las malas noticias

Llevo varias semanas en las que me cuesta concentrarme. Ando disperso, aturullado, mate como un horizonte con calima...

Llevo varias semanas en las que me cuesta concentrarme. Ando disperso, aturullado, mate como un horizonte con calima. Me preocupó pensar que volvía a necesitar vacaciones cuando apenas hace un mes y medio que las tuve. Con la edad, la capacidad regenerativa necesita cada vez de más tiempo y voluntad pero esto ya me parecía alarmante. Hasta que leí un artículo que explicaba cómo afectan las noticias a nuestro cerebro. Menos mal que no creo en las teorías de la conspiración. De lo contrario, pensaría que toda esta espiral de daños, sufrimientos y deterioros está perfectamente estructurada.

Al parecer, el escritor Rolf Dobelli lleva años alertando sobre lo dañinas que son las noticias para nuestro organismo pero yo me acababa de enterar. Es lo que tiene la sobreexposición informativa y la maldita burbuja de filtros con la que los buscadores de Internet deciden aquello que debemos leer y pensar. La afinidad ideológica no nos hace más inteligentes, solo más vagos. Descubrí que Dobelli era doctor en Filosofía Económica en una universidad suiza y creí estar ante un oxímoron carísimo. Luego leí que se había forrado con un libro de autoayuda titulado El arte de pensar claramente y desconfié. Albergo un perseverante recelo ante todo lo que despida tufillo a autoayuda. Pero aún así, seguí leyendo.

Para Dobelli, las noticias eran al cerebro lo que el azúcar para el cuerpo: veneno. Explicaba que eran sencillas de tragar, las consumíamos sin ningún esfuerzo, sin reflexionar, hasta que acababan generando una toxicidad que era sinónimo de una mala salud mental.

Se habrán dado cuenta que Dobelli solo hablaba de noticias. No distinguía entre buenas y malas. Y eso es porque todas las noticias que consumimos son, en un altísimo porcentaje, malas. Las malas noticias nos hacen más agresivos, más desconfiados, disminuyen nuestra capacidad de reflexión y afectan a nuestra creatividad. "De entre las diez mil noticias que haya leído o escuchado en los últimos doce meses, cite una que le haya ayudado a tomar una decisión más acertada con relación a su vida privada o profesional", pregunta Dobelli, con la persuasión del que se sabe ganador.

Según el autor, de la misma manera que cuidamos nuestra alimentación o hacemos ejercicio debemos cuidar los estímulos que recibimos. Y eso incluye las noticias. Prestar atención a una mala noticia es una reacción puramente biología, tiene que ver con el instinto de supervivencia. No es la descarga de adrenalina que se produce cuando somos protagonistas de la mala noticia pero sí altera nuestra estabilidad mental. El problema radica en que la inmensa mayoría de las noticias son malas, lo que conduce a nuestro cerebro a un estado de alarma constante, a una irascibilidad que bloquea la reflexión o a un abatimiento que nos hace más vulnerables. Lucha o huída, las dos reacciones básicas de un cerebro atemorizado.

Tras leer el artículo sobre Dobelli pensé que en los últimos meses solo he consumido malas noticias. La fractura social ante el desafío soberanista de Catalunya, Galicia víctima de incendios provocados, los atentados yihadistas, la turismofobia, la gestión de la crisis, la corrupción? No sé si se han generado buenas noticias pero resulta evidente que nuestro cerebro ya no reacciona a ellas. Sentimos que las buenas noticias siempre son particulares y excluyentes -alguien gana la lotería, tal creador recibe un premio-, mientras que las malas son contagiosas, participativas, nos implican.

Pensé que había dos tipos de malas noticias: las inevitables y las provocadas. Las primeras incluyen los desastres naturales, que en ocasiones pueden ser menos desastrosos si no existiesen tantos intereses creados, tanta desigualdad y tantos gobernantes escatimando recursos. Pero las segundas son profundamente desmoralizantes porque nos abocan al vacío de la condición humana. Gran parte de las malas noticias que nos asaltan, que nos preocupan, entristecen o enfadan, están provocadas por alguien. Por un ser humano o un grupo de seres humanos. Como si alguien originase una mala noticia a conciencia de que va a serlo. Eso me llevaría a pensar que hay poderes interesados en atiborrarnos de malas noticias para convertir nuestros cerebros en órganos inútiles pero ya he dicho que no creo en las teorías de la conspiración.

Sé que hay quien piensa que la ignorancia es el mejor camino hacia la felicidad. No estoy de acuerdo pero sí creo que no necesitamos más información; necesitamos una información mejor. Una información basada en datos y no en tertulianos, noticias que nos hagan pensar y que no coarten nuestro pensamiento, extensas y documentadas frente a las fast news que solo buscan un clic. Alguien dijo una vez que el cerebro humano no estaba diseñado para hacernos felices sino para sobrevivir. La felicidad era nuestro trabajo. Quizá deberíamos tomárnoslo más en serio.

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