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Juan Tapia

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Joan Tapia

Catástrofe o 155 de mínimos

Cataluña ya sufre, aún antes de proclamarla, los abultados costes económicos de la independencia

La carta del jueves de Puigdemont a Rajoy ha dinamitado todos los puentes. No sólo persiste en el desafío a la Constitución de las leyes de ruptura del pasado 6 y 7 de septiembre sino que al escribir "el pueblo de Cataluña, el día 1 de octubre, decidió la independencia en un referéndum con el aval de un elevado porcentaje de electores. Un porcentaje superior al que ha permitido al Reino Unido iniciar el proceso del Brexit" traspasa dos límites infranqueables.

El primero es que erige una bandera que ningún gobierno de España podrá aceptar nunca, salvo que antes haya sido humillado y derrotado. El segundo es que demuestra que tanto él como su gobierno han perdido los cabales. ¿Cómo se puede afirmar, mirando a Europa, que Cataluña ha elegido la independencia en un referéndum sin ninguna garantía -con los colegios electorales ocupados por independentistas militantes- y en el que sólo votó, según los datos además incomprobables de la Generalitat, el 43% de la población con derecho a voto? ¿Cómo se puede comparar con el referéndum del Brexit? Lo dice el alemán Joschka Fisher, prestigioso exministro de exteriores del partido Verde, la gran notoriedad del intento de referéndum vino de "la mayúscula tontería política de la policía reprimiendo con porras a votantes desarmados, lo que otorgó una engañosa legitimidad a los secesionistas".

Los dados están pues echados, salvo que Puigdemont convoque elecciones, algo que todavía puede hacer antes de que el Senado apruebe lo inevitable, posiblemente el viernes 27. Vamos de cabeza a la aplicación del artículo 155 de la Constitución, un camino nunca experimentado y peligroso porque supone una alteración de la normalidad constitucional. Y antes podemos tener una teórica declaración de independencia.

Rajoy se ha resistido a recurrir al 155 y por eso ofreció, de acuerdo con Pedro Sánchez, no aplicarlo si Puigdemont convocaba elecciones, lo que no gustó nada al nacionalismo español más desacomplejado. Rajoy y el PSOE dicen que no es para suspender la autonomía sino para garantizar la legalidad. Y José Luis Ábalos, quizás el más inteligente del equipo de Pedro Sánchez, afirma que sólo habrá respaldo si es para restablecer el autogobierno catalán y tiene una duración mínima. El titular de El Mundo lo ha definido como un 155 de mínimos.

¿Pero es posible un 155 civilizado que lleve a que se convoquen elecciones catalanas en enero? Cabe también que la posible rebelión de la militancia de la ANC y de Òmnium, unida a la conocida falta de mano izquierda de Madrid, nos acaben arrastrando a un escenario catastrófico.

Puigdemont tendría que moverse y rectificar pues el apoyo y la mediación de la UE, el sueño del independentismo, se ha visto que era como el espejismo de aquel que ve agua en el desierto. No se trata ya de lo que digan Merkel o Macron, Joschka Fisher, reconvertido hoy en una analista independiente, sin poder pero con mucho background, ha sintetizado la realidad: "La UE no puede permitir la desintegración de sus estados miembros porque estos componen los cimientos mismos sobre los que está formada€ si Cataluña sentara un precedente de secesión, estimulando a otras regiones a imitarla, la UE entraría en una profunda crisis existencial€ en el caso catalán se juega hoy nada menos que el futuro de la UE."

Además Cataluña -con la fuga de empresas, el descenso de las reservas hoteleras en Barcelona y la retracción del consumo- ya está pagando los abultados costes de la independencia aún antes de proclamarla. ¿El independentismo, que dice querer lo mejor para Cataluña, será capaz de entenderlo y rectificar?

Y la clase política española no debería olvidar que una catástrofe en Cataluña, el 20% del PIB español, tendría efectos muy negativos para todos. El PP, en parte un partido nacionalista español, ha tardado demasiado en entenderlo. La prueba es que Rajoy no ha querido -o no ha sabido- incorporar a su gobierno a personas representativas de la moderada sociedad civil catalana que hubieran sido un serio obstáculo -y quizás un efectivo tapón- al desbordamiento de los sentimientos separatistas.

La lección de Austria

ace unas semanas hubo elecciones en Alemania que no pude comentar porque parece que Cataluña es la prioridad. Y el domingo pasado votaron los austriacos. Son dos países parecidos y no sólo porque hablan alemán sino porque tienen un alto nivel de vida y el paro es muy bajo. Está en el entorno del 5%.

Hace unos meses tras la derrota de la ultraderecha en Holanda y el triunfo de Macron en Francia podía parecer que el populismo había sido derrotado. No es así. En Europa no ha habido ningún triunfo de ningún Trump ni se ha repetido un Brexit, pero el populismo sigue vivo.

En Alemania la Afd (Alternativa por Alemania), antieuro y antiinmigración, sacó casi el 13% de los votos. Es menos de lo que se temía hace un año pero ha entrado en el parlamento por primera vez y se ha convertido en la tercera fuerza. Y ha crecido a costa de la CDU de Merkel y del SPD, que siguen siendo los dos primeros partidos y que no tienen mala imagen. Pero el voto de protesta (CDU y SPD formaban la gran coalición) ha ido al populismo. Merkel seguirá gobernando, casi seguro en coalición con liberales y verdes, pero ha perdido fuerza. No es bueno para Europa, que necesita un liderazgo fuerte y europeísta en Alemania.

Más grave es lo ocurrido en Austria, donde también gobernaba una gran coalición. Los socialistas han aguantado sus anteriores resultados -no buenos- pero los liberales de extrema derecha (con un discurso contrario a la inmigración) han pasado del 20 al 26% de los votos y han quedado a sólo un punto de los socialistas. Todo apunta a que el futuro canciller será el joven democristiano Sebastian Kurz, de sólo 31 años, que ha cambiado la imagen y el programa de su partido asumiendo muchas reticencias a la inmigración, y que ha sido la primera fuerza con más del 30% de los votos. Pero algún observador dice que con el programa de Kurz, intelectualmente las elecciones las ha ganado la extrema derecha populista.

Pero no todo es tan claro y no se sabe qué coalición gobernará pues mientras Kurz es europeísta, los liberales son muy euroescépticos por lo que no se puede descartar que se repita la desgastada gran coalición que ha gobernado Austria mas de cuarenta años desde el fin de la guerra mundial.

El punto común a Alemania y Austria es que, en países ricos y con poco paro, la desigualdad social -pese a que está lejos de haber desaparecido- no es la principal preocupación del electorado, ni siquiera del de izquierdas. La inmigración de Siria y otros países del Oriente Medio (un millón en Alemania y casi 200.000 en Austria en el 2015 y 2016) se ha convertido en el gran problema de muchos ciudadanos. Y a ello se une la aversión al Islam y el miedo al terrorismo.

Es algo a considerar por los socialistas, estancados o en declive electoral, como la tradicional clase trabajadora en el conjunto de la población. Junto con otro dato relevante: el electorado que les abandona no va a partidos más a la izquierda -como Die Linke en Alemania- sino al populismo de extrema derecha.

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